¡Hágase la luz!

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Nada hay peor una noche calurosa, que cuando se va la luz. Ha de haber otras cosas peores, lo sé, pero esta de pronto nos deja perplejos y a oscuras. Y más si no tenemos unas velitas o veladoras que permitan vernos. Y entonces esperamos un milagro burocrático de atención a la población, y en automático los trabajadores de la CFE hagan volver la luz, y de plano decimos “hágase la luz” (fiat lux) para ver si así, pero nada.  lo peor que no tienes internet y casi nada de carga en la batería del teléfono.

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Si es de día, no es tanto el problema. Porque tenemos la luz natural, que es una maravilla. Pero entramos a las habitaciones y de manera automática le hacemos click en el “off” “on” y nos damos cuenta que no ¡hay luz! 

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Esto nos sucedió en un área de Matamoros precisamente la noche de la esperanza cruz azulina en el partido de ida. Al minuto 50 se fue la luz. Y ya no regresó hasta bien entrada la mañana del día siguiente. Fue por internet que me enteré a través de una pantallita de avance de minutos con el marcador cuando en el minuto 70 cambio el marcador de 0-0 a 1-0, y a favor del Cruz Azul, para beneplácito de sus fanáticos.

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Y anoche se volvió a ir la energía eléctrica, y me quedé resignado a dormir sin clima ni ventilador. Solo con la ventana y puerta abiertas, pero sintiendo que zancudos en concierto cantaran  en mis oídos, con melodías de infierno (sin que yo crea que este existe, por supuesto).

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Les cuento que ayer al mediodía salí a caminar, compré un agua de coco y un vasito con jícama, y me senté en los escalones de la entrada de la iglesia San Antonio de Padua, de la colonia donde crecí y viví hasta los 20 años, la Treviño Zapata. Y de pronto escuché las campanadas de la tercera llamada y de manera automática entré a la sencilla y modesta iglesia. La primera luego de mi primera comunión. Ah, no, allí se hizo misa de cuerpo presente para mi madre en el 2001. Bueno, desde ese año, (que veinte años es nada, dice el tango) que no había entrado.

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Me llamó la atención ver entrar a algunas personas: mucha fe y determinación a participar en la misa. Yo entré con mucho respeto. Y seguí el rito. Escuché el mensaje del sacerdote. Nunca me hinco, aún cuando he entrado a otras iglesias de otras ciudades (el año pasado en la magna catedral de Puebla, con su espectacular y centenario órgano alemán). Pero esta vez dicidí  hincarme y en general cumplir con todos los ritos.

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¿Por qué? Quizá porque pensé que acompañaba a mi madre. Quizá porque estamos en pandemia, con mucho sufrimiento para los familiares de enfermos y fallecidos. Quizá porque soy otro. El caso es que estuve de atento asistente observador: una señora en solitario cantaba con su guitarra las melodías que forman parte de la misa; la sana distancia de todos; el gel que circulaba; el fila para recibir la ostia, todas las personas con cubrebocas. Y de hecho es la iglesia por cuyo nombre tengo el mío.

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Es común que cuando escucho rezar el Padre nuestro, me acuerde del Padre nuestro latinoamericano que cambiados sus versos e intenciones, dice:

Padre nuestro que estás en los cielos, /con las golondrinas y con los misiles,/ quiero que vuelvas antes de que olvides/cómo se llega al sur de Río Grande.

Padre nuestro que estás en el exilio,/casi nunca te acuerdas de los míos,
de todos modos, dondequiera que estés, /santificado sea tu nombre
no quienes santifican en tu nombre/ cerrando un ojo para no ver las uñas sucias de la miseria…”

 

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Se nos había ido la luz antier y anoche. Y hoy al recordar mi asistencia a misa, en ese vaivén de ideas y reflexiones, me di cuenta que hay otro tipo de luz, y que a veces no la valoramos. Que es la luz de la reflexión y oración, la luz de la palabra, del entendimiento, del reflejo de la naturaleza y lo bello, de los buenos sentimientos, la luz de la bondad, la resplandeciente del amor y la amistad, etcétera (aquí agregue el lector los ejemplos que conoce).

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Entonces la peor oscuridad es tener vista y no ver. Tener capacidad de asombro y no asombrarnos. Tener entendimiento y no entender. Es ser indiferente ante el dolor y sufrimiento ajenos. Y en este plano de oscuridad general, en donde las ideas se subestiman, donde los antivalores se elevan y destacan en los medios, donde todos vemos y pocos ven, donde la mentira la disfrazan de verdad, donde la mercancía es el valor supremo, donde los mercaderes son dueños de instituciones, trasnacionales y de gobiernos,  siempre es necesaria la reflexión cuando se nos va la luz (no, no, no, aunque no se nos vaya), porque es peor que nunca tengamos un poco de luz para comprender el fin como objetivo de la existencia nuestra. 

 

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Antenoche y anoche que se fue la luz, entre la oscuridad ambiente yo me puse a platicar con mi hermano y cuñada. No en la comodidad de la luz artificial. Sino en la comodidad de la tranquilidad y la paz. ¡Tanto tiempo de no hacerlo!

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