No te sugestiones

1

"No te sugestiones", me ordenó suave mi amigo Roberto Martínez Amaro. Fue su respuesta cuando le  hice notar algo sobre una fotografía donde estamos cuatro amigos a los 18 años, en esa primavera floreciente, donde los sueños son rosa, por la edad, y amarillos como los de Macondo. Y miramos al frente, a la cámara, por supuesto. Pero ese frente son los años por venir, asimismo, el futuro.

2

Era nuestro tercer día de viaje mochilero. Habíamos salido sin permiso de padres un viernes de Matamoros. Cada quien de los cinco con ilusiones viajeras, en esa edad cuando todo se nos hace fácil, hasta hacer la revolución tipo rusa o de perdido como la mexicana, pero una renovada, nueva actualizada. Mirábamos mucha pobreza, no por caminar en la periferia, sino porque vivíamos en la periferia. Estábamos en tercer grado de la Normal, era semana Santa.  Pero sí nos habíamos despedido de la novia. Al menos yo. Un beso más caliente que tibio y el “¡cuídate mucho, mi amor!”

3

Salimos en tren de Matamoros a Monterrey (nueve horas). El Trine tenía la dirección de una amiga que había conocido en la playa Lauro Villar (en todo este trayecto le han cambiado de nombre a Costa Azul, Bagdad y ahora ya ni sé como se llama, pero mi memoria le sigue llamando como ese nuestro ayer: Playa Bagdad) y quería visitarla.

4

En Monterrey estuvimos una tarde, dormimos en el hotelito Quetzalcóatl, ya a la salida rumbo a San Luis Potosí. El Trine se había quedado a platicar con la amiga. Y nosotros nos adelantamos. Ya nos habían recomendado ese vecindario de un piso al que llaman pomposamente hotel, de media estrella, para decirlo de esa manera.

5

En esos tiempos era tomar fotos con rollo, y el riesgo de que salieran algunas y otras no. La incertidumbre de lo revelado y lo quemado era uno de los atractivos de ese proceso de la fotografía en la prehistoria. De ese tiempo tengo unas cajas de zapatos desbordadas, y otra caja más, y al final tenía como unas veinticinco, llenas de fotografías medias borrosas unas, otras oscuras, pocas claras y nítidas, pero es la historia personal y familiar guardada en la memoria y en unos rectángulos en sepia o blanco y negro, para que nos crean.

6

A la salida de Monterrey nos dieron un rait en una camioneta ranchera vieja americana, sin placas, Ford 1950. Íbamos en la batea o caja, a como se le llame. Al aire libre cantamos “Cucarachita Martina”, “La chancla” que yo tiro no la vuelvo a levantar. Creibas que no habría di hallar, amor como el que perdí, tan al pelo lo jallé que ni me acuerdo de ti”. Otro iniciaba con “Amor perdido” y todos les seguíamos en coro. "No te sugestiones, mi Toño", me dijo apenas hace tres días Roberto. y yo "no, pues no me sugestiono", solo que es la realidad.

7

"Hasta aquí les dejo".  La camioneta se detuvo en un pueblito fantasma. Nos tomamos una fotografía con el señor de nombre Doroteo Reynoso. Sí. Primo de David Reynoso, así dijo. Y al despedirnos nos cobró el viaje. "Son veinte pesos cada uno. Son cien pesos”, dijo atusándose el bigote. Nosotros traíamos poco dinero. Nos miramos sorprendidos. Y le vimos pistola al cinto. Y nuestro tesorero, Sergio, sonriente, sacó los cien pesos y se los entregó al señor, quien alegre por victorioso, se subió a su vieja camioneta y se metió en unos caminos levantando polvo.

8

Caminamos un tramo por la carretera federal. Nos reíamos. Íbamos conociendo el mundo, las situaciones nuevas, el paisaje semidesértico de San Luis. Y hacíamos señas de rait con la mano. Como a la hora se detuvo una combi de las VW, nos subimos. Le aclaramos el no tener dinero y a dónde íbamos. "Tienen suerte, yo voy para allá", nos dijo el conductor parecido al Indio Fernández con lentes. Era maestro universitario de la UNAM. Fue grato viaje, por la charla. Y nos dejó en pleno zócalo capitalino. Además nos regaló cien pesos “para el desayuno”.

9

"No te sugestiones". Y no realmente no. Ese día ya domingo anduvimos por el zócalo, nos metimos en el Metro, fuimos al castillo de Chapultpec, ciudad universitaria, el Estadio azteca y fuimos a Xochimilco. Allí precisamente nos tomamos varias fotografías entre -y en- las trajineras ataviadas con adornos relucientes y cada una con nombre. La de nosotros, María. Y en una de las fotos estamos Sergio Hugo, a quien cariñosamente le decimos "El Pato"; Jacinto Villela, "El Gordo", Lupe Paz Soto, "Pacito". Y yo, "El borrado".

10

Oye Beto, le dije apenas hace dos días a Martínez Amaro: "¿ya te diste cuenta que de esa foto solo yo quedo, ya murieron los demás?" "Sí", me respondió por wats. Imagino su rostro sereno, tranquilo, reconociendo que efectivamente ya los otros tres ya habían partido al viaje sin rait y sin regreso; el más reciente Paz Soto. Pero "no te sugestiones, Toño", me ordenó afable. Imagino con media sonrisa y preocupado por si yo estuviera sugestionado con mi amiga la muerte. "No, la verdad que no", le respondí riendo.  

  

Comentarios

Entradas populares de este blog

lecturas 20. Poemas de Carlos Pellicer Cámara

Rigo Tovar y Chico Ché

Max in memoriam