No nos escuchamos (No sé qué tiene tu voz que fascina)

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En algo en que pocas veces nos detenemos a reflexionar, es que poco nos escuchamos, en ocasiones muy poco y en otras ocasiones, sencillamente no nos escuchamos. El ego nuestro hace que solo nos sentimos bien cuando logramos que nos escuchen los demás, y no les damos oportunidad de que se expresen, y si empiezan a hablar, entonces de manera casi natural les interrumpimos para continuar con el monólogo con testigo.

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El no saber escuchar es un problema de nuestros tiempos. Y es muy grave. No escuchamos a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a nuestra pareja, a nuestros hermanos, a nuestros amigos y amigas, a nuestros vecinos, etc. Parece que sentimos que nuestra misión en la vida es que nos escuchen. Y si esto no sucede, entonces nos alejamos de las personas que no nos escuchan.

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Para que el diálogo verdadero y real se dé, lo aprendimos en la secundaria, es necesario que haya un emisor y un receptor, y que se intercambien los roles. No escuchar nos conduce inevitablemente a no comprender a los otros, que son parte de la convivencia.

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Lo que es peor, quedamos mutilados en la comunicación si solo desarrollamos el habla, pero no la escucha. Nos va a faltar siempre algo, nos van a faltar piezas del rompecabezas, y entonces solo vamos a tener una versión, la nuestra, de lo que sucede a nuestro alrededor.

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Algo que aprendí de una amiga a quien quiero mucho, es que la voz ha sido moldeada o pintada por las circunstancias en las que vivimos. Matiz y volumen y otras características han sido determinados por el ambiente en el que nos desenvolvimos. Nuestro destino de ser es a través de la voz. Uno tiene oportunidad de desarrollarla y de transformarla (voz). Hay quienes tienen la voz muy bajita. Y hay quienes la tienen muy alta. Y hay quien la tienen alta y parece agresiva. Hay quienes parece que están gritando aunque digan "te amo mi vida". Y quienes tienen la voz tan bajita que la otra persona tiene que pedirle que lo diga más fuerte.

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A quien solo le gusta hablar, se siente bien con quien solo escucha. Solo que este poco a poco le empieza a rehuir.  Los monólogos son buenos en el teatro y en las conferencias. Escuchar requiere paciencia. Y esta debe ser recíproca.

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Lo reitero: la voz ha sido moldeada en todas sus características en el ambiente de casa, escuela, cultura en la que nos desenvolvimos. Hay familias en las que todos parece que gritan mientras se interrumpen. Para que los escuchen o para hacerse escuchar tienen que gritar. Y así les queda. Y hay quienes tuvieron padres muy gritones e impositivos que a sus hijos ni los escuchaban y reiteradamente los callaban. Entonces estos crecieron ensimismados, de muy bajo volumen. Y si al llegar a la escuela tienen el tipo de maestros que no escuchan, el asunto se pone peor para el alumno.

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Los cuatro ejercicios de desarrollo del pensamiento son: hablar, escribir, leer… y “escuchar”. Y aunque creemos que todo eso ya lo sabemos, porque escribir y leer lo aprendimos en la primaria, el caso es que no lo practicamos, y en el caso de escuchar, lo hacemos solo para contestar, no para tratar de entender la posición u opinión de los otros.

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Escuchar es pensar en lo que el otro está diciendo, mirarlo a los ojos, y dejar al lado el teléfono celular. O en todo caso decir: “permíteme contestar este mensaje”, o la llamada. 

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Es fundamental que el maestro de básico comprenda todo esto, y que detecte a quienes son muy callados y peor, de volumen muy bajo, para lograr poco a poco, con prudencia, que el alumno desarrolle el volumen de su voz. “No te oigo bien, súble al volumen”.

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Y hablando de voces, me gusta escuchar la canción “Tu voz”, compuesta por el cubano Ramón Cabrera, en la versión inigualable de Tania Libertad y Eugenia León, un tributo recíproco: "No sé qué tiene tu voz que fascina/ No sé qué tiene tu voz tan divina/ Que en mágico vuelo le trae el consuelo a mi corazón/ No sé qué tiene tu voz que domina/ con embrujo de magia a mi pasión..."

 

 



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