Nuestro juramento

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Cuando fallece alguien conocido, y acudo a su velorio, me espero hasta lo último, cuando lo entierran, y aprovecho para caminar entre las tumbas. Leo nombre y fechas. Algunas recientes de apenas esta semana. Y otras de hace muchos años. Veo el esmero con el que sus familiares cuidan su tumba o el abandono. Algunas con flores secas sobre o alrededor. O con de  plástico que resisten lluvia, sol y viento. A veces me da por robar una flor en las que tienen muchas y las llevo a otra que nada tiene

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Imagino, claro que imagino, en un futuro esté mi nombre allí, con las fechas de nacimiento 13/11/59 y la del cierre de paréntesis. Llegará el día. Entonces habrá acabado todo (para mí). Sobretodo estas prisas de hacer algo, de justificar mi existencia, de preocuparme por lo que no me pertenece, por lo que no ocupo, por lo que nunca fue mío.

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Desde marzo del 2020, a causa de la pandemia, las restricciones no han permitido que haya rituales completos como parte del duelo. Si acaso se llama o publica para externar unas palabras que lleguen al corazón de los deudos. Y a veces ni nos enteramos de algún fallecimiento de personas conocidas. Hasta meses después. O no lo sabemos aún que alguien ya no existe en este plano terrenal. Ha muerto un familiar, un amigo o un conocido.

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Por la pandemia la mayoría han sido cremaciones. Una especie de infierno temido, aunque el cuerpo inerte ya no sienta nada. Lo de infierno me refiero por las llamas, por el fuego, y la entrega de cenizas en una urna, cuyo destino puede ser cualquiera, incluyendo que se guarden en la casa mientras viva quien así lo quiso. O se metan posteriormente en una tumba. O se esparzan en la geografía que dejó dicho, o donde sus deudos consideren. Si son las mías, desearía que la mitad las tiren en el Río Bravo y la otra mitad en el río Grijalva.

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Al recorrer pasillos entre las tumbas, leo las dos fechas, la de nacimiento y muerte,  me doy cuenta si murió grande  de edad, joven o en sus primeros años. Y trato de imaginar sus historias, sobretodo por la referencia a las edades. Sus historias como niño en juegos. Como adolescentes, los ex abruptos los padres, su rebeldía contra todo, y los primeros amores. Como adultos su ser padre o madre y las historias de amor que son esenciales para los cuentos o películas rosas. O aquellos que tuvieron una larga vida. En fin que se dan todas las variantes, incluyendo las circunstancias.

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Hay amores que se concretan en los velorios. Una mirada cruzada se encuentra con otra. Aún entre todas las variantes de lo negro en la ropa y las miradas lánguidas, la vida enlaza miradas que se atraen. Y casualmente se acercan, como no queriendo. ´"¿Gustas un café?" "Sí, gracias, con una galletita". Y a partir de allí se acercan dos destinos cuyo pretexto fue un sepelio.

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Me han platicado historias al respecto, pero ese es otro tema por escribir. Baste por ahora imaginarnos lo antagónico de los hechos que confluyen en un velorio. Y de allí escaparse unas horas y regresar bien sea juntos o separados para que nadie sospeche.

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Yo me acuerdo bien del hecho que desencadena nostalgias en la película Cinema Paradiso, donde Toto, ya director de cine famoso, regresa a su pueblo para acompañar el sepelio de su amigo Alfredo, quien le enseñó los secretos de la proyección de películas, y quien lo alentó a escapar de ese pueblo abandonado en Italia, para que se fuera a Roma e hiciera carrera y cumpliera su sueño: ser cineasta. Pues bien, regresa a su pueblo, y se encuentra con el amor de adolescencia. Por eso digo.

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Ayer que reacomodaba mis libros, me preguntaba ¿qué será de ellos a mi muerte? ¿A qué manos llegarán? ¿Qué nuevas historias habrán de escribirse? ¿Y si se ponen suficientes a la entrada de la sala velatoria y que cada asistente tome uno? No estaría mal la idea. Ayer encontré fotos donde estoy con personas que ya murieron. Uno se va. Es el destino.

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Y la canción Nuestro juramento: “si yo muero primero es tu promesa, sobre mi cadáver dejar caer, todo el llanto que brote del sentimiento, y que todos se enteren de tu querer. Si tú mueres primero, escribiré la historia de nuestro amor, la escribiré con sangre, con tinta sangre del corazón.”

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"Les dije, que no somos inmortales. Heme aquí"

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