Serenata a mi madre

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Cuando estábamos en la secundaria este día nos amanecía llevando serenata a las madres de la estudiantina, entre ellas a la mía, a Leonor.  Desde las 11 y 30 de la noche del día 9 nos reuníamos en el patio de la escuela. Y abordábamos el viejo camión Dina amarillo, conducido por Don Pedrito, para empezar en punto de las 12 y terminar ya bien entrada la mañana. "Estas son las mañanitas que cantaba el rey David..."

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El que no tenía madre, porque había fallecido o simplemente no estaba por otras razones, le llevaba a la abuela o a una tía muy querida. Era y es un día de magia emocional. Ya con las notas y acordes salía nuestra madre (la.mejor y más linda del.mundo, que todo hijo la tiene) y agradecía y recibía el abrazo de su adorado y casi perfecto hijo, fundiéndose en un abrazo soldador, y por la emoción, saltaban sonrisas y algunas lágrimas.

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Al frente del grupo musical estaba el maestro Juan Pablo Puente. A quien le agradecemos esa enseñanza de agradecer y manifestar cariño a nuestra madre en este día. Y le agradecemos al director de la escuela Filemón Salazar Jaramillo (qepd) por todas las facilidades que le daba. Hicimos lo mismo cuando estábamos en la escuela Normal. Pero ya por nuestra cuenta, y a veces algunas compañeras nos pagaban algo por llevarle a la mamá. Y ese algo eran algunos tacos o una botella de vino tinto o dos.

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Uncido a esa tradición no podía faltar los primeros años que estaba en Tabasco. Así que pedía permiso a mi director de escuela. Y, otorgado, me lanzaba para llegar a donde se reunían mis compañeros y amigos el día 9 en la noche y me unía a ellos para llegar por sorpresa al callejón 6 número 209 y entonar las mañanitas y dos canciones filiales más.  Y la sorpresa de madre que su hijo estaba a 24 horas de distancia en autobús, y llegaba puntual a la cita del Día de las madres.

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Pero mi madre murió el 25 de diciembre de 2001. Y a partir de todo fue distinto. Todo tiene un principio y un fin, y el de ella el fin fue ese día. Así cada 10 de mayo posterior me sitúo en la sala de mi casa, tomo mi guitarra y canto tres canciones empezando por "Soneto a mamá", de Joan Manuel Serrat, me sigo con "En una casita muy linda y muy blanca" (Cariño verdad). Y termino con "Conocí a una linda morenita y la quise mucho". Y no lloro. Nomás me acuerdo.

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Ahora que está lo de las vacunas por la pandemia Covid, y me encuentro a alguien que no se quiere vacunar le digo: "mi madre, sin saber leer ni escribir, estaba muy al pendiente de la fecha que nos tocaba alguna vacuna. Y ese día muy de mañana nos llevaba al Centro de Salud a acudir a la cita médica. Y nos aplicaban la vacuna que en ese tiempo era de la poliomielitis y de la tos ferina. Ella, que era analfabeta confiaba plenamente en la ciencia aplicada en la salud. Y aquí estamos.

Esta fecha, cierto que está bien comercializada. No sé quita nada regalarle algo, y que sea para ella, no para los quehaceres de la casa. Recordando que el cariño no es el regalo sino las manos que lo dan y las que lo reciben. 

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Recuerdo perfectamente el día que murió Doña Leonor con sus hechos y circunstancias. Esa tarde de Navidad llegaron a la casa algunas de mis hermanas. Yo había llegado desde el 19 de Vacaciones con mi esposa e hijas. A mi papá lo operaron el día 20 de la próstata. Y el doctor el día 22 lo mandó a la casa, para que la Navidad la pase en la casa y no en el hospital. La noche del 24 fue a misa en la iglesia de San Antonio, con una vecina amiga. Y disfrutó esa noche con toda la familia integrada por hijos, hijas, yernos, nuera, nietos y nietas. 

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Nos sorprendimos de ese café no pedido. Que luego nos entraríamos que era su despedida. Quién para sabio. Se despidieron todos a eso de las 10 de la noche. Y nos fuimos a acostar. Ella al llegar a su cama recibió el golpe del ataque cardíaco, como un rayo, aún así se levantó y sin vida o con poca vida caminó hasta la sala y se sentó como si estuviera viendo la televisión.

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Luego fue el velorio. La enterramos el día 27 en la mañana. Y el día 28 me levanté como siempre a las 6 de la mañana y fui a la cocina como siempre y sentí de golpe su ausencia. Antes a esa hora nos tomábamos un café o atole y me ponía al día sobre los sucesos de la colonia, o estaba dormida y me preparaba yo mi café. Pero su presencia llenaba toda la casa. Y desde su ausencia, nunca más.

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