Las moscas

Responsable es el que creó a las moscas. Y hasta el mismo Noé, que subió un par de ellas, macho y hembra, para salvarlas del diluvio. Pero, en su justificación, adujo que el mandado no es culpado. El caso es que donde quiera están, y a donde quiera llegan. Y son algo molestas. Restos de comida, allí están. Pastel, allí están. Y rondan platillo y vaso con líquidos. Incisivas, insisten, tercas, al manotazo. Vosotras, las familiares, escribió Antonio Machado. Yo las recuerdo desde cuando niño, siendo por mí combatidas cuando merodeaban mi pieza de pan de dulce. Y a veces lograba atrapar una. Y la metía en un bote transparente. Para verla dentro, revolotear. Llegan a la fiesta sin ser invitadas. O más bien sí, con invitación mediante el olor de la carne. Un buen periódico es arma contra ellas. Que burlan bien. Y les es letal, el matamoscas. Es como un juego de esgrima, de vida o muerte. Para ellas. Y para uno, por lo que transportan en sus patas, y dejan casi en nuestros labios o lengua, a través de la comida, o del dulce. Los débiles, quienes no saben del juego, las combaten con gas.
A través de sus generaciones, en relevo espectacular y con mucha paciencia, las moscas merodean nuestra muerte. Para arribar airosas sobre nosotros. Y así darnos el último adiós, en una fiesta final.

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