Las canciones nos han acompañado

Las canciones nos han acompañado en el trayecto de vida. Y seguramente nos acompañarán, ya sin que lo sepamos, en la despedida. La música es como una especie de vibración del cuerpo y alma. Seguramente que nuestra madre nos arrulló con alguna canción de cuna. Y llegaron así las primeras notas a nuestro oído. La voz de nuestra madre, con la musicalidad y ritmo. Su amoroso tono de voz. Por vivir en el Norte de la república en casa y los vecinos hacían sonar sus polkas y redovas. Y en las estaciones de radio pasaban las mismas. Los sonidos del acordeón y el bajo sexto fueron los que registré desde antes de saber lo que era la música. Y en la escuela primaria el maestro de primer grado nos ponía canciones de Gabilondo Soler, el apreciado Grillito cantor. Recuerdo bien la Marcha de las letras y El Chorrito. Él llevaba su libro de canciones que fueron nuestro deleite. De los seis grados de primaria no registro otra referencia. Aunque de seguro en algún homenaje hubo por allí alguna canción relacionada con la revolución, Benito Juárez y la expropiación petrolera. Pero seguía escuchando en la radio y con los vecinos la música regional norteña. Y quizá adicionada la música texana en la misma radio y en los programas musicales de Brownsville y Harlingen, Texas, que pasaban en la televisión de alguna casa vecina.
Las canciones de amor tienen todos los temas. Las de despecho, las de dolor, las de amor, ausencias, las históricas, las geográficas, las de humor, las religiosas, de esperanza, etcétera. Entonces cada una llega en su momento justo.
En la secundaria tuvimos un maestro de música que nos enseñó a amar la música tradicional mexicana. Saludos, Don Juan Pablo Puente. En las horas de artística nos ponía una canción que copiaba en el pizarrón. Y con ellas fuimos armando un cancionero que al final del año escolar era la calificación final. Teníamos que adornar cada canción con un dibujo alusivo. Allí aprendí La Norteña: "Tiene los ojos tan zarcos, la norteña de mis amores..."; María bonita, "Acuérdate de Acapulco, María bonita, María del alma..."; Madrid, "cuando vayas a Madrid chulona mía". Y tantas otras que nos hicieron recorrer muchos momentos de la vida musical de nuestro país. Esas canciones las utilizamos luego para llevar serenata a nuestras madres, a nuestras novias y a los maestros, en sus respectivas fechas de conmemoración.
Claro que también nos dió a conocer canciones alusivas a fechas históricas, como Corrido del petróleo, y a la revolución: "Venimos a ensalzar, a la revolución, que liberó al país, del odio y la opresión. Madero y los Serdán, Carranza y Obregón, nos dieron nueva vida, nueva Constitución..."
El caso es que la música popular se metió en mi sangre.
Por otro lado uno de mis hermanos mayores compraba discos, esos de vinilo, por lo que escuchaba en casa a los Apson (Fue en un café), Rebeldes del Rock, César Costa, Alberto Vázquez y muchos otros, como los Relámpagos del Norte (integrado por los muchachos Cornelio Reyna y Ramón Ayala) y los Cachorros, de Juan Villarreal.
A la escuela Normal llegó un joven maestro de Jalisco. Y le gustaba tocar la guitarra. Nos daba la materia de actividades tecnológicas, pero a veces compartíamos con él en algún convivio, y salía la guitarra. Una de las canciones que cantaba, y que me la aprendí, porque era muy distinta a las que yo había escuchado, era Cristo de Palacagüina, del nicaragüense Carlos Mejía Godoy. Y dice: "Por el cerro de la iguana, montaña adentro de las Segovia, se vió un resplandor extraño como la aurora de medianoche; los maizales se encendieron, los quiebraplata se estremecieron, se vió luz por Mayagalpa, por Tepanaca y Chichigalpa. Cristo ya nació, en palacagüina, de Chepe Pavón, y una tal María...". Ciertamente para mí fue una revelación. Porque comprendí que los temas de las canciones se ampliaban a todo lo posible.
Luego fui buscando de ese tipo. El mismo profe Valentín cantaba "Yo no sé quien va más lejos, la montaña o el cangrejo. Pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo". Efectivamente, esta canción es del argentino Facundo Cabral. Así que luego me fui encontrando en el camino canciones de lo que le llaman despectivamente de protesta, pero que forman parte de la música latinoamericana.
En Jalpa, donde empecé a trabajar de maestro de primaria, las veces que había oportunidad, y salía la guitarra, yo cantaba Señora de Juan Fernández, del mencionado Facundo Cabral. Y claro que se les quedó grabada, cuando menos el título. Así que mis amigos de esos años, que me los encontraba en Villahermosa treinta años después, al iniciar la plática me decían "¿te acuerdas de la señora de Juan Fernández?". Claro que me acordaba. Yo me había aprendido ya canciones de Tabasco, principalmente Mercado de Villahermosa. Y otra que también cantaba, porque me pedían de mi pueblo, era Matamoros querido y el Cuerudo tamaulipeco: "Yendo de Tula a Jaumave, me encontré con un ranchero, iba en su cuaco retinto, todo vestido de cuero", que es como un himno de Tamaulipas.
Yo no sé si yo las grabe y se escuchen con mi voz, pero si no, con las originales, han de escucharse en mi velorio, aparte de tantas otras, tres que para mí son emblemáticas: Mi árbol y yo; el mencionado Cristo de Palacagüina y Señora de Juan Fernández.

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