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Así las cosas, llego a los 61 años. Agradecido y con salud. Perdonad que escriba sobre este hecho, sobre algo tan particular. Se cuenta el tiempo del hombre con base en ciclos, y la vuelta de la tierra al sol es una de ellas, los años. Y a fin de cuentas, en resumen, es la edad. Y parte del recorrido por estos caminos de la vida, que bien dice la canción “no son como yo creía, no son como yo pensaba”, que es un juego del compositor. Y va uno, en este caso yo, con la conciencia que hubo un principio y habrá un fin. Le llaman lo de dentro de un paréntesis entre la nada y la nada. Yo al fin le llamo la última estación. El acercarme, como todos, al punto que en ortografía sería el punto final. Y así las cosas, se aclara que a lo mejor es la vida lo que se celebra, el que aún estamos aquí. Perdón, si suena tétrico, pero es lo real. Lo mejor sería llegar en la edad que corresponda a ese punto, con salud, con calidad de vida, y con miel en el alma, que significa empatía y tolerancia, amor hacia el prójimo y la prójima, y amistad por todos los que se puedan, y sean los más

 

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Otros que hablen de la muerte, yo hablo de la vida. La maravilla nuestra. Aún con las escaladas con esfuerzo, aún con las caídas reiteradas, aún con los contados triunfos y no contadas derrotas. Con la claridad, digo yo, que la vida es el conjunto de todo ello, y que todas son enseñanzas en esta escuela de la vida. Conceptos que uno va conformando con el tiempo, ideas que se van conformando en el sedimento, o la suma de estos, que son lo que uno es: un ser vivo, ni menos ni mas que alguien o algo, sea animal, mineral o vegetal. 

 

3

Amar la vida es consecuencia de apreciar la belleza de la vida. No anclarse en amarguras y decepciones. No ahogarse en un vaso de agua. Valorar en todo caso la gota que la derrama, y lanzarse a la siguiente aventura, por pequeña que sea, bien unos pasos por caminos, bien regar las plantas o barrer el frente de la casa, pintarla; leer un libro, encender un cerillo y hacer el fuego para la carnita asada; encender la luz en el momento que dices ¡Hágase la luz!

 

4

La primera vez que escribí un texto sobre mi cumpleaños fue a los veinte. Lejos de mi familia, y con la emoción de celebrarlo con nuevos y por siempre amigos. Con mis compañeros y compañeras de trabajo escolar. Todos ellos generosos, alegres, entusiastas. Sin escatimar sonrisas y cariño, se unieron para hacerme un convivio sorpresa. Es de cuando te entretienen los cómplices (acá en Tabasco le llaman asalto cuando van a tu casa de improviso), te llevan al lugar, que siendo de noche está oscuro, abren y sigue oscuro, y de repente encienden la luz, y la sala de la casa donde viven está convertida en área de fiesta. Lejos de la familia, a 1 500 kilómetros de distancia, almas generosas te ofrecen su corazón como una nueva casa. Allí Lupe Vázquez (NL), Gilda María Mena (Yuc), Margarita López (Oax) y, de Tabasco, Jorge Castillo, Mateo Hernández y Carmita León, y los dueños de la casa,  (perdón alguno se me escape). Pero el caso es que me abrieron sus brazos y me hicieron sentir que tenía una nueva familia.

 

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La segunda vez que escribí un texto sobre mi cumpleaños fue luego de un aparatoso accidente sucedido meses antes. Empecé a ver la vida de otro modo. Hasta el movimiento de las hojas me parecía un milagro de la vida, y que yo pudiera concebirlo así en mi mente. Esa vez el texto se centró en un renacer y valoración de el día día y de las cosas sencillas, por ejemplo del valor de la comida diaria, de la carne asada y el guacamole, las charlas con amigos, el caminar y así. “Un gracias a la vida que me ha dado tanto”. Pero que ese tanto no se refiere a cantidades en oro, sino al oro de las pequeñas cosas que nos dan felicidad. Y aquí seguimos.

 

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Si yo volviera a nacer, pediría que fuera exactamente como fue esta vez. Con padres grandes y generosos como Juan y Leonor, yo digo que soy ellos que van en mi; con los mismos hermanos y hermanas, en la misma casa y el mismo barrio. Y que todo el trayecto de sabores y sinsabores, de caminar por las calles de Matamoros con frío, pateando latas y sin dinero en el bolsillo, fuera lo mismo. Enfrentado a los mismos problemas y con las mismas caídas, para levantarme y seguir amando la música y la literatura, los libros en general.  Y volver a reiterar que el amor y la amistad son los motores que mueven el mundo (sobretodo la parte humana, el odio y la ambición, el afán de lucro, debe ser la parte no humana, para decirlo suave), 

 

7

Amo los libros. Creo que hasta de manera enfermiza. Amo la literatura. He pasado tardes y noches leyendo hasta la madrugada para saber del final del capítulo, o del libro, para despejar una incógnita, si se casaron, si fueron felices, si capturaron al asesino, si hubo razón para seguir viviendo, y de allí el abandono o apretar el gatillo (refiero a lo literario), si escribió la carta, si la mandó, si la entregaron, si la leyeron, si hubo respuesta y en qué términos. Si luego de veinte años se volvieron a encontrar, si era la misma mirada y sonrisa, aunque sean otros cuerpos ya, con las huellas del tiempo, ese deterioro brutal que no se detiene. O si hay vida después de la muerte, como bien lo confirmó Juan Rulfo en Pedro Páramo. Pero me acuso que ya no leo mucho. Que casi todos los libros que tengo están en la categoría de pendientes, sobretodo porque estoy en una edad que prefiero las relecturas. Ah, Crimen y Castigo, de Dostoyevski; los cuentos de Gogol; Hambre, de Hamsum, y otros pocos. Pero ni leo y ahora releo, pero muy poco. Acúsome.

 

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A quienes hoy, este 13 de noviembre esperanzador, en medio de inundaciones de muchos compatriotas, y con la pandemia encima, con ausencia de muchas personas amadas y otras muchas más conocidas, se acuerdan de este inicio de mis 61, les doy las más sinceras gracias, de todo corazón. Va un abrazo y una sonrisa.

 

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Un abrazo a mis pocos amigos de la primaria, y más de secundaria (cuyo recuerdo grato es recíproco; lo mismo a mis entrañables y extrañables amigos de la Normal y de Ciencias de la Educación; a mis amigos de los distintos trabajos en los que he estado, tanto en escuelas, como en oficinas de gobierno (en 1985)  trabajé en la Dirección del trabajo de Tabasco, con los maravillosos jefes Ponciano Rojas Herrera y Don Rubén Ferrer Galguera, pues allí trabajé con Gina Giralt, que ahora vive en Oklahoma, USA, y hace 32 años que no nos vemos, y hace una semana nos saludamos por las redes; y con Myrna Morales, hija de Don Ciro, uno de los creadores de excelents tacos de Villahermosa. Ahí trabajaba Don Orbelín Correa, Don Jaime Correa y Don Amado (a quien saludaba al verlo “no es lo mismo amar que ser amado), y reíamos, y más en el Río Bamba, de la calle Peredo. Y varios amigos y amigas más, de gratos recuerdos. Decía un abrazo fuerte a mis amigos vecinos, quienes de sábado en sábado, o domingo,  ponen Mi Matamoros querido, como un guiño, y Sé que bebo, sé que fumo, canción que hizo famosa el italiano Nicola Di Bari.

 

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Permítanme hoy que es mi cumpleaños escribir algunos nombres de cantantes y grupos, para decirlo así: “póngame unas canciones de Serrat, de Aute, Sabina, de Silvio, Pablo, Omara y los demás del Buena Vista Social Club;  de Faustino Oramas, el Guayabero; algunos blues y jazz; Mocedades; los Ángeles Negros; los Jonhy jets; Jonhy Cash; Los Cachorros de Juan Villarreal; el Grupo Pesado; Los Montañeses del Álamo; Ramón Ayala; Los Relámpagos del Norte; Eugenia León, Napoleón, la infaltable Tania; Don Armando manzanero, Agustín Lara, María Luisa Landín, con su Amor Perdido; Rigo Tovar y Chico Ché;  Los Churumbeles de España, con Lisboa antigua;  en fin , que la lista es larga. Mientras escribo, escucho a Los Broncos de Reynosa, y Los Alegres de Terán. Ni más ni menos, corridos y polcas. Suena el acordeón y el bajo sexto. “Paso del Norte”: qué triste se encuentra el hombre cuando anda ausente… allá lejos de sus padres.

 

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Cuando tenía la esperanza de llegar a los 60 y más, me dicen que ya subió a “65 y más” el programa. ¡Oíganme, no la suban más!

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