Los sueños
Soñar es vivir otra vida. Allí en ellos tenemos dominio de casi todo. Hay quienes nunca sueñan, dicen. Es probable que sí y no lo recuerden al despertarse. Y hay quienes tan pronto inician su dormir su mente se puebla de acontecimientos que suceden en él mismo. Dormir es también un ensayo de la muerte. Aparte que dormidos estamos a merced de quien está cerca de nosotros. Pero refiero en este texto sobre los sueños.
Yo, por ejemplo, sueño todos los días. A veces recuerdo poco. Y a veces todo. Durante el día se me van revelando detalles que enriquecieron mi vivir dentro del sueño. He tenido sueños recurrentes. El pie que se me dobla. El caminar desnudo. El elevarme sin que sea vuelo por sobre edificios de departamentos de hace cien años. Me doy cuenta del tiempo pasado, por los muebles que miro y la ropa de esos tiempos en los armarios. Tiene su ventaja soñar. Porque es el espacio donde coincidimos con los muertos en la vida real. O con personas queridas que hemos dejado de ver. Pero que en la realidad del sueño dialogan con nosotros. Y nos abrazamos y reímos juntos hasta cansarnos.
A veces me visitan mis padres. Muy pocas veces juntos. Muchas veces uno u otro. Y siempre con la paz de su sonrisa. Con mi padre camino con él por calles conocidas de mi pueblo. Con mi madre nos encontramos en la cocina de la casa. Y platicamos sobre los nuevos muertos en mi ausencia. Y sobre cambios de situación civil de personas conocidas, nuestros vecinos o familiares.
Los sueños húmedos son también reiterativos. Y en ellos nado en albercas desconocidas. O ríos calmos con agua fresca y transparente. Muy poco me he soñado en el mar. Como si quisiera olvidarme del origen. No del origen con mis padres. Sino desde ese lejano inicio de la vida.
Recuerdo un cuento de Jorge Luis Borges. No recuerdo el nombre. Pero sí que se encuentran dos personajes que son el mismo. Solo que con la diferencia de años. Borges creo que de veinte años. Y Borges a los setenta. Y se da la charla. Y el mayor desconfía que sea el verdadero Borges de los veinte años. Y este para que le crea el viejo, le da algunos datos de su casa de infancia. Quizá de su habitación. Y de esta, algún detalle del mueble. Que solo el que lo vivió podía ser el Borges verdadero. Y lo eran ambos. Era, por supuesto un sueño. Solo que en el sueño parten un billete. Y al despertar allí está la mitad del billete que tiene a la mano el Borges viejo.
O cuento del sueño del hombre que sueña ser una mariposa y al despertar no sabe si es una mariposa que sueña ser un hombre. O el cuento del hombre que sueña que sueña que sueña que sueña... Y va despertando hacia atrás de cada sueño. Y al ser tantos no sabe cual despertar es la realidad.
En los sueños a veces despertamos en la caverna. Y se aparece en el bosque la chica aquella. La que nos acompañó en la primera juventud. La del sueño. También por supuesto.
Nuestros sueños son textos que aún no hemos escrito. Y nadie nos califica si lo escribimos o no. Yo sueño que estoy aquí.
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