Contadores de cuentos

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Escuché por primera vez de los cuenteros, en el sexenio de Enrique González Pedrero, que ha sido uno de los pocos gobiernos estatales que dio mucha importancia a la Cultura; un tanto porque había mucho dinero, pero también por la claridad que tenían sobre el tema, y por la visión social de futuro, de Don Enrique. Su esposa fue Julieta Campos, cómplice convencida del gobernador en los temas culturales. Pero decía de los cuenteros, que por primera vez escuché esos años la palabra, aunque no asistí a dicho Encuentro de narradores orales.

 

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“Llega Don Salvador Neme Castillo, gobernador de Tabasco, con su esposa, Doña Celia Sastré, a la feria de Nacajuca, precisamente se efectuaba una muestra gastronómica. Y lo usual es que en el recorrido los personajes invitados vayan probando cada uno de los platillos. Hacen un comentario cortés a cada uno de ellos. Y las risas. Y el bla, bla, bla. Cuando llegan al platillo Pato en chirmol, lo prueba Doña Celia, y se desvive en elogios. Entonces pregunta por quien cocinó el platillo, y junto a ella estaba la autora, Doña Francisca Leyva (Paca) y levanta la mano y dice muy orgullosa: “¡yo, Doña Celita!”. Voltea a verla Doña Celia, y le pide que le diga la receta. Entonces se acomoda Doña Paca, y empieza a dar la receta. “Mire, primero se mata la gallina…”

 

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Doña Francisca Leyva, mejor conocida como Paca Leyva, es un personaje histórico popular, originaria del municipio de Nacajuca (a 30 kilómetros de Villahermosa) . Ella es de esas personas de las que se habla mucho en vida, y se habla también mucho en muerte. Quienes la conocieron platican detalles de su forma de ser. Quienes no, solo tenemos referencia de ella por las anécdotas que trascienden geografía y temporalidad. Es de quienes viven un hecho anecdótico, y sea que ellos mismos lo cuentan, o los que fueron testigos. Pero también se da el caso que lo que cuentan se transforman tanto en mito o leyenda dichas anécdotas. Bien por el caso del mito, que no fue cierto, sino que se construyó en la imaginación. O como leyenda que parte de un hecho cierto, pero al contarlo se le van añadiendo nuevos detalles. Ambas formas están acreditadas en el pueblo.

Yo conocí a una de las hijas de Doña Francisca Leyva, maestra de una escuela secundaria de Nacajuca, de donde son originarias. Y también conocí a varias personas que la conocieron y trataron, como la maestra Carmita Ruiz, mi amiga.

 

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Dicen que cuando el partidazo necesitaba llevar gente a Villahermosa para un mitin, una de las encargadas de un camión era precisamente Doña Paca Leyva. Una de las características de ella es que era muy platicadora generosa y empática. Así que cuando iban cansadas y entusiastas de regreso a Nacajuca, a veces le decían que le dijera al chofer que pararan porque unas tenían ganas de “bushar” (orinar). Entonces se orillaba y detenía el camión, y unas diez bajaban. Y en filita se acomodaban para hacer la necesidad fisiológica, y por pena se tapaban con sus manos en la parte íntima. Doña Paca les gritaba festiva: “¡tontas, tápense la cara, para que no las reconozcan, de abajo todas semos iguales!” 

 

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Contar es una necesidad humana. Por eso en todos lo pueblos y en todos los tiempos, siempre se dio esa actividad en la que una persona, con habilidades histriónicas que le son naturales, pero las mejoran con la práctica, cuentan una historia, a veces breve, mediana o larga, y otras personas escuchan muy atentas y gozosas. Pero la historia que cuentan tiene una estructura básica conocida como inicio, desarrollo y desenlace, con algunas variaciones. En todas partes se cuenta. Pero en algunas partes, algunas personas cuentan mejor. Estos son los cuenteros. 

 

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Se dice, se asegura, se cuenta, que una ocasión el esposo de Doña Paca Leyva reflexionaba sobre cómo ganarle en algo a su esposa. En todo ella ganaba a todos y por lo tanto le ganaba también a él. Fue entonces que se le ocurrió retarla a un concurso de haber quién lanzaba el orín más lejos. Ella sonrió como pensando “pobrecito, sueñas”, y le aceptó dicho reto. Empezó ella, se acomodó, y el chorro de su amarillo líquido alcanzó 45 centímetros. Él, el esposo, se alegró sobremanera al ver la distancia alcanzada por ella. “Fácil ganarle”, dijo para sí. Entonces se preparó, y en el momento en que iba a lanzar el chorro y asegurarse que llegara lo más lejos posible, tomó el aparato viril con sus manos, lo que al ver Paca tal intento, ya se lo había imaginado, por lo que ya estaba preparada, y le gritó: “ey, ey, ey, maridito, con ayuda de las manos, no”. Y ni modo, volvió a ganar Doña Paca Leyva. Y el esposo se orinó los pies.

 

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Ella se sentía un poco mal. Y acudió con el médico. Este le preguntó nombre, edad, y síntomas. Le mandó hacer análisis, y que regresara tan pronto los tuviera.  A los tres días regresa Paca Leyva con los papeles de dichos análisis. Los ve el médico, y tan pronto va avanzando va moviendo en negativo la cabeza. Altos en varios rubros: diabetes, hipertensión, triglicéridos y colesterol. Saca la libreta donde escribe las recetas. Y consigna: en la mañana frutas, atolito y sandwich de atún; en la comida una pechuga de pollo, desgrasadas. Y por la noche algo muy leve. Bistec o pescado asado. Sin tortillas. Lo escribe y lo firma. Doña Paca paga la consulta, se despide contenta y sale. Como a una cuadra se regresa para hacer una pregunta que se le olvidó hacer. Toca la puerta. Le dicen pase. El doctor la ve. Y escucha la pregunta: “Doctor: ¿y eso que me recetó como medicina, es antes o después de cada comida?”.

 

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Así las cosas. Los cuenteros son también cuidadores de la antorcha flamada de la palabra, y la entregan vivaz a las nuevas generaciones. 

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