Día de muertos

 1

No era el tiempo de la ida. Quedaron muchos pendientes por escribir, recorrer, por emprender. Lo que no se dijo. Los besos guardados. Los abrazos esperados. La llamada pendiente. Siempre creímos que había mucho tiempo. Por hacer todo a partir de mañana. El tiempo nos fue cercando. Nos puso entre la espada y la pared. El boleto del tren de ida y regreso se quedó sin uso. Se quedó guardado el perfume para ocasiones especiales, lo mismo que la ropa y los zapatos: para usarlos en “casos especiales”. Y quedaron allí, en el clóset, a la espera. No era el tiempo aún. ¿Y cuándo es el momento apropiado? No hay respuesta. Solo que nos hizo falta tiempo para acomodar las piezas del rompecabezas de la vida. Para encender el fuego con fricción de piedra encarnada. Para dar el beso anhelado. Mas hubo silencio. Y más silencio. Razones de por medio.

 

 

2

Día de difuntos. Día de la hermandad entre la realidad y los sueños, los anhelos. Día de los apegos a lo que ya no está más, pero que estuvo. Día de los recuerdos, la lágrima detenida en el borde. Día de abrazos al aire. De entrecerrar los ojos para que lleguen a visitarnos. Los vemos nítidos. Abren sus brazos. Y nos rodean con fuerza. Vemos sus sonrisas. Sus guiños. Sentimos su tibieza. Hacemos recuento de todos los buenos momentos. De la palabra de aliento que nos dieron. Del aliento mismo junto a nuestro rostro. Es un abuelo, abuela, madre, padre, hijos. Es un amigo que nos dijo adiós mientras se retiraba envuelto en neblina. Es el día de ellos y nosotros en el juego de los tiempos. Es el día de la vida en comunión con la muerte. La calaca, la pelona, la dientuda, la huesuda. La que nos espera con paciencia. La que nos acompaña. Es moneda donde conviven en sus dos caras la vida con la muerte. Es la hoja seca, el perro muerto. Es el árbol cortado. El mar contaminado. La basura que se acumula. Es el día de mirar de frente la última estación. De acariciar a nuestros hijos y abrazarlos. Es el cempazúchitl. El pan de muerto. El altar con las comidas y bebidas favoritas. Es el polvo eres y en polvo te convertirás. A la tierra has de volver. Es la madre tierra abriendo sus brazos en forma de socavón a nuestra medida para recibirnos amorosa. Es el fin, es el principio de la vida eterna. Es reintegrarnos al origen. Es el cierre del paréntesis que empezó donde la nada.

 

3

Mis amados muertos: Leonor y Juan, mis padres, de quienes tengo su mirada, y su forma de hablar. Ernesto, mi cuñado mayor, hermano, quien me contó y escuchó, y escuchamos juntos a los Alegres de Terán. Don Guillermo Morelos, doctor, que fue de mi familia en Tabasco, con quien acudí cuando mis cuitas, a su consultorio y su casa. Miguel López Cervera, que recién se fue, lagarto mayor. No olvido Miguel, tu manera directa de ser, y cuando en mi cumpleaños 45, en Casa de la Cultura de Cunduacán, me cantaron el Himno a la alegría en alemán. El Gordo Jacinto Villela, con quien canté corridos en la escuela Normal, y en los camiones también. Maldita diabetes, lo atracó. Ciprián Cabrera Jasso, poeta tabasqueño, quien me distinguió con su amistad, y cuyo nombre lleva mi andador, en su honor. Lupe Morín y los hermanos Jorge y Manolo Castillo, mis amigos y hermanos de antes de los veinte años, con quienes pasé compañía tantos momentos. 

Efraín Gutiérrez Arias

, uno de los mejores narradores de Tabasco, amigo, a quien acompañé en las malas y peores, y que me impulsó a seguir escribiendo, siempre mi aprecio, Efraín. Alejandro Santana, mi cuñado menor, de mis afectos, sencillo, trabajador. Toño Sansores, médico amigo, de gran corazón. 

He sabido de los golpes de la vida. Donde te quedas sin hablar, ni aliento. Solo pensar, de la fragilidad de la vida. Lo efímero de nuestro paso del tiempo. Aquí están ya, este día que celebramos el día de los fieles difuntos. Nos pondremos a platicar. De lo tanto que ha ocurrido, desde que partieron a otra parte sideral. Tomamos café y tamal. Nos abrazamos. Reímos. Cuento de aquí. Cuéntenme de allá. Este café no tiene azúcar. Me cuido. Qué bien. Este tamal no es de allá. Y tomo la guitarra. Y nos ponemos a cantar. Yo les abrazo ayer. Hoy. Y mañana. La vida es circular. Lo nuestro es pasar.

 

4

Quién (Para Charles Aznavour +) 

Quién besará mi cadáver. Quién me soñará. Y buscará en los recuerdos algo que le haga llorar. Quién escribirá una palabras en la red. Para hablar de lo bueno que era. Suele suceder. Quién dirá el discurso fúnebre. Y entreverá las pocas luces, si las hay y las muchas sombras. Quién hablará de razones. Quién llegará de compromiso. Quién rezará con fervor para que el alma cumpla el rito. Quién quitará de los libros el polvo. Y pedirá algunos para sí. Se asomará a las guitarras. Para encontrar el reflejo de la luna o del cielo. Que algunas veces captaron. Quizá la risa. Quizá la rosa. Sé lo que quiero decir. Quién pronunciará mi nombre en silencio y con amor. Quien pedirá el minuto de silencio o de aplausos. A qué hora será el entierro. Y quién evocará lluvia y canciones. Quién contará anécdotas de lo que viví, de lo que lloré, de cuando caí. Quien se acordará pasados los minutos de cuando ya no esté. Quien buscará entre lo escrito alguna nota especial. Quien se acordará que era Charles Aznavour uno de mis favoritos. Con su Bohemia. Y Venecia sin ti. Y Álvaro Carrillo, con su Andariego, con su Cancionero. Quién pedira el espacio para cantar Dios nunca muere, de Macedonio Alcalá. Quién pondrá los discos de mis canciones. En pleno velorio. Y quién se molestará por eso. Quién acariciará mi cadáver. Envuelto ya en la memoria del celofán. Con el destino del polvo. Quién volverá a visitar la tumba. Y escribirá una letra para dejar la huella y de ofrenda una lagrima y una flor. Al fin quién me extrañará y cuánto tiempo.

 

Fotos de internet

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam