Sábado de carne asada

 1

Ayer improvisamos asador, pusimos carbón y asamos carne, en la casa de mis papás, y como si ellos estuvieran. O mas bien como cuando ellos estaban. Vinieron dos hermanas de Brownsville. Convivimos y platicamos, que de eso el corazón y el alma se nutren mucho, y nos tomamos algunas fotos del recuerdo. 

 

2

De antes de la pandemia que no nos reuníamos. Y en el transcurso de ese tiempo solo llamadas telefónicas. Y para variar en febrero pasado falleció Mariano, mi hermano mayor, entonces, como no pude venir esos días, acordamos que viajaría yo luego de la segunda dosis de vacuna anti covid, para realizar rezos y que yo pudiera estar presente. Así que decidí estar varios días en esta ocasión, y precisamente quedarme en la casa donde crecí, para sentirme acompañado por quienes ya no están, y nutrirme al recorrer cada centímetro de la casa y el patio.

3

Y fuimos recordando en grupo cada una de las plantas que había cuando éramos niños. Y cada quien contaba algo al respecto. Así pasó en lista el laurel dorado de la India; el canelón, que daba racimos de bolitas con los que hacíamos guerras; el mezquite, que aún está, añoso y ladeado por algún huracán; el plátano que nos prodigaba racimos y que conforme iban madurando los hacíamos desaparecer; la higuera, que asimismo soportó varias heladas y nos surtía de su fruto; un árbol de guayaba, uno de moras, dos de granada, tulipanes, muicle (que es medicinal, y usábamos de cerca frontal, y siempre estaba bien recortadito); y el alto pino canadiense que fue el orgullo de mi padre, y al que le colgábamos esferas y luces para diciembre.  

4

Como normalista tuve mis sueños. Uno de ellos construirle una casa a mis padres. Vivimos siempre en una casa de madera, con el tiempo, vieja. Así que cada día que pasaba, construir en el futuro la casa, era un motivo para seguir estudiando y no abandonar la escuela, que a veces se pensaba por falta de dinero. La normal viene siendo una de las pocas oportunidades de estudio para hijos de obreros, campesinos y maestros, y antes era trabajo seguro. El caso es que luego de mi primer año de trabajo había la posibilidad de construir. Y en el único espacio que había para tal fin estaba el alto pino canadiense, que se elevaba por unos quince metros de altura.

5

Lo consulté con mi padre: “hazle como quieras, pero el pino no lo tumbas”. Así pasé como treinta días cavilando hasta que tomé la decisión de sacrificar dicho árbol bello. Lo confieso que ahora me arrepiento, pero justifico el fin, la casa de material, el refugio contra los huracanes. Mis amigos me ayudaron. Ya cuando en la tarde llegó mi padre vio el horrendo crimen, no dijo nada, y dejó de hablarme como por tres meses. La casa la terminamos de construir en cinco meses. El albañil era Don Santos, que en paz descanse, y sus ayudantes éramos mis amigos cuando podían y yo.  

6

Aquí me ven recordando todo esto, y fue tema también ayer en la plática aderezada con la carne asada ( y una cervecita). Ya cuando se habitó la casa nueva, y procedimos a derrumbar la vieja, mi padre aún no me hablaba, pero contaba orgulloso a los vecinos y a sus patrones que su hijo “el profesor”, le había construido su casa. Y me cuentan que lo decía con timbre de orgullo, alegre, contento, ufano. 

7

No faltan las moscas en la carne asada. La huelen y llegan. Se van avisan a otras, y llegan más. Así que mientras mi cuñado asaba y platicábamos yo me dedicaba a cazar alguna mosca. Pero caso curioso, y esto es lo que quiero contar: un animalito tipo lagartija estaba a la casa de ellas. Se subía a un tronco de planta (a una altura de unos 20 centímetros) y en el suelo estaba tirado un pedazo de pan, al que llegaban como es natural las moscas atraídas por lo dulce. La que nombro como lagartija la veía, estaba atento, se acomodaba, esperaba que la mosca se pusiera como de espaldas (es un decir) a él y le saltaba con tal precisión y rapidez que la atrapaba y la comía. Así como por treinta veces. Hasta bromeé que la habían comprado como mascota en esas supertiendas de Brownsville. Las cazaba tan rápido que solo pude hacer dos videítos donde da el salto y las captura.

8

“No estaría mal que esos videítos los mandes al National Geographic”, me bromeaba mi cuñado. “Y por qué no?”, le respondía yo. “Cuando veas en portada mi nombre y la foto alusiva al cazamoscas, vas a decir que tú fuiste testigo de cuando tomé estos videos”. Y reíamos. Aquí me acordé de la película Los puentes de Madison.

9

Ya entrada la noche llegaron unos vecinos que tienen un mariachi, comandados antes por Armando Tovar (qepd) y tocaron unas canciones. Me acompañaron con El rey (yo sé bien que estoy afuera, pero el día en que yo me muera, sé que tendrás que llorar…), la Paloma querida, que siempre canto para terror de los presentes, y Yo soy el muchacho alegre. Ellos cantaron también Luna de octubre y El andariego, canciones del repertorio popular que amo mucho, como tantas otras.

10

Y claro que extrañamos a nuestro hermano Mariano, y contamos anécdotas de él. Y las contamos no con tristeza, sí con nostalgia. Solamente eso. Así va la vida. Con alegría por vernos, por encontrarnos, estuvimos sonrientes en el vértigo de los recuerdos.

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam