Los viajes

 Me gusta viajar, aunque en realidad lo he hecho poco. También me gusta manejar para hacer viajes en carretera. Lo disfruto mucho. Y por lo tanto admiro mucho a quienes también les gusta viajar y miro sus fotografías donde veo que andan por muchas partes, y si conozco a las personas y si hay confianza, entonces le escribo: toma muchas fotos, así, al verlas, sentiré como que estoy también viajando. Y luego, en efecto las suben y miro lugares preciosos de diversas partes del país, y en ocasiones, del extranjero. Viajar cansa, pero a la ignorancia. En consecuencia, los pies cansados van adquiriendo parte de la memoria de andar en otras partes, otras calles, entrar a mercados, iglesias, centros culturales, escuchar otras risas, miradas, y un largo etcétera.

 

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De niño mi padre me llevaba a Guanajuato. Específicamente a San Felipe y a León. Era enorme alegría subir al camión en la Central de autobuses y en pocos minutos, dormir. Despertar a eso de las 2 de la mañana y asomarte a la ventanilla e ir cruzando la intrincada sierra de Tamaulipas, mirar lucecitas que se movían en lo alto o en lo bajo y saber que eran vehículos; sentir el bamboleo de las vueltas en las curvas continuas que movían de  un lado y otro. Y horas después llegar a una centralita de autobuses y leer: San Felipe. De allí caminar algunas cuadras y llegar a casa de una tía u otra, y desayunar, jugar con los primos, mientras mi padre y su hermana se ponían al día en los sucesos de importancia para ellos. Luego íbamos a unas huertas a cortar duraznos y manzanas.  Allí nos quedábamos a dormir, y al día siguiente íbamos a otra casa, y luego viajábamos a León, y lo mismo. En uno de esos viajes llevé mi flauta dulce de la secundaria, y la perdí en el camión de ida. Ya en León, antes de regresarnos a Matamoros, me compraron otra, para que no batallara con mis clases de música en la secundaria.

 

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Cuando manejo en carretera me olvido de todo. Que el tanque tenga suficiente gasolina, y las llantas vayan bien infladas. Lo demás es lo de menos. Regularmente manejo de día. Antes lo hacía también de noche. Pero vinieron los problemas de seguridad, y ha sido mejor resguardarse en la claridad. Quizá fue en un viaje por carretera que hice en 2008 de Viallahermosa a Matamoros, que tomé la decisión de no volverlo hacer (por carretera), hasta hace tres años a la fecha que he vuelto a tener confianza de transitar por las carreteras del país. Hay un tramo muy solitario de Altamira para llegar a Soto La Marina y de este al entronque con la carretera Ciudad Victoria-Matamoros, lugar en forma de T, que le dicen Los Rayones, y que está a unos 30 minutos de San Fernando (aquí fue donde localizaron una fosa clandestina con 193 cadáveres en en 2011, y antes 72 migrantes en el 2010). Pues en ese tramo solitario vi vehículos calcinados abandonados en la orilla de la carretera. Con hambre pasamos a un restaurant de hotel en Soto La Marina  y estaba cerrado. En Los Rayones había una gasolinera supergrande, con estacionamiento grande para descanso conductores de vehículos y trailers, y estaba cerrada. Finalmente a la salida de San Fernando (municipio que se encuentra entre Ciudad Victoria  y Matamoros) pasamos a un restaurant que se veía seguro, las mesas las limpiaron para quitar el polvo, no había ni moscas, nadie más llegó a consumir mientras nosotros desayunamos; en el rostro de las personas que atendían se les notaba el miedo. Me dije: este es el último viaje por carretera que hago hasta que no se componga el país.

 

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Me gusta manejar y viajar, en esos momentos voy escuchando música. Mucha música. Me preparaba con esas carpetitas donde cabían 20 o 25 cds. A veces escuchaba y las cantaba también. Era seguro que al dejar Veracruz y al entrar a Tampico ponía discos de música norteña, en la que suena mucho el acordeón y el bajo sexto. Entrando a Matamoros ponía las de Rigo Tovar y Javier Passos. Y de regreso, al dejar Veracruz y entrar a territorio tabasqueños ponía la música de Chico Ché y Dora María. Nos invadía una gran alegría por muchas razones, una de ellas era porque ya estábamos cerca del lugar de destino y otra, porque hasta ese momento todo había sido sin contratiempo.

 

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Nunca tuve un percance de ponchadura de llanta en esos viajes, y menos un choque o salida de la carretera. La clave es revisar bien el vehículo desde una semana antes y hacerle las reparaciones necesarias, avisando al mecánico que va uno a salir de viaje, y muy importante, no manejar dormido. Claro que el tramo Villahermosa-Matamoros, que en total eran 22 horas de viaje, lo dividía en dos. El punto medio es Poza Rica, Veracruz. Allí era nuestra pernocta. Solo una vez que en Poza Rica, ya en la mañana, para salir en ruta a Villahermosa, el auto no arrancó. El estacionamiento estaba en subterráneo. Ya cargado el auto con las cosas, salí y me senté en una banqueta. Eran como a las 6 de la mañana. Me dije: hay que esperar a que sean las 9 y buscar un taller eléctrico automotriz. A eso de las 7 llegó un taxista a dejar un pasaje al hotel, y me acerqué para preguntarle por un taller, y le aclaré que yo traía poco dinero. Me dijo, como un ángel: te voy ayudar a sacar el auto del garege-sótano. Y luego a ver qué hacemos. Traía lía y gancho para amarrar el auto. Metió de reversa el taxi. Amarró los autos. Y me sugirió que cuando saliéramos a la calle con los autos hiciera el intento de encenderlo. Así le hice y funcionó. Me dijo el ángel: sigue y no te pares. Cuando cargues gasolina, avísale al despachador, y no lo apagues. Y así le hice, logrando llegar sin contratiempos a la bella ciudad de Villahermosa.

 

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El viaje más largo que he hecho por carretera es de Villahermosa a la ciudad de Holland, Michigan, EEUU, ciudad que está a unas 3 o 4 horas de la frontera con Canadá. Y el lugar internacional es a La Habana, Cuba. En otros textos detallaré esos viajes. Cada viaje tiene sus propias características y con aprendizajes distintos. Cuando estábamos en la Normal hice dos viajes largos. Uno de ellos con el grupo, de Matamoros a Cancún, inolvidable. Y otro en rait con un grupo de amigos de la Normal. Que fue solo un tramo en tren, de Matamoros a Monterrey. Y de allí en rait hasta llegar a la ahora Ciudad de México, regresando vía Veracruz, Tampico, Ciudad Victoria y terminar en Matamoros.

 

Las lecturas son otros viajes. Y allí sí le he dado vuelta a la hilacha: Paris, Moscú, Praga, Madrid. Buenos Aires, y otros lugares. Y más increíble que sean viajes a través del tiempo, pasando por la mítica Itaca, Atenas, Esparta, la vieja y ruinosa Roma, etcétera.

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