Impermeabilizando casa y alma

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De vez en cuando impermeabiliza el techo de tu casa y tu alma. Y hago referencia a las dos cosas, porque una ilustra a la otra. En el caso de la casa, la humedad que queda luego de las lluvias poco a poco va trasminando y horada lentamente el concreto hasta llegar a la varilla que se oxida, infla y hace presión a la capa interior del techo de las casas y se empieza a desquebrajar lento, pero persistente.

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Lo mismo sucede con tu alma (es un decir literario) que al estar expuesta de manera cotidiana a las iras, envidias y chismes, o a comentarios de mala fe, entonces todo ello igual trasmina y va dejando rescoldos de resentimientos que logran hacer cambios en nuestra forma de ser, es entonces que andamos de mal humor, se nos ve serios o distantes, y a veces respondemos de manera no apropiada. Así que de vez en cuando una impermeabilizada que sea de las de mayor durabilidad para que esa humedad malsana de sentimientos y decires contra uno no penetre a nuestra alma y se mantenga siempre bien, de buen talante y mejor ánimo. 

 

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De vez en cuando me sumerjo en historias ajenas para sacar alguna lección (y aumentar los probables temas por escribir). Ayer leí sobre una vieja casona abandonada en California que, en sus años de esplendor, fue comprada por Vicente Minelli, esposo de Jude Garland y padre de la siempre versátil Liza Minelli (figuras del espectáculo de Estados Unidos). Dicha casa, con veinte habitaciones, alberca, columnas de mármol, sala para conciertos, terreno con amplios jardines y demás que toda casa de ese tipo debe tener, permanece hoy en la más completa ruina producto del abandono.

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El viejo director de cine la heredó a su hija Liza, con la condición de que Lee, su última esposa, viviera allí su vida, y en caso de venta de la mansión, ella fuera protegida con apartamento de lujo o el pago total de su estancia en una residencia de ancianos. Liza, ante los ofrecimientos de compra que tenía, trató de convencer a su madrastra Lee con una cantidad suficiente para la compra de un departamento de lujo, lo cual ella no aceptó.

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Finalmente ya con el comprador dispuesto, se llegó al acuerdo notariado y raro, que se hacía la compra, y que al estar habitada por la viuda de Minelli, Liza pagaría una renta a sus nuevos propietarios quienes tomarían posesión de la propiedad a la muerte de la nonagenaria Lee, lo cual sucedió cuatro años después de la firma de dicho contrato.

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Se cuenta que en la demanda para no ser desocupada, Lee argumuntaba que su hijastra Liza andaba de luna de miel, luego de una boda lujosa, en la que se dió de comer a 200 invitados, mientras ella vivía sola en una casa lúgubre y fría, etc".

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Ante el hecho recuerdo de nuevo la canción de Jose María Napoleón: Nada te llevarás cuando te marches, cuando se acerque el día de tu final, vive felíz ahora, mientras puedas, etc.”  Es decir: sí, disfruta los bienes materiales que te ayuden al bien vivir, pero no te aferres a ellos, de tal manera que destruyas tus relaciones personales, y peor aún, amarguen tu existencia con el miedo a perderlos.

 

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Y lo mismo recordé el cuento aquel de una pareja de norteamericanos que viajaron hasta las altas montañas del Tibet para ver a un monje famoso y aprender de él en dicha visita. Luego de varias semanas de espera, porque había muchas personas que buscaban lo mismo, finalmente pasaron, y vieron que el monje vivía de manera austera solo con un catre, una mesita y una silla, aparte las sillas de los invitados. Y ante su desconcierto, le preguntaron por sus muebles. Y este les reviró la pregunta: ¿Y los de ustedes? “Estimado, gran maestro, nosotros solo estamos de paso”, le respondieron sorprendidos. Y Este les contestó: “lo mismo yo, solo estoy de paso”.

 

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Y otro, es el rey que pidió que cuando muriera, su caja la cargaran los mejores médicos de su reino, y que la tapa fuera descubierta y las manos por fuera. Ante la rara petición, explicó: “la tapa levantada es para que la gente vea que el rey también muere; los mejores médicos, para que se den cuenta que ni los mejores médicos pudieron salvarme, y las manos fuera del ataúd, para que vean que nada me llevo luego de vivir con lujos y riqueza”.

 

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Les cuento que hace años, quizá 30, me comisionó el supervisor escolar a un conjunto de conferencias de desarrollo humano, y que serían todo el día. De las últimas a eso de las 6 de la tarde le correspondió el turno a una señora de la cuarta edad. Y comentó (lo recuerdo bien) que ella y su esposo construyeron una gran casa, amplia y con lujo en los detalles. A eso le dedicaron su vida laboral, apretándose el cinturón, como se dice. Su dicha casa la terminaron al fin cuando ambos tenían 70 años, su esposo no la disfrutó porque murió poco después en un accidente. Y ella quedó con quebraduras de cadera y femur. Así que estuvo como por ocho meses en su cama, viuda, y admirando esa casa a la que le dedicaron su vida. Tirada en la cama, sola, me preguntaba ¿Valió la pena dicho sacrificio de nuestra vida? “Ahora, con esta edad de 75 años, me dedico a viajar, a dar conferencias, y rento una pequeña habitación, que me es suficiente”.

 

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Mientras cuento lo anterior, interrumpo para tomarme un café con pan glaseado. Y reiterarles algo tan simple como el agua: la vida es efímera, fugaz e intransferible. No hay vuelta atrás. El mejor tiempo es el hoy. Y sonreír es el mejor impermeabilizante para el alma. Y perdonen el tono del texto de hoy. Vivan su vida. Amen a la naturaleza, que aquí se incluyen todas las versiones del amor. 

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