Una flor roja de tallo verde/ y anécdota sobre lectura

 

862 3484 9704

ihLh6@C


Helen E. Bluckey.


'Flor roja de tallo verde' 

Una vez un niño fue a la escuela. El niño era bien pequeño, la escuela era bien grande. Pero cuando el niño vio que podía caminar hacia el aula desde la puerta de la calle, se sintió feliz y la escuela ya no le pareció tan grande como antes.

Poco tiempo después, una mañana la maestra dijo:

- Hoy vamos a hacer un dibujo.
- ¡Bien! – pensó el niño, porque le gustaba dibujar.

Y podía hacer todas esas cosas que le gustaban: leones y tigres,  gallinas y vacas, trenes y barcos. Así que tomó su caja de lápices de colores y se puso a dibujar.
Pero la maestra dijo:

- ¡Esperen! ¡Todavía no es hora de comenzar!

Y el niño esperó hasta que todos estuvieran listos.

- Ahora sí, dijo la maestra, hoy vamos a dibujar flores.

- ¡Qué bien! Pensó el niño, porque a él le encantaba dibujar flores. Y comenzó a dibujar flores muy bonitas con su lápiz rosa, naranja, y azul.

Pero la maestra interrumpió y dijo:

- ¡Esperen! Yo les mostraré cómo hay que hacerlas. - ¡Así!, dijo dibujando una flor roja con el tallo verde. ¡Ahora pueden comenzar!

El niño miró la flor de la maestra y luego miró la suya. A él le gustaba más su flor que la de la maestra, pero no dijo nada. Simplemente guardó su papel, cogió otro e hizo una flor como la de la maestra: roja, con el tallo verde.

Otro día, cuando el niño llegó al aula, la maestra dijo:

- ¡Hoy vamos a trabajar con plastilina!
- ¡Bien! Pensó el niño. Podía hacer todo tipo de cosas con plastilina: gatos y muñecos de nieve, elefantes y conejos, coches y camiones… Y comenzó a apretar y a amasar la bola de plastilina. Pero la maestra interrumpió y dijo:

- ¡Esperen! No es hora de comenzar.

Y el niño esperó hasta que todos estuvieran listos

- Ahora -dijo la maestra- vamos a hacer una serpiente
- ¡Bien! – pensó el niño. A él le gustaba hacer víboras. Y comenzó a hacer algunas de diferentes tamaños y formas. Pero la maestra interrumpió y dijo:

- ¡Esperen! Yo les enseñaré como hacer una serpiente larga. - Así… – mostró la maestra. ¡Ahora pueden comenzar!

El niño miró la serpiente que había hecho la maestra y después miró las suyas. A él le gustaban más las suyas que las de su maestra, pero no dijo nada. Simplemente volvió a amasar la plastilina, e hizo una serpiente como la de la maestra. Era una serpiente delgada y larga delgada y larga. De esta manera, el niño aprendió a esperar y a observar, a hacer las cosas siguiendo el método de la maestra.

Tiempo más tarde, el niño y su familia se mudaron a otra casa, en otra ciudad
y el niño fue a otra escuela.

Esta era una escuela mucho más grande que la anterior. También tenía una puerta que daba a la calle, y un camino para llegar al aula. Esta vez había que subir algunos escalones y seguir por un pasillo largo para finalmente llegar allí.

Justamente ese primer día que el niño estaba allí por vez primera, la maestra dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo.

- Bien, pensó el niño. Y esperó a la maestra para que le dijera cómo hacerlo. Pero ella no dijo nada, solamente se limitaba a caminar por el aula.

Cuando se acercó al niño, la maestra dijo:
- ¿Y tú no quieres dibujar?
- Sí, ¿pero qué vamos a hacer? - dijo el niño.
- No lo sabré hasta que tú lo hagas - contestó la maestra
- ¿Pero cómo hay que hacerlo? Volvió a preguntar el niño
- ¿Cómo? dijo la maestra - De la manera tú que quieras –
- ¿Y de cualquier color? Preguntó el niño
- De cualquier color – dijo la maestra y agregó:
- Si todos hicieran el mismo dibujo usando los mismos colores...¿cómo podría yo saber de quién es cada dibujo y cuál sería de quién?
- No sé… – dijo el niño.  Y comenzó a dibujar una flor roja con el tallo verde.

Fidencio y la lectura

Llegué  a la escuela telesecundaria Ignacio Aldama, en Unión y Libertad, Macuspana. Era el año1993. Me tocó una palapa con piso de tierra a donde entraban las gallinas de tarde. Ese día de mi llegada era  jueves. Al día siguiente llegué con 25 libros míos de literatura, entre cuentos, poemas y novelas. Toda la mañana los libros fue foco de la curiosidad. A la hora del recreo se asomaban a los títulos. Un poco antes del final de la jornada les fui hablando de algunos de los libros, y los invité a que los llevaran a su casa. Y que el lunes los regresaran si no los querían seguir leyendo, si no les había gustado, para que se llevaran otros. Les reiteré que no era obligación leerlo todo, si no les gustaba. Lo contrario, si lo querían seguir leyendo se lo quedaran en su casa, con las recomendaciones correspondientes. Y así pasó ese fin de semana.

Así fue. El lunes, en el pase de lista iba preguntando sobre cada libro. Unos los regresaban, otros decían que lo tenían en su casa porque les había gustado y lo iban a seguir leyendo. Entre los que lo regresaron estaba Fidencio Ramos Díaz. Había llevado El Perfume, de Patrick Suskind. “¿No te gusto?”, le dije. “Al contrario”, me respondió. “Me gustó tanto que lo terminé de leer entre el viernes en la tarde y ayer domingo”, dijo alegre y ufano.

Confieso que no le creí. No conocía a los alumnos. Y le pedí que me contara un poco sobre el libro. Y empezó a contarme. “Ya”, le dije, apenado por haber desconfiado de él. Y de entre los libros que iban regresando llevó otros.


Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam