Los cuenteros 2

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Decíamos ayer sobre los cuenteros. 

La necesidad de contar es innata en el ser humana. Viene con el origen. Significa lo mismo que con la música, cuando el hombre primitivo al tocar con cierto sentido algún tronco hueco,  va siguiendo una sucesión de percusiones que solamente él oye, sea de su corazón, o de otro que le llega a su cerebro a través del  oído, y al percutir va contando con sonidos; o en la pintura rupestre, cuando el susodicho hombre primitivo, en las paredes de las cuevas deja consignadas, con líneas, los sucesos relacionados con la caza del mamut u otro animal contemporáneo suyo, y quienes intervinieron y con qué lanzas o jabalinas. Contar una historia, es la necesidad, no importa el medio, si son palabras, los dibujos, la música, el lenguaje mímico.

 

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Mi madre no sabía leer ni escribir, y nos entretenía contándonos historias de su juventud. Y algunas leyendas. Entre esta, la de Don Rodrigo, dueño de vidas y haciendas, hombre de horca y cuchillo, que arma en ristre, golpeaba perros, hombres y caballos, ante cualquier hecho que le disgustaba, por mínimo que fuera; hacía uso de las muchachas antes de casarse (el derecho de eprnada); y hasta maltrataba a los árboles. Pero una noche oscura y sin luna salió montado en su caballo, quizá a una de sus visitas nocturnas, y ante un golpe bien dado al caballo, este relinchó, lo tumbó y arrastró, que luego al amanecer lo encontraban algunos caminantes madrugadores, y que al conocerlos ninguno lo auxiliaba, y la explicación de Don Rodrigo, cuando lo encontraron sus familiares, era que se les había aparecido el diablo, y que se le había metido al caballo, por eso es que le había dado una arrastrada fuerte. Claro, sin decir, que él había golpeado al caballo. Y al pasar los días las llagas no le sanaban, fue quedando flaco, hasta que finalmente murió.

 

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Todos somos cuenteros, aunque, a semejanza de que todos filosofamos, pero pocos son filósofos, los que se dedican a ello, los más, somos aficionados, lo mismo en el caso de cuenteros: hay quienes se dedican a ello, y otros hacemos muchos intentos de entretener con la palabra. Para ello se requiere habilidad verbal y teatralidad. Es decir, el cuentero (o cuenta cuentos) mantiene ese interés por lo que está contando. El público está literalmente pegado a su lugar, y los ojos y el oído muy atentos. Los ojos, porque el lenguaje verbal, el cuentero, lo complementa con lenguaje mímico. El oído porque no se quiere perder ni el zumbido de una mosca, que el cuentero imita con la onomatopeya correspondiente. En mi grupo yo siempre planeaba actividades en las que ellos contaban  alguna anécdota, cuento, leyenda, y lo que se pudiera. Es una excelente práctica. Y la propuesta de que los que no participaban un día, preguntaran a sus abuelos o papás alguna sobre alguna leyenda, y que se la aprendieran para contarla en el grupo. 

 

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Aquí una joya de César Henríquez: 

“ Esto le sucedió a mi papá, Chucho Henríquez,  una tarde en Manaure. Manaure El Salao, pa diferenciarlo del Dulce.  El esperaba, lo que aquí llamamos una ocasión, una oportunidad para viajar a Riohacha; estaba en esas, tipo tres de la tarde, cuando sintió un estropicio terrible de un camión que se movilizaba desde Uribia ( el que llevaba la ruta a Uribia), cuando el camión se aproximaba se dio cuenta que era el viejo Tolentino Brito. Papá le metió la mano: “Tole, Tole, Tole”. Tole paró como a 200 metros. Retrocedió: “Hombre, eres tú, Chucho”. “Sí, soy yo”. “ A dónde vas tú”. “Voy Pa Riohacha”. “Nos vamos, voy solo”. 

Se subió mi papá. Arranca Tole, con tanto brío, que por poco se lleva la punta de un rancho con la  carrocería, bueno, un disparate.  Agarró por todo el centro de la cabina. En eso unos chivos, se atravesaron. Le dice mi papá: “pítale, pítale, Tole, para que se aparten esos chivos”. “No llevo pito, Chucho”, dijo Tole. “Bueno, vamos palante, pues”, dijo mi papa. Y siguió dándole. Y cuando íban frente a Usique, (se aparecen) unos burros. Le dice mi papá: “Ya que no tienes pito, Tole, frena, porque te vas a llevar a esos burros”.  “Si, yo voy sin frenos, Chucho”. “Anda pal carajo, ni pito, ni frenos. Entonces vas a tener que andar con mayor cuidado. ¡Dale pues!” Cuando entonces un golpe atrás. “Oye, este carro ¿por qué suena tanto atrás?, Tole”. “Ah, es que se me han partido los platinos allá atrás, y los llevo amarrados con alambre”. Sigue Tole. Dice mi papá: “oye, y por qué no te metes por la vía del Sarampión. Es mejor vía” “S í, es mejor vía, pero tiene muchas curvas; ámonos mejor aquí por la orilla de la playa que es más derecho”. “Ajá, dice mi papá: ¿Y por qué?”. Dice Tole: “Porque la dirección ta mala, llevo las terminales malas; y con tantas curvas, de pronto me salgo en una curva de esas”. “¡Anda, la dirección tampoco sirve!  Este hombre cómo anda en este cacharro”.  Al fin llegaron a El Pájaro. Ahí pararon como pudieron raaan, raaan; se bajaron y se tomaron dos cervezas.  Ya eran casi las cinco de la tarde; cuando iban arrancar dice Tole: “tú no ves por allí algunos chinitos que nos empujen,  porque no tengo batería”. La batería daba bien pobre:  “¡anda!”, dice papá. “Es el motor arranque que no sirve, Chucho; es el motor de arranque que no sirve”, dijo Tole; “¡este animal se está arrastrando, más bien¡”, dijo mi papá.  A como pudieron, un poco de pajareros empujaron, y arranca ese animal, y va Tole como a mil; dice mi papá: “un momentito, Tolentino: Tú no llevas pito, no llevas muelle; no llevas freno, no llevas dirección, no llevas batería, no llevas arranque y esta velocidad que tú llevas, ¿quieres matarme? ¿Eh?”  “No, Chucho, es que tengo que llegar de día porque no llevo luz”. 

 

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Y para variar, junto a ello, hay dichos populares que, quedan como expresiones, y que en el contexto específico tienen una historia más amplia. Ejemplo: “tengo miles, dijo cajita”; aunque ese será otro tema. Mientras tanto consigno aquí ese poema popular e ingenioso que cada vez que se lo piden lo cuenta un vecino amigo mío:  

“Válgame Dios, qué memoria; cómo se me había olvidado, tan presente que tenía saludar a mi pescao; me saludarás al guao, que ha sido un gran profesor, y al pejelagaro pior, porque es eme gusta asao; salúdamela a la paleta  que es el pez que más pica, también a la tenguayaca, castarrica y palometa; y a la guabina discreta cuéntale toda mi historia, y al robalo que con gloria, por lo bajo se pasea,  salúdame a la icotea, válgame Dios, qué memoria”. 

 

Fotos tomadas de internet. Crédito a un servidor por la transcripción del cuento de Don César Henríquez y la del poema popular de mi vecino.

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