Recuérdame

 Permítanme que les diga un secreto, y nadie se me ofenda, por favor; lo digo en uso de  licencia literaria con el fin de platicar una experiencia de anoche: no creo que los espíritus de nuestros fallecidos vengan ni el 1, ni el 2. O cualquier otro día de noviembre. No cabe en mi imaginación, ni lógica. Pero soy muy respetuoso, y me sumo al fervor sobre el tema con mucho respeto y también visito el panteón donde reposan mis familiares que han trascendido a otra dimensión. 

Lo anterior para comentarles que la madrugada de hoy me visitó un amigo fallecido hace ya tres años. Yo había salido a Jalpa, la ciudad que está a 30 kilómetros de Villahermosa, y había movimiento allí como cuando se están instalando los comerciantes ocasionales que van de feria en feria. Y tuve la idea de visitar a su esposa e hijos, luego de varios años de no hacerlo. Como había crecido mucho la ciudad, no reconocía fácilmente las calles, aunque andaba por el rumbo. Así que andaba por el rumbo pero algo perdido, sin prisa iba recordando lugares de hace cuarenta años, como alguna cervecería que frecuenté, un restaurant o la casa de alguno de los amigos de ese lugar. De pronto al voltear hacia un costado lo vi, a mi amigo, era real. En noviembre, mes de las ánimas, fallecido ya hace dos años, y allí, sonriente, saludable. Nos saludamos a la manera de estos días. No recuerdo bien si con codos o puños. Le dije a dónde iba yo, a su casa, a visitar a su familia. Él me dijo que iba a una escuela, que lo habían invitado a ser jurado en un concurso, que su familia no estaba allí, que andaba en otro lado, nos despedimos olvidando el protocolo sobre la pandemia, nos abrazamos. Y entonces me di cuenta que es muy cierto, que efectivamente el 1º el 2, o cualquier día del mes de noviembre, hacen su viaje, comen algo, saludan, nos sonríen, arreglan algún pendiente, y se van para volver al año siguiente. 

 

2

Cambiando de escena. Cada vez que entré a un grupo nuevo asignado de telesecundaria, les platicaba del leñador que tenía su familia y el sueño de comerse un pavo él solito. Once hijos como escalerita tenía. Y cuando regresaba de trabajar, sudado y cansado con su carga de leña, le preguntaba a su esposa sobre lo que iba a comer. Y la respuesta siempre era: “frijoles”. Hasta que un día le preguntó y la respuesta daba cumplimiento a su sueño: “¡Hoy vas a comer un pavo!” . De inmediato lo sacó y la decena de hijos se pusieron alrededor con hambre para recibir una parte. La madre los apartó, porque el sueño de él era comerlo él solito. Así le dijo que se fuera al bosque y así lo hizo. En un claro de la espesa arboleda se sentó en el suelo, cortó una pierna suculenta, cuando escuchó el ruido de un caballo pisando la hojarasca. Era un charro que ya cerca le dijo: “Macario, invítame un pedazo de tu pavo, tengo mucha hambre”. El leñador le dijo que no, que su mujer había hecho un esfuerzo para que él lo comiera todo. El charro le mostró los botones de oro de su chaleco, y se los ofreció a cambio de una parte del pavo. “Mira, con estos botones te puedes comprar varios pavos, cinco, diez”. Macario le reiteró el “no. Y entonces el charro se alejó.

Para esto los alumnos del grupo, muy atentos, ya se habían dado cuenta de la historia y algunos levantan la mano: “Profe, esa es una películo que pasan siempre en televisión estos días de noviembre”. “Exacto”, les respondo. “Deja que siga el profe, no lo interrumpas”, dicen otros. Y sigo:

“Ya estando Macario a punto de darle una mordida a su pieza (presa, así se dice en tabasco) del pavo, escucha que alguien se acerca casi arrastrando los pies, y apoyado por un bastón. Levanta la mirada y ve a un anciano encorvado, de cabello y barba blanca, largos. Y este le pide lo mismo que el charro. Tiene hambre. Un pedazo de pavo. La respuesta de nuestro personaje es la misma “no”, y se lo reitera ante la repetición de lo pedido con súplica. Entonces el viejito se va.

Y de nuevo, a punto de darle la primer mordida, escucha unos pasos de zapatilla, voltea a ver y su mirada encuentra a una mujer de buenas intenciones y cuerpo de bailarina de ballet, con falda corta y vestido rojo, pegado. Lo mismo que el charro y el anciano, la mujer pide por hambre una pieza del pavo…”. 

Aquí interrumpo, y le pregunto a los alumnos si creen que Macario le va a invitar o no a esa mujer atractiva. Ellos en coro contestan que “¡no!”. Y los decepciono al decirles que sí, y le da no solo una pieza:

entonces toma Macario el cuchillo, corta el pavo a la mitad, y una de ellas le da a la joven señora. Esta se queda sorprendida y le pregunta de por qué al charro con su ofrecimiento de botones de oro; o al viejito tampoco le da, y a ella que es joven, que puede trabajar, a ella sí le da. Macario le explica: el primero, el charro, era el diablo, y el segundo era Dios; ellos no necesitan, y tú erres la muerte. Si no te invito me llevas y no como nada. En cambio al darte la mitad, mientras tú comes esa parte, yo como la otra parte.

Aquí me detengo, suspendo la narrativa, y les digo que mañana continúo. Ellos en coro me piden que siga, y es cuando saco el libro de B Traven, de nombre Macario. Y les digo que todo lo que conté, y todo lo que sale en la película (con guion adaptado), viene en ese librito, que quién se lo quiere llevar a su casa para leerlo, y todos levantan la mano.

 

3

Por muchos meses, quizá dos años, me resistí a ver la película Coco (2017). No tengo alguna razón clara de por qué no. Por más que muchas personas me la recomendaban. Finalmente la vi y la recomiendo. A Miguel le gusta tocar la guitarra. Accidentalmente entra al mundo de los muertos. Y para regresar a los vivos lo puede hacer solo si un familiar difunto le da permiso podrá volver con los vivos, y su tatarabuela le condiciona el permiso si promete que no será música como lo fue su tatarabuelo, el esposo de ella, y que los abandonó. Como Miguel se niega a jurar tal cosa, se dedica a buscar entre los muertos a su tatarabuelo músico, de ojo alegre. Etc. Digamos que se mete una basurita en los ojos al escuchar la canción que Miguel, ya en el mundo de los vivos, le canta la canción Recuérdame, a su abuela, quien con Alheimer, la escucha y la recuerda, porque su padre se la cantaba  cuando ella era niña.

 

4

“Recuérdame,/ hoy me tengo que ir mi amor/ Recuérdame,/ no llores por favor/ Te llevo en mi corazón y cerca me tendrás/

A solas yo te cantaré,/ soñando en regresar/ Recuérdame, aunque tenga que emigrar/ Recuérdame,/ si mi guitarra oyes llorar/ Ella con su triste canto te acompañará/ Hasta que en mis brazos estés… “

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