Cuando salí de Cuba dejé enterrado mi corazón

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Me gusta viajar, pero no he sido viajero frecuente. Cuando he salido lo he disfrutado; mas para salir lo pienso mucho. Y nunca he utilizado ese crédito fácil y usurero de viaje ahora y pague después. Tengo amigos y amigas que viajan mucho y los admiro, no los envidio. Les mando mensajes y les digo que suban fotografías, porque ellos viajan con mis ojos, o que en su mirada va también la mía de polizón. Es grato verlos en las montañas, en los pueblos mágicos, en las grandes ciudades, en iglesias pequeñas o catedrales, en centros culturales de otros estados o países. Los amo cuando suben las fotografías y los veo radiantes. Recorro cada una de ellas, y me solazo ante sus miradas alegres, de navegantes, de turistas, en grupo, en lo individual, con sus familias, con sus pares amigos y parejas.


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Ya he comentado que Joan Manuel Serrat es uno de mis cantautores favoritos. Sobre este tema de los viajes tiene muchas canciones, pero hay una de amistad perenne representada por dos amigos, Juan y José, quienes uno viaja como un verdadero "pata de perro", y otro se queda anclado en el poblado donde nacieron,  pasaron su infancia y adolescencia. José viaja por todos los confines del universo, pero le escribe a Juan cartas con los colores y sabores de los viajes, y a través de estas, José siente como si fuera también conociendo los lejanos lugares que recorre su amigo. Y a los 60 años se vuelven a encontrar. Etc. 


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Desde niño me encanta viajar. Bien recuerdo que el maestro de Geografía de secundaria lo primero que nos decía era que la materia se aprende mejor viajando, "así que cuando sus padres los lleven a algún lugar, vayan con los ojos bien abiertos, y lleven un cuadernillo para ir escribiendo algunas cosas que vean y les gusten, y van a tener diez en ese mes por ese texto de viajero". Así lo decía  mi maestro de geografía en la secundaria federal 2 de Matamoros, Adolfo Guevara Treviño, de mediana edad, de color rojo, sonriente siempre, afable en el trato, didáctico en la enseñanza. Así que mis dieces en esa materia de secundaria los obtuve con textos de caminatas en mi colonia, en el centro de la ciudad, y cuando mi padre me llevaba a Guanajuato. En unos de estos viajes recuerdo que llevé mi flauta dulce de la materia de música, y la perdí en el viaje de ida. Fue todo un drama al bajar del autobús y darme cuenta que la había perdido. Y recordarle a mi padre cada día de mi flauta, hasta que un día antes de regreso León-Matamoros, mi tío Epifanio nos llevó al centro de la ciudad de León a comprarme otra flauta.


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Ayer vi una foto del 2019 que subió en su muro mi amigo Cristobal Maldonado Villarreal, y es del interior de un parque de beisbol en Estados Unidos. Otro amigo, Rafael Muñoz Navarro , le pregunta que si es el parque tal (allí escribe el nombre). Y Cristóbal le responde que no, que es el de New Orleans, Louisiana. Y así me sucede con otras fotografías que suben otros amigos y amigas; una de ellas Antonella Rodriguez Salazar, de muchos lugares por donde ha caminado y disfrutado. Me da gusto verlos radiantes. Les mando un abrazo. Y he visto muchas fotos también de amigas que están en equipos de cachibol, Edith Herevia Quintanilla y Juana Elia Lino Jaime, y han recorrido muchos lugares del país.


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Tengo un libro inédito de viajes (siendo pocos me da hasta pena); uno  que realicé a Holland, Michigan en 1993; otro a Mérida (2002, viaje de trabajo), y otro más a La Habana, Cuba (Pedagogía 2003). Los textos son anecdóticos. Iba en ellos con los ojos y oídos bien abiertos, por la recomendación de mi maestro de geografía. Yo espero que estos textos del libro los pueda localizar, para revisarlos y buscar su publicación en libro. Si no, pues ni modo. Aunque trataría de rehacerlos, porque tengo las vivencias en mi memoria, que aunque es de Megabytes, no de Giga Bytes, por allí andan aún hormigueando para salir en forma de libro. 


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Cuando salí de Cuba, es cierto que dejé enterrado mi corazón. Esas morenas y mulatas, esos ritmos musicales, esa alegría del vivir y resignación también, esa hospitalidad de los cubanos, esa dignidad en la pobreza, esos conocimientos, esa gallardía de su gente, ese ingenio. Por supuesto que uno se enamora. En esa parte del libro rescato la hospitalidad de Silvia González Guerra, compositora; de Inés, cantante jubilada y el café cargado en la sala de su casa, de Miguel que nos llevó a ver un partido clásico talla serie mundial entre los equipos Industrial Habana y Barrio Habana, en uno de ellos jugaron los Salazar , el Duque y su hermano, que luego jugaron en  las grandes ligas con Yankees de Nueva York. 


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En el viaje a Holland, Michigan, recorrí en auto pequeñito, con mi familia, la ruta Villahermosa-Matamoros-Michigan, lugar este donde viven sobrinas y sobrinos (María- Maria Del-Carmen Chavez, Paul Dulce Solano, Joe Jr y George), con quienes pasamos días formidables que quiero repetir.


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En el viaje a Mérida escuché la historia de la canción Peregrina, de ojos claros y divinos, (Alma Reed, periodista estadounidense que se enamora del gobernador Carrillo Puerto) contada por un viejo guía de museo, el modo de hablar de los hermanos yucatecos, su fenomenal cocina, la limpieza de sus calles, la función de la policía que es realmente cuidar y proteger a las personas, y tantas otras cosas más que nos impresionan de ese estado, aunque estuvimos principalmente en Mérida, llamada la "ciudad blanca".


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Ese libro inédito incluye también mis recorridos de niño y adolescente en la ciudad donde nací y crecí, que es Matamoros, Tamaulipas. Las batallas (diría José Emilio Pacheco) en el semidesierto; las peleas con guantes en el callejón 6 de la Treviño Zapata, mis incursiones para nadar en el canal Soliseño y en la alberca, los amigos, las serenatas, mi novia primera y segunda, etc.


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Volviendo a la canción Juan y José, de Joan Manuel Serrat, la transcribo completa, y acomodada en prosa, para un disfrute mejor:


"Juan y José sentados contra el muro del frontón hacían planes mientras reponían fuerzas. Dudaban entre ir a la escuela o al río a pescar, cuatro cangrejos para la merienda. Nadie jamás vio amigos más unidos que esos dos que a un tiempo descubrieron el fuego del licor, el brillo del dinero, el automóvil, el cine y la mujer. 


Tibio era el Sol, ancha la mar y el mundo aún por estrenar. A Juan y a José se les acabó pronto la niñez segada con la mies, pisada por los bueyes. Y mientras José tomaba los caminos de la mar el otro le despidió desde el muelle. Del que se fue llegaron cartas con olor a ron cargadas de promesas que Juan leía mientras ponían la mesa y releía sin prisa en el café. Caña dulce, mamey colorao, verde la palma, blanca la garza, con un ojo abierto, en la charca, vigila el caimán. Cómo puedes conformarte, Juan con un solo cielo si hay toda una América del otro lado del mar. 


José viajó de las Antillas a la Cruz del Sur, Huaquero en Fundación, buhonero en la Puna, cafisho en un quilombo flotante en el Paraná, y con los años llegó a hacer fortuna. Juan se quedó trabajando la tierra y se casó con su novia de siempre. Después los años discurrieron mansamente... Frío en invierno y en verano calor. Tibio era el Sol los días que llegaban cartas de José. 


Juan y José volvieron a encontrarse en el frontón medio siglo después, y como si tal cosa Juan preguntó: «¿A cuál le vas... azul o colorao...?» y respondió el indiano: «Al que vaya a esa moza... Qué cosas, Juan, tanto rodar y estamos otra vez en donde lo dejamos...» «Pero a ti, Pepe, que te quiten lo bailado... Y gracias, Pepe, por llevarme a bailar.» Caña dulce, mamey colorao.


Tú cabalgabas y yo iba a la grupa en las largas tardes junto a la estufa del viejo café. Con las alas de tus cartas, José, atravesé todos los cielos de América contigo, ¡Amigo!"


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Me consuelo diciendo que viajo a través de las lecturas. Ah, pero nomás que pase eso de la pandemia, "pies pa qué los quiero".


Fotos donde yo salgo, son de La Habana,  de mi archivo personal; la de Cristobal es de su muro; la panorámica donde hay una plaza es Mérida, donde hay flores es Holland, Michigan.

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