Su majestad, la poesía

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Cuando me preguntan quién es mi poeta favorito, no tengo respuestas. Podría ennumerar a cinco o diez. Pero no lograría expresar por nombres lo que significa lo favorito en mí, con relación a la poesía.

Me gusta jugar, claro. Por ejemplo: ¿Qué es la poesía?, pregunta dubitativa una maestra a un tierno infante de 8 añitos. Y este responde de manera singular: “la poesía llega a casa; la poesía toca la puerta; entra a la casa; rebusca en las habitaciones; la poesía encuentra alucinantes; la poesía se lleva a mi pimo y lo lleva a la cácel”. “¡Nooo!, niño. Me refiero al poema”, le contesta fuerte la maestra. Y el niño tranquilamente le contesta: “Ah, el poema; el poema es cómo vamos a sacar a mi pimo Toño de la cácel”. 

 

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Es probable que mis poetas favoritos sean muchos. Pero también es cierto es que la poesía es mi favorita en su conjunto. Las imágenes, el ritmo, la sonoridad de las palabras, lo que dice y lo que no, lo que esconde, lo que muestra, son tantas cosas que nos dice un verso, una palabra, o el poema en su totalidad. Cada lector tendrá un nombre o muchos nombres. Pero a mi mis favoritos son todos los poetas, incluyendo los que han sido traducidos al español, que por ahora es el único idioma que mal manejo, y quisiera aprender otros.

 

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Yo creo haber descubierto la poesía no en los libros, sino en el habla de las personas adultas, las que contaban cosas, las que con sus palabras hacían reír, las que con su plática hacían más emocionantes las tardes bajo una bugambilia que había en el patio de la casa. Y nos pasábamos horas escuchando, “ora” uno, “ora” a otro. Y así éramos felices, aprendiendo que la palabra no solo sirve de manera utilitaria para expresar nuestras necesidades materiales, sino para que hable el espíritu, por decirlo de esta manera.

 

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Pero me gustaba escuchar canciones también, y de vuelta las palabras y el ritmo. Me pasaba horas escuchando la radio. Y notaba que había unas canciones distintas a otras. Yo en esos momentos de frenesí preadolescente lograba separarlas unas de otras, la razón no la supe, hasta que entré a la secundaria y en el libro de español, era un libro pequeño y grueso, dividido en dos partes. La primera era de las clases que a muchos nos parecen aburridas sobre tiempos indicativos y copretéritos, conjugaciones y reglas de ortografía, más sintaxis, etc, pero la segunda parte del libro era de un color azul cielo despejado, y allí estaba una especie de pozo de palabras conjugadas bellamente, tanto en su forma de poemas, como en cuentos, leyendas, mitos y fragmentos de novelas. Era una verdadera delicia echarnos un chapuzón tanto en las tardes, como en las mañanasen horas de otras clases: qué barbaridad, decía mi maestro de química y física, sonriente”.

 

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En la radio sonaban dos canciones muy buenas, ricas en imágenes: En Paz, y Nocturno a Rosario, ambas de Don Cornelio Reyna, ese de “Te vas, ángel mío, ya vas a partir”. Pero yo cantaba las dos primeras: “Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida, porque nunca me diste, ni pena inmerecida…” y “Pues bien, yo necesito decirte que te quiero, decirte que te adoro con todo el corazón”. Que chingón es Cornelio Reyna, decía yo. Luego en algunas tardes llegábamos a la casa de la maestra de Español, Irma Reyes Delgadillo, y allí con su esposo, hacíamos unas tertulias literarios, ellos nos leían, y nosotros a veces cantábamos algunas canciones, como estas de las que hablo de Cornelio. “Espérate, -me dice el maestro- esas no son de Cornelio, es más ni son canciones, son poemas musicalizados”. “A ver, explíquese”, le decía yo, con la seguridad que eran del afamado compositor de canciones rancheras, por cierto, originario de Reynosa. Ya el maestro buscó un libro de poemas, y en ellas me mostró que los autores de uno y otro poema, era en ese orden, Amado Nervo y Manuel Acuña.

 

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En segundo grado de primaria me programaron para participar en un evento creo que era por el Día de las madres. Yo practiqué mucho en el salón y en la casa. Era uno de esos poemas infantiles que vienen en los libros de texto. Estaba programado como a la mitad. Me llamaron para que subiera, y así lo hice. Estaba lleno el lugar, oscuro hacia el público, iluminado el escenario, tal cual debe ser. Todo quedó en silencio. Pasaron algunos segundos. Y nada salí de mi boca. El poema, terriblemente olvidado, y yo me puse a llorar, y el público, viéndome tan chico, y llorando a diestra y siniestra, me aplaudió tan fuerte, que luego de algunos minutos y números del programa, pedí que me subieran de nuevo, y ahora sí lo dije muy bien. Pero los aplausos fueron igual de fuertes como cuando me escucharon llorar.

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Cuando llegué a Tabasco en 1979, empecé a escuchar otro tipo de canciones tropicales. Entre ellas, las de Chico Ché. Pero había unas canciones que de inmediato identifiqué como poemas, especialmente La muralla, del cubano Nicolás Guillén, aparte canciones de otro cubano, Carlos Puebla. “Para hacer esta muralla, tráiganme todos las manos; los negros sus manos negras, los blancos sus blancas manos…”. Y de Don Carlos Puebla, “…y llegó el comandante y mandó a parar; pero la Reforma agraria va..”

 

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Es probable que sí haya poetas que son mis favoritos. Una ocasión tenía y problemas de estrés. No le hacía mucho caso a esa moderna enfermedad. Hasta que un día me desmayé, y fue en público. Cuando volví en mí, abrí los ojos y veía mucha gente rodeándome, y me ofrecían coca cola a beber. De allí fui rápido con el doctor Márquez, un eminente  galeno que tiene su consultorio en la raya Ocuiltzapotlán-Macultepec. Me mandó a hacerme análisis de sangre y orina, y regresé con los resultados en la mano. “Todo muy bien”, dijo, y esa frase fue como un canto de serenidad. Luego a través de preguntas me preguntó muchas cosas, sobre mi trabajo, sobre mi origen, muchas cosas más, incluyendo sobre qué parte de noticias leo en el periódico. La invsión de Estados Unidos a Irak, le solté de pronto. Y él concluyó en su diagnóstico: “usted tiene estrés”, enfermedad moderna, agregó. Y me explicó de cómo habían aumentado los casos, y asimismo las visitas a las iglesias. “Le sugiero que cuando se sienta mal vaya a orar o rezar a una iglesia”, me dijo con su seriedad bonachona. “No visito iglesias”, le dije hablando con verdad, “solo en quinceaños, bodas y bautizos”. Ah, entonces lea poesía, que no es lo mismo, pero le va ayudar. Hizo referencia a que leyera poesía, porque en la charla me había preguntado sobre mis gustos y aficiones.

Así pues, la poesía es mucho más que el trabajo individual de los poetas, benditos ellos. Es un lenguaje que transmite espiritualidad, y por lo tanto calma a los trizados nervios de estos tiempos de prisas y guerras. 

Y bueno entre tantos poetas nombro a Ezra Pound, Pablo Neruda; Leon Felipe, Miguel Hernández, José Kozer, (otro día les hablaré de él); Walt Withman (“Capitán, oh, mi capitán”), que leí en el sepelio de mi padre; .

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