Libros viejos

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Para quienes les gustan leer, las librerías de viejo son lugares paradisiacos. Para quienes no, pues no, pero no estaría mal que se echaran también un chapuzón en esos lugares y podrían encontrar un libro que se acomode a sus emociones de momento, como puede ser un duelo, una traición, una ausencia, o un amor desproporcionado, o recetas de cocina. Yo recomiendo esos lugares porque he tenido la oportunidad también de vender libros usados, aunque por poco tiempo, y tengo amigos que venden de ese tipo de viejo.

 

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No se comparan a los libros nuevos, si lo vemos desde un punto de vista ortodoxo, pero si enfocamos nuestra idea a que cada uno de los libros que venden allí tiene historia propia, sea porque tiene un nombre, una mancha de café o la dedicatoria del autor, o la de un muchacho que regala el libro a una muchacha que pretenda. Suele suceder que a veces vienen con un pétalo seco, una nota, un recado, o un número telefónico. Y vale la pena, en este último caso hacer la llamada, y hacerle saber a la persona que conteste, que hay un libro con historias de amor que tiene unas iniciales y ese número de teléfono.

 

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En la ciudad de México hay un sinfín de estos tesoros en las librerías de viejo. Yo a veces sin dinero me sumerjo allí, y salgo con nada, y otras veces me animo a comprar un libro o dos, que siempre había querido leer, que me recomendaron, o simplemente me llama la atención por el tema. Entonces lo tomo cariñosamente y empiezo a hojearlos. Y voy encontrando en sus palabras lo que busco. Lo que me falta. Lo que dejé pendiente. Lo que no me atreví hacer. Yo imagino, por ejemplo, que Epigramas de Ernesto Cardenal, un librito rojo, de forma cuadrada, de Editorial Siglo XXI, ha de tener el eco de risas, el chasquido de besos, y cuando el amor eterno se acabó, ha de tener lágrimas de dolor y despecho. O de agradecimiento si la persona que lo regaló ya no está en el plano terrenal, como se dice eufemísticamente en lugar de que falleció.

 

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Los libros de nuevo tienen el glamur del papel recién estrenado, y el inconfundible olor a tinta mezclado con el olor del pegamento. A veces es una reimpresión, o de plano primera edición. Son nuevos. Pero les falta mundo. He entrado a librerías de nuevo, y salgo triste por el precio que tienen, más si son importados. Entonces el bolsillo sufre y se vacía con apenas un libro cuando mucho dos. Triste por eso. Por lo demás contento por tener en mis manos un libro que quiero leer, y que voy a empezar una nueva aventura.

 

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En cambio los de viejo tienen el glamur de lo que llaman retro o vintage. Páginas amarillentas que reflejan otra época que también fue un presente que se fue. Y que vuelve solo a través de los recuerdos, y a través de un libro que en sus entrañas nos trae otros momentos, y mejor si se refiere el autor a otros tiempos. Anda uno entre los libros ordenados según los temas, cuyos letreros avisan. Yo me pierdo entre los de literatura. Y a veces encuentro alguno del que nada sé, un autor desconocido, pero el solo título me llama la atención, y más si le leo el primer párrafo, y logró ese desconocido hacerlo interesante. Entonces le apuesto al azar de la selección, y lo compro, por lo regular me llevo una gran sorpresa, de haber encontrado una joya, de la que yo nada sabía. Me pasó con la novela Hambre, de Knut Hamsum, y con los Cartas de la Rue Taibot, de William Saroyan.

 

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Yo tengo tres grandes amigos que venden libros de viejo en Villahermosa. Cumplen ellos con el perfil de vendedores de libros: saben del tema, y en muchos casos, de los autores, son lectores voraces. En la Calle Lerdo, casi llegando a la 5 de Mayo, afuera del Café La Antigua, está Pedro Luis Hernández y Chucho Pérez. Tienen de todo tipo de libros en unas mesas provisionales. Aparte de libros de viejo, tienen discos de vinilo y los cd premodernos, con buena música. Y además se arma buen ambiente en ese lugar, porque están las mesas y sillas, para tomarse un buen café, para luego de adquirirlos uno puede empezar a leer el libro, y tomar algunas fotografías de ese lugar, porque tiene una arboleda con flores amarillas, gatos que posan, escaleras en calle, y a veces guapas modelos que posan para fotógrafos profesionales.   Pero decía de los libros de viejo. Tienen de lo mejor en literatura, ciencia y arte. También tienen un círculo de lectura y un taller literario, coadyuvan a organizar lecturas de obra, presentaciones de libro, exposiciones, toquines, etc. Cabe destacar que es uno de los lugares más bellos del centro de la ciudad.

 

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Y en la calle Sáenz, o a veces también en la calle Lerdo, se pone mi amigo Rabelais (Rabelé), todo un personaje musicólogo, y especialista al cine, de lo cual escribe, y ahora graba cápsulas de temas diversos. Tiene libros y discos. Y una charla amena. Se le reconoce por ser vendedor incisivo. Yo a veces me siento a platicar con él. Le leo algo de lo que escribo, y se desquita de eso, al leerme él de lo que escribe. 

 

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Gran parte de mis libros, que por cierto no son muchos, los he comprado en las librerías de viejo. Pero ya todos los que tengo tienen esa categoría. Me gusta comprar los que tienen evidencia de uso, anotaciones, sellos, algún pétalo, dos corazones flechados, una mancha de café o lágrima. Pero que también sea libro que quiero leer. En otro texto les platico de algunos de estos libros.

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