A los maestros (a todos)

  

 

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A mis maestros y a los libros le debo todo. Antes por supuesto y en justicia a mis padres y hermanos y hermanas. Pero saliendo de la casa a los 6 años, les debo todo a mis maestros. Leía ayer, Día del maestro, que a los malos y buenos maestros, porque a los buenos les debe uno cómo debe ser y a los malos cómo no debe ser. Es correctísimo, pero matizando yo quiero concluir que en nuestro trayecto nos han tocado de todo como en botica. Lo importante es lo que hemos hecho nosotros en nuestro caminar.

 

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Y cómo no tengo tanto espacio para escribir, no refiero a cada uno de ellos, mis maestros,  por dos razones, una porque podría olvidar a alguno, y otra porque sería un escrito largo y farragoso y el lector le daría vuelta rápido para leer otra cosa de mejor sustancia e importancia.

 

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Antier en un desayuno platiqué largo y tendido en un resumen apretado de 41 años con dos maestros. Y ayer platiqué vía telefónica con una amiga a quien admiro mucho y que fuimos compañeros en el grupo de la Normal. Y también con un amigo que está en Victoria, con mucho ánimo, y que es muy probable que lo vaya a visitar uno de estos días. Además vía internet con otras gran grandes amigas maestras, una de Monterrey y otra de aquí de Matamoros. 


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Una de mis hermanas ayer me dijo “vamos a comer cabrito a Los Norteños, para celebrar tu día profesional". Y estuvimos saboreando el sabroso platillo norteño en el restaurant Ibid. Estaba lleno. Muchos grupos de maestros celebrando. Y yo con hambre a punto de comerme de ser posible un cabrito entero.


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Y mañana, les presumo, desayunaré con mi maestro de civismo de secundaria, que me localizó: “ya sé que andas por acá, y no te has reportado”. Y sin más me dijo: “desayunemos el lunes a las 9 en el Jardines del 18”. Y porque quiero desayunar con él le dije “sí, correcto”. Pero además a los maestros se les respeta y quiere, y tampoco podemos decir que no. Así que mañana otro desayuno con la alegría del agradecimiento a mi maestro de civismo que me enseñó sobre leyes, normas de comportamiento, desigualdades sociales, solidaridad y colaboración, etc.

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Para el niño que gatea y da los primeros pasos el mundo es el hogar y muy apenas los vecinos. Ya de cuatro y cinco años, el mundo es “más” amplio: el preescolar con sus guapas maestras, de quienes se "enamora", sin duda, el barrio con sus tiendas, el peluquero y el pediatra. Y solo cuando entra a la escuela (en mi caso) primaria, se da uno cuenta en esa tierna edad que el mundo es más grande pero no tanto. Hasta que nos hablan de los países, continentes y planetas, entonces sí, como piedras en la cabeza, andamos pensando en qué cosa somos con este minúsculo cuerpo en la inmensidad del cosmos. Quizá aún no en la primaria, pero luego viene la secundaria con sus historias de Atenas, Roma, Mesopotamia y Tenochtitlan, y entonces sí empieza a organizarse una revolución de ideas en el cerebro juvenil.

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Por eso afirmo que a los maestros y a los libros les debemos todo lo que somos. Aparte y más allá de los conocimientos, con los que de niños y adolescentes nos enfrascamos en lucha casi a muerte todos los días escolares, con las tareas, les debemos ese ejemplo de pulcritud, de disciplina, de comportamiento, ese ambiente de cordialidad y risas, de juegos y adivinanzas, de más juegos y refranes y poemas, obras de teatro (donde somos esclavos, reyes, cantantes, doctores, padres de familia, mago, faquir, tendero, etc) y sin duda alguna lo que somos está integrado como un rompecabezas con muchas formas de ser de nuestros maestros y maestras de todas las escuelas por donde pasamos. 

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Yo me refiero a los maestros que me tocaron en las escuelas por donde pasé, y cada quien tiene la referencia de los propios. Decía ayer Francisco Cubas, un fotógrafo biólogo literato, que este año amplió el concepto de maestro a todos de quienes aprendemos, y no precisamente por el título de maestros. Y tiene razón, coincido con él. Aprendemos de los amigos y compañeros de trabajo. De los vecinos. Decía antes que de nuestros padres, abuelos, tíos y hermanos.

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Y los maestros son los muertos que escribieron literatura, ciencias e historia. Y los vivos que siguen escribiendo e investigando. Y maestro es ell amigo con el hábito y vicio de la lectura que en la adolescencia se desprendía de libros para que los leyéramos nosotros, libros que no les regresamos ni nos los pidieron de vuelta. Y amigo el que tocaba guitarra y aprendimos de él el círculo de Do y Sol. Y el amigo que escribía piezas de oratoria y se enfrentaba a un público en los concursos, lo mismo que la amiga declamadora con Mi cantón ya pa qué lo quiero, si se jue la paloma del nido. O el amigo que con los Motivos del lobo y Mamá soy poquito no haré travesuras mostraban que tenían una capacidad grande de memoria capaces de aprenderse esos poemas que eran casi un libro y nosotros apenas podíamos aprendernos poemas de cinco versos.

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Claro que cuando trabajaba como director de escuela les decía a los compañeros maestros: "acuérdense de sus mejores maestros, a quienes admiran, y traten de emularlos". Y claro que nunca me hacían caso, (¿qué significa emular?) pero hice muy buenas amistades con la mayoría de ellos.


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En fin que el tema me apasiona. Espero que ayer se la hayan pasado muy bien ayer Día del Maestro. Y que sigan sintiéndose orgullosos de ser maestros o directivos de escuela. Que siempre eso hará el trabajo menos pesado. Y dejará recuerdos imborrables y satisfacciones y la medalla Altamirano o Rafael Ramírez al mérito  por cierta cantidad de años, 30 o 40, en la noble profesión del magisterio. Yo las mías las doné a unos ladrones que me las pidieron, y pues ni modo. Así es la vida. pero en alguna ocasión he de encontrar alguna en las casas de empeño y he de adquirirlas para no sentir que me falta algo como maestro. 


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