Sea mi funeral con música 24 horas

 La muerte

 

1

La primera relación que tuve con la muerte fue cuando murió mi hermana menor. Tenía ella quizá unos nueve meses. Yo, siete años. Mi padre le había hecho una cunita con madera y costales. Y esa cuna la amarraba del techo para que quedara en el aire. Entonces era fácil mecerla cuando lloraba. Además que se protegía de los bichos rastreros. Amaneció muerta un día de lluvia y frío. Mi madre con un llanto incomprensible para mi edad. Al rato le trajeron una cajita blanca. Llegaron vecinos con flores y con ofrenda de café, refrescos, sandwich, y pan de dulce. La velaron ese día. Y al día siguiente la fueron a enterrar. Había mucha lluvia y frío. Hoy 1 de noviembre es su día. La de los santos inocentes. La de los niños que no tuvieron la dicha de crecer, conocer mundo. Por eso su ropa mortuoria es blanca, lo mismo su cajita. En la creencia religiosa, ellos van al cielo, sin más trámite ni dudas. 

 

2

La segunda relación con la muerte fue en la primaria, cuando estaba en sexto grado. Murió el papá de un amigo. Entre la comisión de cinco del grupo, me nombraron a mi. El maestro Nacho Aguilar sabía quienes eran los amigos del hijo del fallecido. Querían ir más, todo el grupo. El maestro no dio autorización a más. Fuimos y llevamos una cooperación que hicimos y flores que recogimos en las casas de los vecinos. Yo veía el espacio lleno de personas. Muchas coronas de flores. Repartían pan, sadwiches, café y refresco. La mayoría de personas llevaban prendas de ropa negras o grises. Allí estuvimos de 10 de la mañana como hasta las 3 de la tarde. En nuestra casa estaban preocupados. Comenté lo sucedido. Mi madre no dijo nada. 

 

3

En la Normal, el año de 1978, falleció el papá de un amigo. A la salida, que era a las 9 pm, le acompañamos en el velorio. El la pasó platicando todo el tiempo con sus amigos de la escuela. Se levantaba de vez en vez para atender o ayudar en algo, y al rato regresaba. Platicábamos de tantas cosas. De alguna o muchas maneras la muerte nos es lejana hasta que toca a la puerta de la casa. Hasta que se ensaña en la familia. 

4

A mi me tocó con el fallecimiento de mi madre en el año 2001. Un paro cardiaco a las 10:30 de la noche, del día 25 de diciembre, sin previo aviso. Horas antes nos sirvió café  sin que le pidiéramos, a manera de despedida. Yo estaba en Matamoros en vacaciones decembrinas. Habían operado de la próstata a mi papá el 22, y el 23 lo mandó el doctor a la casa, “para que pase nochebuena en su casa, con su familia, y no en el hospital”. Y su llegada a la casa lo vieron todos los vecinos, de tal manera que pensaron que el velorio era de mi padre y no de mi madre, que se veía muy bien, incluso había ido a la misa de las 10 de la noche del 24. Pero el 25 el rayo que nos parte en dos, cayó en mi casa.

 

En mi llegada a Tabasco, que fue en octubre de 1979, a los pocos días llegó noviembre, el mes de las ánimas. Yo me quedaba en la comunidad. Y ya en noviembre nos llegaban a los maestros muchas invitaciones a rezos por los difuntos. De tarde en tarde íbamos de casa en casa a acompañar en las ceremonias de tradición, a rezar  y a comer tamalitos, que son de muchos tipos acá en Tabasco (De chipiín, chanchamito, manea, de caminito y otros que no recuerdo).  Yo que estaba acostumbrado a que los días de muertos era solamente el 1 y el 2. Y que los tamales eran los que yo conocía, muy sabrosos también, por cierto, de la cocina norteña. Masa con carne en medio, envueltos en hoja de maíz, delgados. “Deme siete, para empezar”.

 

6

He sido respetuoso siempre con todo ceremonial, que tiene que ver con costumbres y tradiciones, y que en algo se diferencian de acuerdo a las creencias religiosas.  En las comunidades rurales de Tabasco es común que se mate una vaca cuando hay velorio. O dos, para que alcance, si era muy popular el difunto o tenía muchos familiares. Si la familia del finado es muy pobre, un familiar rico regala la vaca. O alguien se la fía. Así que a la hora de la comida todos alcanzan su caldo de res, con arroz, picante y tortillas, por lo regular, gruesa. Yo estaba acostubrado a café y galletas o pan. O ya cuando mucho de un sandwuich. ¿Pero comida? Sí, comida. Y luego te ofrecen que si quieras más, y decimos sí. Decir no es como un agravio a la familia. 

 

7

Dos de mis cuñados fallecieron. Uno, el mayor, hace ya algunos años en Harlingen, Texas. Me cuentan que es costumbre o por Ley, que las funerarias en Estados Unidos cierran a las 9 de la noche. Se van todos los familiares y acompañantes, el cadáver queda solo, y que al día siguiente regresan de nuevo.

El otro, el menor, este fatal 2020. En ambos no pude asistir al velorio. Del de Ernesto, por no tener visa para cruzar a los Estados Unidos. Y al funeral de Alejandro, por las restricciones a causa de la pandemia. Me quedó esa sensación, de no poder estar cerca de la familia para despedirlos. Quizá por eso lo escribo.

 

8

Imagino mi funeral con música. De ser posible, las 24 horas. Un comisionado, a manera de dj, que se encargue de ello. Habría lista de cantantes. Y lista de otras canciones. Dios nunca muere, por ejemplo. Un puño de tierra. El rey, de José Alfredo, también. Luna de octubre y Mi Matamoros querido. Entre los cantantes, con muchas de sus melodías: Joan Manuel Serrat (La mujer que yo quiero no necesita bañarse cada noche en agua bendita); Silvio Rodríguez (Elegía:  Tú me recuerdas el prado de los soñadores,/ el muro que nos separa del mar, si es de noche./ Tú me recuerdas, sentada,/ciertos sentimientos/que nunca se sabe que traen en las alas:/si vivos o muertos).  Luis Eduardo Aute; Pablo Milanés; Omara Portuondo; Daniel Santos, Despedida: Vengo a decirle adiós, a los muchachos, porque pronto me voy para la guerra. Y muchas más. Sí, imagino con música mi funeral. Pero que no se apresuren, nadie fallece en la víspera.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam