Las fotografías

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Mi madre no se dejaba fotografiar. No le gustaba. Cuando intentábamos sorprenderla, en automático aparecía su antebrazo cubriéndose la cara. Por eso es que hay pocas de ella. Me hubiera gustado que tuviéramos más. Las últimas fueron dos años antes de su muerte, cuando de manera sorprendente, se dejó tomar fotos con mi papá con mis hijas y conmigo. En el ataúd, ya no me animé a fotografiarla, aunque es una costumbre de muchas familias del centro del país, de donde ella era originaria. Pero me imagino  su fastidio por mi intento, y su brazo cubriéndola.

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Me gusta la fotografía, como muchas otras cosas más. Cuando tenía 33 años tomé un curso que incluía el revelado. De allí quedaron algunos negativos, revelé algunas que formaron pardee una exposición de demostración de lo aprendido Las prácticas incluyeron retrato, de tumbas y de calle. Fue muy grato. Muchas personas me recuerdan en esa edad de 33 a 50 años con mi inseparable cámara fotográfica Nikon. La primera era de rollo, que compré en Harlingen, Texas. Muy buena, de mil batallas, que finalmente sucumbió en La Habana, donde se me cayó, y rompió. estaba precisamente en la Plaza e la Revolución. De fondo la mítica imagen del Che Guevara. Luego he tenido otras, ya con tecnología digital, aunque su mecanismo sea reflex. No soy fotógrafo. O más bien, soy fotógrafo aficionado.  

3

Cuando tenía 18 años, y fuimos a los juegos internormales a Madero-Tampico, llevé una cámara profesional prestada. Un fotógrafo amigo, al que llamaban El Durango, me dio la facilitó. Yo, aparte de participar en atletismo (800 y 1500 metros), iba también acreditado como periodista por nuestro periódico El Opositor, cuyo director era Raúl Paredes. Luego de mi competencia, donde quedaba muy pocas veces  pasaba a la siguiente ronda, nunca a la final, me escabullía en los demás eventos, como en los de declamación y oratoria, donde participaban excelentes amigos, como Celso Reyes y Joel Zúñiga Castillo. 

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Me gusta ver las fotos que suben al internet mis amigas y amigos de cuando eran jóvenes. Porque así conocí a varios de ellos. A la mayoría los reconozco fácilmente, porque su esencia no cambia. Algunos tuvieron la oportunidad que sus padres tuvieran cámara, así que, dichosos, tienen muchas. Otros tenemos menos, muy pocas. Allí me asomo a ese tiempo remoto de los 17-25 años. Dice Don Jesús Martínez, un amigo originario de Silao, radicado en Tabasco, como yo, dice: "éramos guapetones". Y yo miro fotos de mi primera y segunda novia. Y reflexiono que seguimos siendo los mismos. Porque la fotografía es solo la idea exterior de nuestro interior. Se adivina hoy la misma risa de ayer. Digo los mismos, sobretodo par mi consuelo, que ando arriba ya de los sesenta. "Pero se le nota menos", me dicen. Y pregunta mi ego, ¿como de cuántos?  "Como de 59", me responden jocosos.

5

Tengo un exalumno que corta el cabello y lo corta bien. Apenas acabo de encontrar su local. Luego de que me lo terminó de cortar, me peinó y quitó la capa, le digo al verme casi pelón en el espejo: "Me quitaste como 20 años". Y festivo y vacilando, porque tenemos amistad, tengo amistad con toda su familia, me responde: "no tantos, profe, apenas le quité unos dos o tres".

6

Ayer me di un festín al revisar parte de un montón de fotos que tengo. Muchas de ellas mal tomadas. Pero entró de lleno en mi la nostalgia (no tristeza) por los años pasados, donde no solo en la memoria, sino en fotos hay constancia de muchos hechos de mi vida laboral en telesecundaria: bailables, coros, teatro, promoción a la lectura, deportes, experimentos. Ya escribiré específicamente sobre esas actividades. Y tengo en archivo digital dos discos duros llenos de fotos de viajes a Matamoros, incluyendo las fotos de la nevada del 2002, y que un vecino, uno de los cuates Gómez,  cada diciembre que nos saludamos, me dice: "oye, ¿cuándo traes las fotos de la nevada?". Porque me vio tomando muchas fotos de ese histórico momento en la frontera norte. Y siempre le respondo que el próximo año. El próximo.

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Como yo he sido mal fotógrafo. Pero lo era más cuando fuimos a los juegos internormales, y Joel Zúñiga lo sabía, sutilmente me dio indicaciones de que le tomara precisamente en la fracción de segundo donde el tiene el brazo o los brazos estirados, como todo buen declamador. O cuando el orador enfatiza con sus manos. Él se daría cuenta que la tomé en el preciso momento por la iluminación del flash. Él estaba en lo suyo, cuando vio que me le puse al frente. Él levanta los brazos, y espera ver el flash. Este no aparece. Se retrasa el flashazo. Él sostiene algunos segundos sus brazos en lo alto y abiertos. Hasta que finalmente enciende el flash. Fueron segundos que parecieron eternos. Lo mismo lo mismo para mí, que para él. Finalmente quedó. Luego cuando en estos años a la fecha acordamos esta anécdota, nos reímos sobremanera, como solo Joel sabe hacerlo mejor, a carcajada abierta.

8

Del tiempo ido. Solo recuerdos. Y algunas fotografías, en las que la química hizo su parte. Y nosotros lo propio con nuestra sonrisa, o rostro serio, tratando que la imagen nos de impronta de importancia legendaria, para cuando la miraran las nuevas generaciones. Y muchos años después un niño pregunte a su madre o padre en la bodega: "¿y este muchacho quién es?" Y su madre le responda: "es tu bisabuelo Antonio, el que vivió en Tabasco".

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Del cantautor Luis Eduardo Ante, fallecido en 2020 "Queda la música" :

Miro el instante que ha fijado/ la fotografía,/ ríes con la timidez de quien/ le avergüenza la risa./ Quince años que sujeto entre mis brazos/ al compás del último disco robado.
Nada queda en ese trozo de papel,/ todo es alquimia;/ veo que es la prueba más veraz/ de que todo es mentira. / Esos rostros ya no llevan nuestros nombres,
son dos máscaras perdidas en la noche,/ pero, queda la música...





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