Tercera edad y muerte (1a parte)

1

Rara vez pensamos en la vejez y mucho menos en la muerte. Y cuando lo hacemos, tratamos de salirnos del tema, porque es algo desconocido, y porque pensar para preocuparnos, al menos no es lo mío. Hay un chiste que repito mucho al respecto: le dice una persona a otra: “esa estación de radio antes ponía canciones aburridas; ahora ya no”. Y bueno, aunque los chistes no necesitan explicación, este se refiere a que la estación sigue poniendo las mismas canciones para personas de la tercera edad, algo así como “azul” o “recordar es volver a vivir” y dicha persona ya llegó a esa edad. 

2

Emilio, un amigo, ex compañero de trabajo nos decía: “cuando yo estaba niño morían los abuelos de mis amigos; de adolescente, los padres; y ahora están muriendo personas de mi edad”.  Y lo decía en referencia al paso del tiempo, y al avance de nuestra edad. Y yo sacaba una frase dominguera: “el tiempo es una máquina de destrucción masiva, y lo hace lento, pero implacable”.

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Yo juego mucho con mis hijas. Una de ellas me dice: “viejito decrépito”. Y yo le contesto: “más decrépita estás tú. Yo salgo a hacer ejercicio (caminar dos kilómetros) y tú no. Se va a llegar el tiempo en que yo te cuide cuando estés viejita”. Aunque es obvio si se llega el caso que será al revés.

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Yo hice mínimo un viaje por año de Villahermosa a Matamoros, para ver a mis padres. Llegó un tiempo en que cada año los iba viendo más lentos. En caso de mi padre más repetitivo. Mi madre murió en 2001 a los 73 años. Y mi padre murió en 2016, a los 86 años. Él a causa de un accidente de auto. De no sucederle eso, seguro hubiera vivido otros años más, porque estaba fuerte, caminaba mucho aunque también repetía mucho las pláticas, y cada vez oía menos. Pero me refiero a que no llegaron a esa edad de deterioro en la que dependen de los demás para su movimiento y necesidades.

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El caso es que el tiempo nos lleva y arrastra, hasta que es imposible seguir, y me refiero a causas naturales. Traemos malos hábitos alimenticios, en los que se ingiere mucha harina, azúcares, sal, grasa y refrescos embotellados. Somos (al menos yo) sedentarios: el auto lo dejamos lo más cerca de la puerta de la casa, y lo más cerca de la oficina, y cuando vamos de compras a los supermercados tratamos de ubicarnos casi en la puerta del mismo.

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Pero hablemos cosas de adultos, sugiere un pretendiente en referencia a esas sensaciones lindas que legalmente se nos permiten después de los 18 años. Y la respuesta de ella, por la edad de adulto es: dolencias de rodilla y espalda; pomada para las várices; pastillas para la presión y el insomnio, y cómo contenemos a la diabetes.

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Pero son absolutamente ciertas dos cosas: una que el cuerpo se deteriora con el tiempo, la juventud no es eterna; y otra, que debemos tener una actitud de movimiento y cuidados del cuerpo. Prevenir es mejor que lamentarse. Y esto incluye el modificar hábitos alimenticios y hacer ejercicio, auqnue sea muy moderado.

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El sábado que estuvieron dos de mis hermanas en la casa de mis padres, donde me quedo estos días de visita, una de ellas trajo un aparatito que mide la presión. Y nos la fue tomando a cada uno de los que estábamos reunidos. Y para mi sorpresa yo salí algo alto. Y aunque le echo la culpa al café, lo cierto es que debo reportarme con un médico que me realice un chequeo general.

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Sí, claro que recuerdo la vez aquella que a los 19 años subí la torre latinoamericana por los escalones y a paso veloz. Sí, recuerdo cuando corría tres o cuatro kilómetros de entrenamiento en el estadio municipal de Matamoros. O cuando me ponía los guantes de box y peleaba contra algún vecino de mi edad. Pero ese tiempo ya pasó. Ahora me conformo con caminar tres kilómetros.

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Estos meses de pandemia Covid se fueron muchas personas conocidas en edad de entre 50 y 60 años. Algunos amigos cercanos o familiares de ellos. Muy lamentable. Y muchos sostuvimos la esperanza en la llegada de la vacuna, que finalmente se dio. Y debemos seguir cuidándonos.

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Y sigo sosteniendo verdades comunes, que por muy conocidas que son, es a veces necesario reiterarlas: la vida es efímera, intransferible, fugaz, única. No hay dos días iguales. Nada nos llevaremos cuando nos marchemos. Vivamos a plenitud. Etcétera.

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Amigos muy cercanos se fueron antes del Covid por distintas razones, uno de ellos por brutal asesinato, y otros dos, los muy estimados hermanos Castillo, por enfermedades. Y murieron ni jóvenes, pero tampoco demasiado viejos.

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Una canción de Serrat trata el tema de los viejos: "Y del pedazo de cielo/ reservado para cuando/ toca entregar el equipo,/ repartiesen anticipos/ a los más necesitados...

Quizá llegar a viejo/ sería todo un progreso,/ un buen remate,
un final con beso./ En lugar de arrinconarlos en la historia,
convertidos en fantasmas con memoria.../ Si no estuviese tan oscuro
a la vuelta de la esquina.../ O simplemente si todos/ entendiésemos que todos/llevamos un viejo encima..."
 

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Y en Si la muerte pisa mi huerto, habla del final: “Y quién cuidara de mi perro,/ Quien pagara mi entierro y una cruz de metal/ Cual de todos mis amores ha de comprar las flores para mi funeral/ Quien vaciara mis bolsillos, Quien liquidara mis deudas a saber/ Quien pondrá fin a mi diario al caer, La ultima hoja en mi calendario”.

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En fin que cada despertar es una nueva oportunidad para agradecer, hacer el bien y realizar cosas que queremos hacer, entre ellas aprendernos una nueva canción, regar las plantas del jardín y bailar de manera como lo hacen aún los Rolling Stone.



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