Tomo un café

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Tomo café. Ya cuando es muchas veces en el día, entonces siento algún malestar, principalmente en el oído o en un ojo. Y cambio a té. O a leche sola. Para eso ya he utilizado el café descafeinado. Y aunque no sabe igual que el americano normal, sustituye ese sabor que algunos sentimos como inspirador. Invitar a tomar café es un pretexto para charlar y componer el mundo. Nunca termina uno de componerlo y menos si es solo de palabras, pero nos queda la satisfacción de poner sobre el plano de las ideas posibles soluciones al cambio climático, por ejemplo, o a la corrupción. Claro, entra el tema de la lobita Sarita Sosa y sus caperucitas medios hermanos.

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El café no me quita el sueño, tampoco las preocupaciones, que son pocas e insignificantes. Puedo tomar café a las 10 de la noche. Y si de dormir se trata, a las 11 de la noche ya estoy roncando como un angelito. Y así sigo hasta despertar religiosamente a las 6 de la mañana, incluyendo los domingos. Y a seguirle con las rutinas diarias. ¡Que feo es decir rutinas! Pero así les digo a lo que regularmente hago y me gusta, como es caminar un poco, y escribir unas tres horas antes de desayunar. Y en este proceso matutino me acompaña una taza de café.

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“¡A ver cuándo nos tomamos un café!”, o “te invito un café”, son expresiones comunes para expresar la necesidad de platicar. Y de reír desaforadamente, por no decir “de manera escandalosa”. Y se acuerda lugar y fecha. Y allí estamos dispuestos al diálogo, a escuchar y ser escuchados. Y hacer planes de futuro. El lugar puede ser un lugar conocido o poco conocido. Lo importante es que se den esos encuentros de la amistad. Aún que sea poco o mucho el tiempo de la última vez de ese suceso de la charla con aromático café.

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A veces me preguntan: “oye, y ¿Por qué no escribes sobre política?” Y mi respuesta un tanto evasiva es que todo lo que se dice y hace es política, solo que no escribo sobre política electoral. Y tengo mis razones. Una es por salud, principalmente. Y otra es porque la crítica no es bien vista siempre. Así que a veces callar es también dar opinión.

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Esto último es semejante a cuando mandan a un reportero a entrevistar a una persona, y esta no declara nada, entonces la nota es que la persona no quiso hacer declaraciones. Y punto.

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 Cambiando a otro tema. Ayer leí que acaba de salir un documental sobre Stalin que se llama Funeral de estado. Cuando esta persona murió sus cercanos en función de altos jefes, mandaron grabar muchas horas, con más fe 200 cámaras, muchas escenas del funeral. Y por las pugnas demenciales de la sucesión, estas grabaciones quedaron guardadas en archivos hasta que el autor de origen soviético las solicitó e hizo un documental sin explicaciones, es decir, sin editorializar, solo las imágenes de video y acaso las palabras originales de algunas personas que fueron testigos de dicho funeral.

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El realizador es el cineasta ucraniano Sergei Loznitsa, y reconstruye con la selección del material la impactante despedida al líder soviético muerto en 1953. En 132 minutos de material fílmico, el director del documental sintetiza las más de 400 horas grabadas. En el tráiler de la película se alcanza a percibir toda la  parafernalia que constituye en sí un funeral de estado, agrandado por la persona que es, y la importancia que tuvo en el manejo de los destinos de la Unión Soviética, como sucesor de Lenin, y como ejecutor de una política de exterminio masivo con sus contrincantes, no solo contra León Trostky y sus seguidores, sino contra todo aquel que era acusado por sus vecinos de ser opositor al régimen de terror de Stalin.

 

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Y no hubo lugar para la exhibición de lo filmado porque el sucesor, Nikita Krushov, luego de montarse en el poder sacando de la jugada a Beria y otros, empezó con una campaña de destalinización. Estas son sus palabras en el primer Congreso del Partido comunista en la URSS luego de la muerte de Stalin: 

“nos preocupa cómo el culto a la personalidad de Stalin ha ido creciendo, el culto que en una etapa concreta empezó a convertirse en la fuente de toda una serie de tergiversaciones graves y cada vez más serias de los principios del Partido, de la democracia del partido y de la legalidad revolucionaria…

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“…Stalin demostró en una gran serie de casos su intolerancia, su brutalidad y su abuso del poder. A menudo eligió el camino de la represión y de la aniquilación física, no solo contra los enemigos reales, sino contra las personas que no habían cometido ningún crimen contra el partido o el gobierno soviético”. 

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Interesante el tema, mientras sigo 

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