A los que se van
Unos se van. Otros ya se fueron. En ese límite exacto de la frontera del ser y estar, se van. Han llegado hasta el último andén. Hicieron su parte en la vida. Sencilla o compleja, al fin, en servicio de los demás. Dieron un pan. Una manzana. Y sonrieron plenos a la vida. Que parecía genialmente eterna en esos rayos de luz de juventud. En las miradas a contraluz. En ternezas del trato consabido. Y también al poner los puntos sobre las i. Se van ahítos unos, otros en la oscuridad de no buscar razones, felices al fin, con lo que les dieron o dan. Se van con sus canciones, sus sueños, sus destrezas, sus anhelos. Tuvieron sinsabores de la vida, también. Marchan contentos. Juntos grises o brillantes. Hablantines y callados. No hay más. El golpe del destino nos trajo aquí. Y el rito de la vida ha de terminar. Marchad serenos. La luz también está, al igual que la inmensa oscuridad.
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