De pronto despertamos

De pronto despertamos y escribimos. A veces desde el fondo de un pozo o en lo alto de una loma. Desde el ego y la autoestima, mucha, regular o poca. Porque no sabemos hacer otra cosa o no queremos hacer otras cosas. Escribimos por que sí, ¿por qué no? Lo hacemos desde nuestras filias y fobias, desde nuestras manías. Lo hacemos con lo que podemos: los recuerdos, los anhelos, la nostalgia,  lo que creemos que debe ser, desde nuestros limitados conceptos, con nuestras lecturas o la ausencia de ellas. 

Escribimos a cualquier hora, donde sea y como sea. Nos sentimos como que estamos en un risco y nos vamos a lanzar al agua, donde a veces hay poca, y no sabemos si nos vamos a estrellar. Lo hacemos donde nos agarre el tedio o el entusiasmo. Donde tengamos una pluma, un teclado con pantalla o desde el teléfono. Escribimos en sueños y en vigilia. Caudno estamos callados estamos pensando en alguna palabra, en alguna idea. Cuando hablamos tratamos de hacerlo como si nos viéramos ser un personaje que escucha, que asiente o niega, que dice "ajá, sí". Que da una opinión o solo observa el horizonte o mira la luna.

Escribimos porque la palabra se impone, aparece y no la puedes quitar, ni rehuir. Si lo intentas te vence, se burla. Escribimos con razón o sin ella. Inventamos una piedra en palabra y a veces la utilizamos para lanzarla a alguien. Y es tan efectiva que se siente en el momento que golpea, o por las reacciones coléricas. A veces la palabra rosa hace sentir su aroma inexistente y sentimos que la vida empieza, por la tibieza sentida.

Escribimos desde la penumbra, desde la caverna. Desafiamos la gravedad, el destino, lo hecho, la costumbre. Tratamos de encender el fuego con una chispa que es a la vez una palabra. Escribimos la palabra espejo y este nos refleja una imagen desconocida, o borrosa por el polvo acumulado. Escribimos flecha y la lanzamos a la luna. Escribimos la palabra cerdo, contaminación, beso, y cada una es el inicio de una historia. Tenemos hambre y sed y escribimos esa necesidad y a veces es  fisiológica.

De pronto despertamos.

Y despiertos miramos enfermedad y muerte. Escuchamos de pleitos personales y guerras. Golpes entre hermanos, envidias entre vecinos. Miramos el hambre cara a cara y lo desafiamos al recordar la expresión bíblica de que no solo de pan vive el hombre.  Seguimos caminando entre rosas con espinas. Se siente el viento. El sol en lo alto como un sangrar del universo. Nos detenemos para descansar bajo la sombra de  un árbol. Y miramos el camino hacia ambos lados. No sabemos de dónde venimos y hacia donde vamos, como que al reanudar nuestro caminar sería lo mismo hacia un lado u otro. Tratamos de descifrarlo con algún dato en la memoria.

Nos quedamos dormidos y soñamos en otros lugares en la geografía, otro tiempo, otras personas. Y es como si hubiéramos vivido otras vidas. Estamos a la intemperie siempre. Aún estando bajo un árbol, un techo, dentro de una casa, vientre o cueva.

En el sueño andamos desnudos, sin prisa, ni agitaciones. Como si estuviéramos ya desprendidos de la vida que conocemos. Reímos con todo mundo porque todo mundo sonríe sin preocupaciones, sin hambre ni sed. 

Y en el sueño preguntamos quién tiene una escalera, una manzana, un lápiz y un cuaderno. Y todos se muestran dispuestos a ayudar, a proporcionarnos lo que necesitamos. Nadie pregunta para qué, o cuándo la devolveremos. La escalera, sobretodo. Y si queremos bajar o subir. Y te dicen que finalmente representa lo mismo, como una puerta con dos afueras o dos adentros.

¿Estamos dormidos o despiertos? Y los dormidos te gritan a coro , dentro de su mismo sueño, y en el mismo tono: ¡despiertos!




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