Taller literario de Casa Alebrijes

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Ante el hecho de reiniciar en la coordinación de un taller literario, me siento como el boxeador que se retiro unos años y regresa. Y poco a poco vuelve a entrenar: golpea la pera, el bulto, salta la cuerda, hace rounds de sombra. Empieza lento hasta agarrar el ritmo normal, solo que han pasado los años. Así que nada vuelve a ser como antes. Pero de que vuelve, vuelve. Y lo hace con el mismo entusiasmo de antes. 

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O como alguien que sufre un accidente (como en la película mexicana El Bulto. Gabriel retes 1991) y queda inconsciente, y luego de veinte años (en mi caso siete) despierta para encontrarse con un mundo completamente diferente a como lo dejó antes del accidente.

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Mañana inicio con la Coordinación de un taller literario. Retomo actividades que han sido esenciales para mí y que interrumpí de 2015 a la fecha por asuntos laborales. Y reiniciamos las actividades del taller literario que coordinó el amigo, fallecido en 2020, Luis Alonso Fernández, escritor, artista plástico y científico de corazón noble. La sede es Casa Alebrijes, y será a las 4 de la tarde todos los sábados, en calle Hidalgo 404, Centro Histórico, atrás del Parque Los Pajaritos. No hay pierde.

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En un taller literario se realizan las cuatro actividades esenciales sobre la enseñanza de pensar: Escribir, Leer, Escuchar y Hablar. Y todo ello alrededor de la metafórica fogata que es el acto de escribir literatura. Quienes asisten a un taller literario son personas, sin importar edad (se sugiere sean mayores de 18 años), que aman la literatura y que quieren ser mejores protagonistas en el hecho de crearla. Han quedado prendados en los tibieza del cuerpo de la literatura, o esta les ha guiñado un ojo. Y no pueden o no quieren escapar de ese hechizo.

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Escribir y leer son dos caras de la misma moneda. A diferencia de esta, leer se puede lograr sin escribir, pero escribir, y hacerlo cada vez mejor, es indisoluble con el leer. El que persevera alcanza, y si se quiere ser cada vez mejor escritor hay que leer mucho. Y leer de lo mejor de la literatura: Franz Kafka, García Márquez, Augusto Monterroso, Raymond Carver, Jaime Sabines,Whitman, los juanes  Rulfo y Arreola, Fernando Del Paso, Knut Hamsum, Cortázar, Onetti, Sábato, Borges, Maupassent, los rusos y todos aquellos que han dejado páginas maravillosas en la literatura, cuya lista es muy amplia. Sin olvidar echarle un ojo y, en lo posible,  meter el alma en las páginas de los llamados clásicos, en cuya obra no hay desperdicio alguno: Catulo, Séneca, Homero, Virgilio, Bocaccio, Dante, etc. 

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No estamos obligados a leer todo, pero sí mucho.  Y si se quiere una razón al respecto: el arma y alma del escritor es el lenguaje. Y entre mejor dominio sobre el mismo tenga, mejor será su eficacia al escribir lo que su imaginación le dicta. Porque hay una distancia entre lo que se quiere decir, con lo que se escribe. La distancia es cada vez menor cuando se es lector habitual.

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Francisco de Quevedo hizo una apuesta con sus amigos de que le diría “coja” en púbico y en su cara, por su condición en una pierna, a la reina consorte Isabel de Borbón, de quien era conocido su furibundo coraje cuando hacían alusión a su defecto. Si Quevedo ganaba le pagarían la cena una semana, y si perdía él la pagaría. Y en una plaza pública, de testigos sus amigos, el poeta e acerca, lo dejan pasar, y delante de la reina, respetuosamente le muestra dos flores y le da a elegir: "entre el clavel y la rosa, usted, majestad, escoja".

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Yo conocí al poeta Teodosio García Ruiz, fue mi compañero de grupo en Ciencias de la Educación, y como yo, fue maestro de telesecundaria. Cuando yo solo era lector, él me motivó a escribir, al detectar lecturas en mi manera de hablar. Y conocí a Ciprián Cabrera Jasso, de la linea ambos de la mejor tradición poética tabasqueña. Por cierto yo vivo en la calle Ciprián Cabrera. Cuando Pano se enteró le dio risa “hasta dónde he caído”, dijo, y, generoso, aceptó leer de su obra ante mis vecinos, lo cual la muerte impidió que cumpliéramos ese acuerdo.

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Un taller literario no es una fábrica de escritores. Es un grupo cuyos integrantes se ayudan a escribir cada vez mejor, mediante sugerencias respetuosas. Aunque queda claro que al hacer suegencias, poco a poco el tallerista va desarrollando, y esto es lo más importante de las lides talleriles, la capacidad de autocrítica para pulir sus propios textos en la soledad de su casa.

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Agradezco a Jaime y Delia, de Casa Alebrijes, la invitación para coordinar este taller, Haré mi mejor esfuerzo.

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