Vicisitudes de martes

 1

Y en la madrugada llovía acompañada la lluvia con un viento huracanado. Se escuchaba el movimiento frenético de las ramas. Como tenía la ventana abierta me mojé la cabeza, y en el sueño sentía como que era bautismo en la iglesia cercana San Antonio de Padua. Me despertó junto con la humedad el estruendo del vidrio que se rompió al azotar, el viento, la ventana. Le puse una bolsa de plástico para que no se metiera más agua. Y a seguir durmiendo.

2

Ayer caminé dos kilómetros, pero me parecieron como veinte. Había quedado de verme en un café de la sexta con una amiga para charlar luego de tanto tiempo, y decidí caminar desde mi casa en la colonia Treviño zapata. Y arranqué como si fuera una caminata de competencia lenta. El sol estaba en su punto, eran las 3 de la tarde. Y yo volteaba con la esperanza que me alcanzar un camión de ruta, que me acercara, pero nada. Así que crucé mi colonia por la Roberto Guerra y seguí por la praxedis, tomé la avenida del Maestro y luego la Solernau pasando por la Villa del Refugio. Y sin descanso, pero cada vez Maas lento sentía que caminaba en medio del desierto de Sonora, mínimo. Al fin llegué a la plaza Juárez, que está entre el Hotel Jardín y el Centro de Salud, de mis muchos recuerdos cuando la infancia.

3

Y me senté en los verdes prados de dicho parque a respirar, sobretodo, y a que se me secara el sudor. Me dicen que este parque está adoptado por el dueño del Hotel Jardín, así que le dan mantenimiento como si fuera una plaza del primer mundo, con su música ambiental, su bien cortado pasto, pocas plantas de ornato y bien acondicionadas sus bancas. Había un grupo de colegialas que se tomaban selfies, al parecer de un grupo de quinceañeras. Ya un poco repuesto acudí a hidratarme a una farmacia cercana.

4

En el trayecto de esa caminata vi muchas casas abandonadas, negocios cerrados, mucho polvo en las calles y alcantarillas rellenas de basura. Todo tranquilo en relación con las personas que se cruzaban, muchos saludos impersonales de buenas tardes. Se veía poco movimiento en las calles y en circulación muchos carros viejos americanos.

5

Siguen cerrados los puentes internacionales para cruces no esenciales. Solo pasan los escolares con sus madres y quienes tienen citas médicas. Y por supuesto quienes tienen residencia americana o de plano son nativos de allá. Pero se hacen grandes colas de peatones y de autos. "¿Quieres cruzar, primo?" "Y cómo?", le respondo curioso. "Muy fácil: sacas cita en la venta de plasma, y ya con eso". El plasma es un elemento de la sangre que es comercializado en centros especiales de Estados Unidos. Y la pagan bien. "A mí no me gusta hacerlo. Solo lo he hecho dos veces. Y pagan 200 dólares por cada vez," me dijo.

6

Cada tramo de la casa y el patio de mis padres que recorro me sabe bien, me hace sentir bien. La nostalgia se nutre en una nueva forma de ser de la savia, en esa corriente que viene de mucho antes y que la continúo en mi paso. No trasciende el hombre, o lo que haga es intrascendente. Es este fluir de la sangre que sigue caminos insospechados, que cruza cercos y fronteras, que se vincula con otras fórmulas, y que aterriza para materializar los mandatos. Y son miles y miles de vínculos de cariño, aprecio, amistad, amor, camaradería, que se reflejan en todo lo que tocamos, en todo lo que decimos y el reverberar sonoro se impregna y graba en las paredes y en los árboles. Por eso ahora me acompañan mis padres de otro modo.

7

Para evitar inconveniencias en el viaje no traje mi guitarra que me acompañaba a donde sea. Recuerdo que me preguntaban antes: "¿Y qué doctor te atiende del estrés?" "Ninguno", era mi respuesta. Y así como Clodomiro el Ñajo que tiene su truquito para que no se le olviden las cosas, les pone musiquita, así yo llegaba a mi casa esos años de prisas, trámites, conciliaciones y ajetreos, tomaba mi guitarra (iba a escribir cogia) y me pongo a cantar tres o cuatro canciones y listo, con eso me curaba mi estrés que realmente no tenía. Pero ahora ando huérfano sin ella. Entonces para remediar el asunto he de tratar de comprar una en alguna casa de empeño que sea buena, bien cuidada y barata. Y ya con ella ponerme a cantar por las tardes canciones de Piporro, Ramón Ayala, Cornelio Reyna y los Cadetes de Linares. 

8

Escribo a diario, pero no es un diario. Tampoco es bitácora de quejas. Si acaso, apenas unos apuntes borroneados de algo que sucede en el día, o algo que veo, que sin ser importante en general, lo es para mí. Mi ganancia es que ejercito mi modo de escribir, me distraigo, me entretengo, suspiro. Asimismo tejo, hilo, corto, zurzo, algunas palabras e ideas. Y les voy dando forma, principalmente para mi. Y lanzo mi texto como una carta al río, amarrada a una piedra para que se hunda, y si alguien, benévolo la hace flotar y subsistir, es ya ganancia y lo agradezco.

9

Ahorita está nublado. Llueve y deja de llover. Esta fresco. Se siente agradable el viento. La vida sigue su paso. Yo creo firmemente en el amor y la amistad, que escritas ambas palabras me parece que son redundantes. Son especie de asideros en la vida. Y más ahora que la vida o el destino nos han puesto entre la espada y la pandemia. Y esto significa que te encierras para que vivas, y salgas para sobrevivir. Cómo decirlo de otra manera. El encierro mata. El contagio mata. Mientras tanto a seguirle buscando las mangas al chaleco de la vida. Y saber que la vida es única, efímera e intransferible. Y que tontos que esto lo descubramos ya avanzados los años. Pero bien que sea. Hay quienes nunca lo descubren, y pues eso ya es otro tema.





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