Primero los postres

  Primero los postres

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Por el callejón donde vivíamos, pasaban dos vendedores de dulces. Uno era el de camotes y calabaza, y el otro era el de turrones. Mi madre, dentro de toda su pobreza concentrada en la casa, sacaba de sus ahorritos, y nos compraba una porción tal que alcanzara un poco para cada uno. Yo prefería los de calabaza y camote, porque el de turrón era muy chicloso, y nos quedaba pegado en los dientes. Eso sí, mi madre no nos dejaba ir a dormir si no nos lavábamos los dientes, lo cual hacíamos de manera muy rápida, ya a causa del sueño o por la edad. En cambio los otros nos lo comíamos despacio,  muy despacito. Era porción pequeña, así que lo saboreábamos, lento, casi entrecerrando los ojos, y creyendo ver a Dios en esa dicha de los dulces.

 

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Ni se diga que cuando venían las posadas nos arreglaba para que fuéramos  a la iglesia, donde el cura organizaba ese tipo de actividades para alegría de chicos y grandes. Esperábamos diciembre. Y se nos hacían largas las horas del día a día, hasta que al fin llegaba el 16, e íbamos. Se hacía una fila grande, pero al fin pasábamos a golpear la piñata, de las de antes, de olla de barro, forrada con vistosas -por lo colorido- tira de papel de China. Y ya por ell, teníamos derecho a que nos dieran nuestra bolsa de dulces, cacahuates y una naranja. A veces, cuando hacía mucho frío, llegábamos pocos, y nos tocaban dos bolsas. Nos decían: “y esta se la llevas a tu mamá”.

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Había dos postres que nos preparaba ,mamá. Uno era el conocido arroz con leche, y la capirotada. Y allí sí nos tocaba mucha, que siempre queríamos más. Mamá nos conocía. El arroz con leche a veces le ponía pasitas, a veces no, y era una leche dulce de nombre Clavel. Ahora bien, la capirotada era palabras mayores. Qué cosa. A mi me gustaba ver todo el rito de la preparación, y antes la compra de los ingredientes. No digo la receta, pero hay muchas en internet.  Y lo mismo. La comíamos de manera lenta, utilizando la cuchara más chiquita que teníamos. También entrecerrábamos los ojos. Y sí, parecía que veíamos al mismo Dios, en el delicioso sabor de dicha capirotada. “¿Quieres más?”. “Siiii”, era nuestra respuesta a coro. Queríamos más y más. Una parte se guardaba para el día siguiente, porque efectivamente era mucha la que mamá preparaba.

 

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Ahora bien, cuando llegué a Tabasco, sí que fue una verdadera y gran alegría al descubrir los postres de estos lugares. Para empezar el plátano frito. Que bien se puede comer cocido, asado o frito en aceite. Se le convina con crema y queso espolvoreado. Y años después lo probé con “chis” (así se le dice a alos pedacitos muy chicos) de chicharrón. Una verdadera delicia. No hay carne asada acá en Tabasco que no tenga como parte final poner plátanos al asador y se aprovechan las últimas brasas del carbón. También vi rajas de plátano frito  en la platillo que se llama tampiqueña, acompañando a la carne, a la enchiladas y otras cosas que lleva. Y más aún, probé or primera vez la mezcla en un taco de huevo revuelto con chorizo y su respectivo pedazo de plátano. Yo lo veía          que lo comían así los demás, yo no. Hasta que una vez me decidí, lo probé y me gustó.

Otro de los postres que me gustan son la papayita en dulce, nombrado acá como “oreja e mico”. Es un fruto que da la misma papaya, pero de que son pequeñas, de unos entre cinco y ocho centímetros. No sé prepararla, pero sí comerla. Y otro postre gustado acá es el “manjar”, así le llaman. Me sorprendían en el desayuno que me invitaban en las casas, o por las tardes: “¿Gusta un poco de manjar?”. Yo remotamente imaginaba qué pudiera ser. Es una especie de natilla (o crema) blanca endulzada con un poco de canela en polvo, y se le agrega cáscara de limón rallada.

 

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Hay un municipio en Tabasco que se le llama la capital del dulce. Se llama Jalapa y está a 30 kilómetros de Villahermosa. En muchas casas se venden dulces de distintas formas y sabores. Algunos son envueltos con hoja de maíz, y amarrado por los lados, y por o mismo se les llama joloche. Así también venden los clásicos dulces de leche, y los mismos, mezclados con piña, guanábana y coco. Cada vez que alguien va a ese municipio, le encargo que me traiga una cantidad suficiente, los cuales me voy comiendo en el transcurso de la semana. Hace algunos años se construyó en esa ciudad el Museo del dulce. Si tienes oportunidad de ir, no dudes en visitarlo.

 

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En el ejido Chicozapote, Nacajuca, vivía Don Chilo Osorio, ferviente seguidor de AMLO, como muchos en Tabasco y el país, se le recuerda porque con toda su humildad, reununció a una regiduría municipal, junto con diputados, como protesta por el fraude electoral de 1994. De un gran corazón, sencillo y solidario con todos. En su funeral llegó gente de muchos municipios del Estado. Cuando yo llegaba a su casa, nos poníamos a platicar por horas. Nos despedíamos con un fuerte abrazo, mientras su esposa salía al patio, donde estábamos, y me entregaba un frasco grande con nance o ciruela curtidos, que es otra de las delicias de postre; o una guanábana grande, que también se hace dulce con esta fruta.

 

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Otros de las panes dulces que se comen como postre, aunque bien se acompaña también con café, son los Queques de Tenosique, y las panetelas del municipio de Emiliano Zapata, donde tengo excelentes amigos. Los queques son con forma de estrella, un crujiente duro; y la panetela es esponjosa. No hay más disfrute que esos panes. Ah, sin olvidar el Sihua, que es un pan elaborado con elote tierno. Delicias de delicias.

 

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