Amores peregrinos

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Los amores peregrinos están entre los amores imposibles y los que solo parecían inalcanzables. Son los que llegaron, vencieron y se fueron. Dejaron huella endeleble, de seguro. A veces indeleble. Mas su destino era otro. ¿Los recuerdan?

 

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Hay un poema qué me gusta mucho del escritor español José María Fonollosa, (Barcelona,1922-ibid,1991) en el que plantea sobre jugar al amor entre uno grande que se fue y el que de seguro vendrá. Y ese sí es un tema aparte. Quizá precisamente se refiere en gran medida a este tipo de amores, de los que hoy escribo: peregrinos. O viajeros. Qué cualquiera de los dos términos cae como anillo al dedo. Fonollosa: 


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"Si se ha ocultado el sol pueden los faros/ del coche iluminar la carretera./ Mientras llega otro amor buscando el nuestro/juguemos, sólo juego, a enamorarnos./ Juguemos a querernos, sin querernos,/ hasta el día en que alguno de los dos vuelva a sentir amor por cualquier otro./  El amor es hermoso aun como juego..."*

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Lo de peregrinos, por eso de que van en ruta a un lugar, generalmente lejano. Pero tienen que descansar. Y es allí donde al pernoctar se enredan y enredan entre los hilos del cariño, como en hamacas deshiladas. No están nada mal ese tipo de sucesos carnales. Solo que lo importante es tenerlo claro para no hacerse falsas ilusiones ni crear igualmente falsas expectativas.

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Viajeros porque no se detienen casi ni a respirar. Mas bien se les va la vida en suspiros. Ora uno. Días después por otros. Por eso a cada uno les llega el momento de partir, llegar y volver a partir. Como si fuera una práctica permanente, un ensayo para arribar a la última estación en donde ahora sí será por siempre. Y este por siempre dura poco. Solo lo necesario para volver a hacer maleta y adiós. Ojalá que volvamos a vernos, dice la canción.

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No es lo mismo amores por paga o por interés. Esa es otra cosa propia de las justificaciones baratas que, por cierto, se pagan caro. A lo mejor bien vendría la pena que fuera otro tema. Nada de qué avergonzarse. Solo hay que separarlo de lo que bien podremos llamar con seguridad con el término genérico de amores.

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Solo que nadie puede decir de esta agua no he de beber. Y la mayoría hemos sido partícipes en este tipo de sentires existenciales. Con culpa o sin ella. Activos en el mirar y hablar. Y nos dejamos llevar por la corriente de los afectos, los acercamientos. Y decimos sí en una sintonía que sabemos no es la precisa ni definitiva. Pero algo es algo. Y vienen los febreros y cumpleaños o Navidades. Y vamos paso a paso describiendo parábolas con humo en el horizonte. Y despertamos algo cansados con la decisión de dar fin, sea porque lo digamos de frente o vamos dejando que muera poco a poco ese tipo de relaciones como por muerte natural o algo así.

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Los amores viajeros o peregrinos tienen la mirada puesta, metafórica o literalmente,  en Nueva York, París y Londres, por decirlo de esa manera. Mientras llegan esas oportunidades de amores sinceros y eternos, se conforman con los pueblos cercanos a nuestro territorio. O más aún, lugares sin luz de luna o cerrados a miradas indiscretas. Sin dejar de mencionar que, literalmente, a esos lugares se llega asimismo con dinero, aunque sea con vuelos en ofertas. Y como nada está dicho con verdad escrita en fuego, el verdadero y grande amor anda por todos lugares como el gran Dios, porque lo es. 

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Pero mejor volvamos con Fonollosa:”De aquel amor inmenso, el amor único, /que uno halla varias veces por el tiempo. / El recíproco amor es lo más bello. / Lo sabemos los dos. Pero es muy grande 
el vacío que se abre entre el amor / que se ha ido y el amor que aún no ha llegado. 
¿Por qué llenarlo, pues, con la tristeza 
si es posible colmarlo de sonrisas?  

*(Fragmentos del poema Broadway, del citado Fonollosa)


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O el colombiano  Jorge Augusto Villamil en voz de Javier Solís: "Espumas que se van/ bellas rosas viajeras/ se elevan en danzantes/ y pequeños copos/ formando el paisaje/ Ya nunca volverán
las espumas viajeras/ como las ilusiones/ que te depararon/  dichas pasajeras..."

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