Mi tía, mi árbol y yo

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Ayer 10 se me fue rápido el día. Como todos, creo. Todo va en dejarse llevar como corcho en la superficie del mar. Me despertaron las filiales mañanitas a las mamás en casas vecinas. Yo hice mi texto del día con el mismo muy sentido motivo. De allí desayuné algo sencillo con mi hermano. Estaba por terminar cuando me habla una de mis hermanas: "¿ya estás listo? Paso por ti". "A dónde vamos", alcancé a preguntar. "A casa de mi tía", me aclaro: "en eso quedamos".


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Yo no recordaba nada. A lo mejor es el inicio del Alzheimer, no quiera Dios. Y raudo me medio bañé, o más bien fue un baño rápido, pues le dije que en 10 minutos estaría listo. Ya para cuando terminé me estaba esperando en la sala platicando con mi hermano. " Vámonos", le dije, y salimos.

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Mi madre Leonor era la mayor de tres hermanas. Socorro y María son las otras dos. A mi tía María yo no la visito. A mi tía Socorro sí, porque siempre muestra gusto por la visita. Vive con dos de sus hijos, quienes la atienden y procuran en sus 90 años de edad. 

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Llegamos a su casa, a cuyo domicilio yo sabía llegar hace 40 años. Ahora ya no. Me pierdo entre tantas colonias nuevas y calles pavimentadas. Cuando niños mi madre la visitaba y recuerdo que cruzábamos por un gran terreno baldío, sin árboles ni nada, solo plantas chaparras y la tierra como arena del Sáhara. Ahora todo está habitado. Llegamos a su casa y el candado por fuera indicaba que quizá estaba ella, pero sus hijos no, y por lo tanto no pudimos entrar. Mi hermana gritó varias veces. "¡Tíaaaa!" "Laloooo!" Y nada.

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Dentro de su patio sobresaliendo hacia la calle se ve un frondoso laurel rosa y un árbol de durazno ya con sus frutos verdes. La colonia se llama 20 de noviembre y frente a esta hay una colonia residencial de clase media. Nos quitamos para volver luego. "Mientras vamos a comer algo. ¿Ya desayunaste?". "Sí, pero te acompaño con un café y pan", dije. 

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Llegamos al restaurante Aldo, que no sé explicar por dónde queda. Y estaba lleno. Esperamos mesa como por 10 minutos. Y luego ya sentados preguntó ella que si ya estaba listo el caldo de res. "Ya", fue la agradable sorpresa y pedimos lo mismo, ya eran las 12 del día. Sería desayuno comida para ella.

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Luego regresamos a casa de mi tía, y sí ya estaba la puerta sin candado y ella estaba en el patio, radiante. Y entramos. Nos recibió con mucha alegría. A mi me reconoció pronto: "Toñito,  que gusto que me vengas a visitar desde tan lejos". A mi hermana la confundió con mi esposa. Y luego ya mi hermana se identificó con ella. Le acompañaba un bisnieto, muchacho de 20 años muy atento y cordial, Luis lll.  Los dos anteriores, su abuelo y padre ya fallecieron.

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Dos primas y un primo, hijos de ella, ya fallecieron. A los pocos minutos llegaron dos de sus nietas. Nos invitaron refresco y pay. La charla muy amena entre algunos recuerdos y el reclamo sentido de mi tía en sus 90 años de un asunto familiar sobre terrenos. Nada que ver con nosotros. Además lo hizo en términos más bien de recuerdos más que en tono de reclamo. Y preguntaba por mi hermano fallecido recién, que como él la visitaba mucho, pues por eso pregunta. Le dijimos la verdad a medias: "no camina, no puede salir, por eso no viene".  No sabe que falleció el 18 de febrero pasado.

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Estábamos platicando en la sombra -estaba nublado. Y de pronto salió el sol, quemante. Ella pidió que nos metiéramos a la casa. Y nosotros aprovechamos para despedirnos. Y me sucede con el cubrebocas como con los paraguas cuando la lluvia: los dejo por todos lados. Y allí se me cayó mi cubrebocas azul K95, regalo de una de mis hijas.

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Le pedí a mi hermana que me dejara en un Soriana para hacer unas urgentes compras. Y así lo hizo. Seleccioné mis productos. Y caminé el tramo de allí a la casa. Es de distancia como un kilómetro. Pero por la carga se me hicieron como diez. Hice tres descansos de cinco minutos cada uno. 

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He leído poco desde mi llegada. Acaso algo que está en internet. Ayer un texto de Jorge Ibargüengoitia sobre el sepelio de su madre. Con su humor característico disfraza su dolor. Y leído, nada más. Las horas se me pasan callando a una perrita ladradora. Caminando en el patio y recordando cada planta que estaba cuando éramos niños. Había un canelón, una bugambilia, una higuera, un jazmín y un laurel. Había también un muicle y un alto pino en el centro del patio.  

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Este pino era el orgullo de.mi padre.  Tenía como de 10 metros de altura. Y para diciembre mi padre le ponía sus luces. Ah y estaba y aún está, ahora viejo, un alto y frondoso mesquite, que "mi madre y yo lo plantamos hace 55 años siendo yo apenas un niño". 

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