Cachorro

1

Naila desapareció hace como año y medio. La vi cachorra y crecer. Me veía los domingos al llegar  a un terreno que tengo. Como estaba chica Le llevaba comida suficiente para tres porciones del día. Y me hacía compañía. Pelo blanco con manchas café en una cruza lejana con bóxer, pero salió con esa pinta. Sus patas delanteras grandes, como de basquetbolista. Y sobretodo juguetona. Su dueño, un niño de unos siete años, le puso de nombre Laila, y por su parecido fonético le puse Laila, sobretodo para poder jugar en eso de "Dí por qué me abandonas, tonta, si tú sabes que te quiero”, etc.


2

Y así los domingos consecutivos por meses. La vi ya grande, desarrollada en su primera juventud. Hasta que un día no llegó más. Yo me asomaba al terreno vecino, la casa distante unos cien metros. Y nada. Hasta que me atreví a preguntarle a la mamá del niño, y me dijo: "Laila desapareció. Se la han de 'ber' robado". Y ni modo, me fui acostumbrando a llegar y que no estuviera, porque era cariñosa, se echaba a mis pies mientras yo escribía. Y vigilaba la entrada. Yo veía esa imagen: el que escribe, bajo un techo de atrás de una casa, piso de tierra, y una perra echada cerca. El paisaje: leves elevaciones pasadas de verdes, nubes blancas, cielo azulado, un tamarindo de amplio follaje, tres matas de plátano, algo así.

3

"Cachorro" era más grande que ella. Pero este, receloso, se asomaba y de lejos miraba a su Naila, pero no se acercaba, ni a comer de lo que yo les llevaba. Naila tuvo una camada de bebés que fallecieron, todos, según me dijo la mamá del infante dueño. Y el padre, seguramente ha de haber sido Cachorro. Pero a la desaparición de esta, él se empezó a acercar. Se quedaba por la alambrada que divide los terrenos. Y yo le empecé a llevar la comida a él. Pero solo se acercaba a comer cuando no me veía.

4

Y cada domingo hacía lo mismo. Solo que poco a poco se fue acercando, hasta mostrar la alegría abierta al verme cuando llegaba mi carro al terreno. Movía la cola evidenciando su alegría por verme llegar y saboreándose al saber que le llevaba comida abundante y sabrosa: menudencias con ala que pasaba a comprar a Wall Mart Universidad. Y a veces un pollo en oferta. Y yo encendía fogata y en una vasija de aluminio se los ponía a cocer con su respectivo ajo, cebolla, tomate y algo de arroz. Dejaba que se enfriara y se lo servía algo tibio aún. Era un festín para ambos. Pero el caso es que Naila desapareció sin dejar rastro alguno. Y Cachorro se quedó de manera natural a suplirla.

5

Los domingos se acercaba por su comida. Y él la comía gratamente. Luego se acomodaba cerca de mí, mientras yo comía mi desayuno. Lo mismo en la comida. Pero a diferencia de Naila, este se iba a cumplir con sus obligaciones de arrear vacas y pacerlas entrar en razón para que se movieran a donde él sabía, y ellas también, solo que andaban vacilando por otros lados. Cumplido su deber volvía a acercarse como a dos o tres metros de distancia. Y su cuerpo acomodado de tal manera, echado en el pasto, que podía verme y a la vez, con ligero movimiento, ver hacia la entrada, para anisarme si venía alguien. Solo que tenía una peculiaridad. Por ningún motivo se dejaba acariciar. 

6

Un domingo andaba macheteado. Se movió de su casa a mi llegada lastimosamente, con dificultad. Y se quedó cerca de mí. Le serví su comida y comió con dificultad. Yo tenía algunos químicos y otras cosas más para curación, merthiolate, agua oxigenada, violeta y se los puse, cubriéndole con gasas y vendas. A la semana ya estaba recuperada y se acercaba un poco más. Ya no era tan arisco. Cuando le servía la comida y ya estaba cerca, me permitía que le pasara una sola vez mi mano por su cabeza. Y solo eso. Se retiraba un poco, para que yo terminara de ponerle su comida. Pero otra caricia ya no. 

7

Los perros, lealtad al mil. Dos ocasiones me quedé a dormir (el terreno tiene una casita) y Cachorro al pendiente con sus vueltas, y ladridos para avisar que por allí andaba. Protegido yo al mil.  

8

Ya hace dos domingo que no lo veo y menos se acerca. Los vecinos no han estado para preguntarles. La próxima vez que vaya les voy a preguntar por él. Deseo fervientemente que ande en sus actividades de especie con alguna perra de su estima, y luego me de la sorpresa de presentarme a alguno de sus cachorros. Ojalá que sea eso. Ojalá. Temo que haya desaparecido definitivamente. Y es que uno les agarra cariño, merecido. Y duelen las ausencias.

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam