La bondad y el mal

La bondad y el mal son infinitos, son insaciables. Desde el inicio de las eras tienen su juego que no termina. Lanzan sus diatribas y oraciones respectivas. Su oposición las complementa. Se reconoce una por la existencia de la otra. Están en todo lugar como dudosos dioses bipolares. Hacen su nido en lugares de lujo y rupestres. Vuelan bajo cobalto. Entran como Pedro por su casa en hospitales, orfanatos,  templos. Juntas, pero no revueltas, a veces se confunden por su vestimenta, por sus máscaras. Escriben sus memorias como personajes distintivos. Ellos mismos no radican en sus pensamientos ni en sus corazones. Cuando despiertan de sus sueños se miran al espejo para buscar su rostro olvidado. Que no encuentran. Que no distinguen. Cuando hay río revuelto, donde pescadores de hombres ganan, se equivocan e intercambian máscaras.

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