Lecturas 17

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Muy buenas tardes a todos quienes gentilmente se están conectando, y a quienes lo ven más tarde. Hoy es 26 de diciembre, de 2020, este es el último programa del año. Soy el maestro Antonio Solís Calvillo, y transmito este programa de lecturas, con poemas y otros textos. Es esencialmente de difusión cultural. Les agradezco que lo compartan en sus espacios, sus muros, sus páginas, para ayudarme a llegar a más personas. 


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Felicidades a quienes cumplen años hoy, que la pasen de lo mejor, cuidándonos, que tengan salud y alegría: 

Nico Chico
Claudia Nuñez
Violeta Olan
Nora Balderas
Martha Alejandra Bolio Sarricolea
Claudia Nuñez
Leticia Lunita
Paul Dulce Solano

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Dia mundial de las cajas (de regalos)



Para Jorge Castillo, que hoy llega a puerto Allí quieto el soñar por la tanta luz que te llega. En ese dormir pleno, de descanso. Donde la razón es la realidad ardiente, razón para la nueva ruta, tea que alumbra el camino. Allí donde nos encontramos ayer, hoy, mañana. Allí, Jorge, caminamos contigo, como antes. La huella de tu voz retumba en todos nosotros. Hay milagros, si, por supuesto. Pero los milagros han sido permanentes. Nacimiento, niñez, palabras, canciones, amistad, salud. Y las tantas alegrias. Milagros siempre han existido. El compartir, la solidaridad, los ensueños. Por eso Dios es grande. La ciencia es la manifestación de Dios. Y tú estás bien. Estarás bien. Porque ese es el destino del hombre. El que vives. El que vivimos. Ahora. Y siempre. Yo te acompaño en el nombre de la amistad. Y así como nos encontramos. Nos seguiremos encontrando. Ahora canta esa canción. Te escucho siempre. Te escuchamos. "Yo sé que tú amor es mi martirio, que amarte es pecado mortal"... Que claro tengo tu voz. Que claro te seguiré escuchando.

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Remembranzas sobre Leonor Calvillo

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Se conjugan alegría y tristeza en estas y quizá en todas fechas. En mi caso porque un día como hoy 25 de diciembre, pero de 2001, falleció Doña Leonor Calvillo Arrona, autora de mis días. Así de pronto. Nomás por la razón que le tocaba, como decimos, se le detuvo el corazón a las 10: 45 de esa noche. Y cuando eso sucede no hay vuelta atrás. Son los golpes fuertes de la vida, que nos caen como de rayo, y que nos parten en mil pedazos. 


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Ella nació en 1928, en una comunidad del municipio de San Felipe Torres Mochas, en el estado de Guanajuato; hija de Don Jacinto Calvillo, y Crescencia Arrona. Ella fue la mayor de tres hermanas, junto con Socorro y María del Sagrado Corazón. Su infancia la pasó en un terrenito lindo que tenía en sus inmediaciones un pequeño afluente de río, que entre piedras, era la delicia de todos ellos, durante todo el año. Allí entre manzanos y duraznos creció, y en esos cruces de destinos, quizá en la iglesia, o en las tiendas del lugar, conoció a un apuesto muchacho de ojos verdes, de nombre Juan Solís, con el que luego de algunas pláticas decidió unirse en pareja, sin consentimiento de su padre, que puso el grito en el cielo, y tuvieron que huir. No muy lejos, porque cerca, en otra comunidad vivía la familia de su Juan. Allí vivieron algunos años, realmente pocos. 

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Para los habitantes de El bajío (conjunto de estados del centro de la república mexicana) es común que haya un familiar o más en Estados Unidos. Por eso mismo, con dos hijos pequeños (María Paz y Mariano) Leonor y Juan vislumbraron dejar esas comunidades de lomerío, y se fueron a probar suerte en la frontera norte, que pudo ser cualquier ciudad, pero fue precisamente Matamoros, Tamaulipas, el lugar recomendado. Allí nacimos las demás ramas de ese árbol florido. Crescencio, Rosa, yo, Elvira, Linda, Gloria 1 (que falleció de meses) y Gloria 2. 

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Leonor no tuvo la oportunidad de estudiar, como muchas personas en esos años, y más como mujer. Así que el destino lo enfrentó ágrafa, pero aprendiendo en la universidad de la vida lo suficiente para no meterse en problemas, y menos tratar de quedarse con lo que es producto del trabajo de los demás . Platicadora, pero no parlanchina, trabajadora sencilla y humilde.

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Luego de cuatro o cinco repatriaciones por la migra americana, como muchos, por necesidad ante todo, se fueron quedando en las márgenes del Río Bravo, pegado a la Colonia Jardín, la colonia más cercana a los dos puentes internacionales de ese entonces. Pocas alzas del nivel de aguas del Río, pero poderosas, como la de 1954, lo cual impulsó , por parte del gobierno, programas de nuevos asentamientos poblacionales, para quitar (y proteger) a quienes vivían en esa situación de riesgo.

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Dice mi mamá que de novia y luego de casada le gustaba cantar el estribillo de la canción "yo soy hielera, tengo mi Juan, él es mi vida, yo soy su querer...".  Pero este Juan soñaba con regresar a su tierra, "algún día". Y sí volvía, pero de visita. El caso es que el gobierno ofrecía solares en las nuevas colonias para los habitantes en el margen del río nada caudaloso, pero sí traicionero. "Para qué, vieja. Si nosotros nos vamos a regresar a San Felipe" (Guanajuato). Esa era la respuesta a la visión de Doña Leonor de tener algo seguro y no rentar de por vida. Así que como toda mujer valerosa y valiosa, a escondidas acudía a las juntas para la entrega de los nuevos solares en la integración de la Colonia Treviño Zapata.   

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Llenado de formato a escondidas, y asistencia a las reuniones también a escondidas, rindieron fruto: el lote 209, de la Colonia Treviño Zapata, en el oriente de la ciudad de Matamoros. Los recuerdos que tengo sobre esa situación son ya de cuando mi padre junto con amigos aprendices de carpinteros, con ganas, entusiasmo y solidaridad, levantaron lo que fue nuestra casa en propiedad, y mi padre seguro que era pérdida de tiempo porque se iban a "regresar a San Fellipe", sembró algunas plantas cuyas imágenes y aromas, forman parte de mi memoria infantil. Un laurel de la India, un jazmín oloroso, tres plátanos, una Granda, una higuera, una bugambilia que nos dio sombra, un canelón y un muicle al frente del solar que sirvió de cerca y cuyas ramitas eran regaladas por mi madre al ser una planta medicinal.

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El diciembre del 2001 fui con la familia a Matamoros como todos los años. Mi padre estaba en una clínica por problemas en la inoportuna próstata (por la edad). Con mi llegada el 19, acordamos en familia que lo operaran. El 22 en la mañana ("para que pase la Navidad con su familia, y no solo en la clínica", había dicho el doctor) le dieron de alta, y llegó en silla de ruedas, por lo de recién operado, y con bolsa de diálisis. Los vecinos comunicativos fueron testigos y corrieron la voz. "Ya salió Don Juan del Hospital". Así que cuando la mañana del 26 de diciembre del 2001 vieron que había velorio en el 209 del callejón 6, estaban seguros que el fallecido era Don Juan, y así llegaron a dar su pésame, por Don Juanito. Cuando entraron a la sala del velorio en la casa, vieron a Don Juanito en una esquina muy serio, y se dieron cuenta que era Doña Leonor, la que había fallecido.


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Fue un paro cardiaco al momento de acostarse; aún tuvo fuerza para levantarse, y con el corazón detenido alcanzó a sentarse en la sala de la casa, como en su lugar y posición habitual, como viendo la televisión. De allí los gritos. EN minutos la llegada d ella Cruz Roja. la revisión de la pupila con la prueba de reacción a la luz, y el dictamen triste: "la señora no tiene señales de vida. la señora ya falleció", dijo bajito el paramédico de la CR. "Por favor, otra vez la prueba", rogué angustiado. Se la hicieron de nuevo, explicándome que la pupila reacciona a la luz de la lámpara de manera automática, cuando hay vida, aunque la persona esté inconsciente. Y nada que hacer.

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Ni antes ni después, cuando corresponde llega la muerte. En el caso de ella, sin padecer los agravios que el tiempo infringe en la vejez, cuando se depende d e los demás para los asuntos primarios. Ella, Doña Leonor Calvillo Arrona, la morenita que había llegado a Matamoros en 1952, la que aguantó los embates rudos de la pobreza y el machismo de Don Juan, la que me tenía mi uniforme listo en la primaria, secundaria y Normal, la que tenía sus ahorros lo mismo pararan medicina que para los dulces de calabaza y camote ue pasaban vendiendo, había terminado su vida lucida, en movimiento, tan así que la noche de anoche, que corresponde a la nochebuena, asistió a la misa de gallo que ofrecieron en la parroquia de San Antonio. Y misión cumplida un día como hoy, Navidad a las 10: 45 de la noche. 


1

A las 10:45 de la noche de anoche, Navidad, pero de 2001, físicamente todo había acabado para Doña Leonor Calvillo. Quedaba su cuerpo inerte, con un rostro apacible y con una especie de leve paz de su sonrisa. Al irse los paramédicos de la Cruz Roja, arribó un agente del Ministerio Público, afuera ya estaba un trabajador de la funeraria. la pretendían llevar al SEMEFO para la autopsia. Le pedí que 

2

Al lado de la casa vivía Don Tereso, hombre grande, descuidado en su vestir, con pelo blanco y barba larga, rala, que se dedicaba  a curandero, de esos que pasan un huevo por todo el cuerpo. Llegaban personas de varias partes de las ciudades aledañas a Matamoros, incluyendo las de Texas. Regularmente les pedía que consiguieran ramas de muicle, que es una planta medicinal, y que mi padre había sembrado como cerca en la casa; entonces hablaban en la casa y pedían a comprar ramitas de muicle. Mi madre, Doña Leonor, contestaba "nada", cuando le preguntaban que cuánto era. Las personas comoquiera dejaban un dólar o monedas mexicanas. Así era, despreocupada de afán de ganar con le curativo muicle.

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Un día como hoy la velamos y al día siguiente le dimos cristina sepultura. La temperatura ambiente andaba alrededor de los 5 grados centígrados. Mis hermanos se encargaron de todos los trámites. Su amado cuerpo quedó junto a Don Jacinto Calvillo, su padre, a cuquen cuidó amorosamente por cerca de 17 añós, allí en su casa, con el consentimiento de mi padre. "¿Quieres un atónito, papá?", le preguntaba. "Ya te estás tardando mucho, tú no me preguntes, solo tráelo", le respondía juguetón mi abuelo. 

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17 años antes ella recibió una carta en la que le avisaban que su padre estaba solo y enfermo en su casa en San Felipe, Guanajuato, a la buena voluntad de los generosos vecinos, que le alimentaban. No lo pensó dos veces, lo comentó con su Juan, viajaron y al día siguiente ya estaba en su casa de infancia para llevarlo a Matamoros. Nunca le vi mala cara o grito altisonante, o reclamo a su padre. Ya para eso yo estaba trabajando de maestro en Tabasco, así que no me tocó testimoniar nada de esos años. Lo que sé es de oídas y los días que yo estaba allí con ellos de vacaciones. 

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En esos 17 años realizó con él tres o cuatro viajes a San Felipe. La última vez, cuatro años de su muerte,  él pidió que llegara el delegado municipal, quien además era amigo de él. Ya cuando este llegó le dijo: "fíjate que mi hija Leonor es la que me ha cuidado y quiero dejarle este terrenito, pero no tengo dinero para ir al pueblo". "Muy fácil -le respondió el delegado: escríbelo de puño y letra en una hoja, lo firmas y te lo legalizo con mi firma y sello". Y en una hoja de cuaderno escolar, con su mano temblorosa y su poca redacción procedió a escribir: "yo, Jacinto Calvillo, de 83 años, en pleno uso de mis facultados, sin presión alguna, quiero dejar por escrito que dejo este terreno de medidas 450 por 740 metros cuadrados a mi hija Leonor Calvillo Arrona, por ser ella la que ha cuidado todos estos años por mi, alimentándome y dándome mis medicinas. Las colindancias son conocidas por todas las personas de esta comunidad, de lo cual da testimonio el delegado, Sr. Luis Prescenda. La presente la escribo a las 11: 45 del 14 de marzo de 1985, en esta casa ubicada en San Felipe, Guanajuato".   


En dicha hoja se veía una letra legible, con firma de quien redactó y del delegado municipal, mas un sello ejidal. Esa hoja, Doña Leonor la guardó como algo sin valor en un balitó de lámina que aún se conserva. Años después de la muerte de Don Jacinto, la sacó cuando le dijeron que personas no tan extrañas se estaban apropiando del predio. Así que mi padre acudió con un licenciado con el que trabajaba y le mostró esa hoja que parecía insignificante. Le dijo: "Juan, este documento es legal. Lo único que tienes que hacer es acudir a un juez de San Felipe, le comentas que quieres hacer  la escritura correspondiente, y él te va a decir qué hacer". Así le hizo doña Leonor, más preocupada por los problemas que se podían suscitar, que por interés de lucro, pero finalmente era algo justo. Quizá al año o un poco más ya tenía la escritura a su nombre.

7

A Doña Leonor no le interesaba el dinero. Le interesaba la salud de sus hijos. Así que estaba atenta a los avisos de vacunación, a los pendientes de fecha en las tarjetas propias para este tipo de prevenciones. Además compraba el vino vitaminado Hemostyl, los aceites de hígado de bacalao, y cualquier otro vitamínico que pasaran vendiendo por la casa. Cada vez que pasaba un carro de frutas, sacaba unos pesos y nos mandaba a comprar manzanas y plátanos, principalmente. Cuando yo estaba en la normal, y que mi salida era a las 9 de la noche, aunque yo llegaba alrededor de las 11, por quedarme a ensayos con la rondalla, siempre cuando llegaba allí en la mesa, sin falta alguna, estaba mi cena cubierta con papel de aluminio.

8

Ya cuando yo iba en vacaciones, y cuando la llevaba al supermercado, y al momento de pagar, ella no me lo permitía, y pagaba, me volteaba a ver y me decía: "yo pago, hijo; tu andas de viaje con tu familia, y yo sé lo que es eso, los gastos que tienes que hacer". Yo insistía, pero en eso ella era terca y por lo tanto inconvencible.   

9

Sufrió cuando se casó mi hermana más chica. pasó una especie de duelo que l duró unos tres meses. Andaba sería y hablaba poco. A mi me gustaba levantarme temprano cuando iba de vacaciones y sin falta me iba a la cocina. Allí estaba ella, me daba mi atole o café. "Debes tomarlo con leche", me decía cuando le decía yo que negro. "Es malo para los nervios", me prevenía. Y platicábamos por horas allí en el calor de la cocina. Me ponía al corriente de los últimos sucesos: bodas, separaciones, fallecimientos, etc.

10

Tenía fascinación por dos canciones de Roberto Carlos: La Paz de tu sonrisa y Te agradezco, Señor. Y dos de Los Churumbeles de España: Abril en Portugal y Lisboa antiguo. estas últimos decía que las escuchaban en una casa donde trabajó. 


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La noche del 24 pasaron sus amigas vecinas para ir a la misa "de gallo",que le llaman, la de Navidad. Me preguntó que si quería ir. le dije que no. El 25, la tarde previa a su muerte recibió la visita de tres de mis hermanas con sus hijos, mis sobrinos, sus nietos. Yo estaba en la cocina leyendo una revista Proceso. Entra prepara café con leche y me lo da sin que yo se pidiera. Lo mismo le llevó café a mis hermanas sin que ellas le pidieran. Como una especie de despedida. No dijo me duele algo. Nada de eso. Al contrario. Se le veía satisfecha de vernos, de servirnos. 

12

La dejamos sola en el cementerio el día 27 por la mañana. Hacía frío como de 8 grados centígrados. Tibieza le dio la tierra que cubrió el ataúd. Antes de bajar dije unas palabras, que en esencia decía: ella donde esté, que es un lugar de todo tipo de flores y con arroyitos de agua cristalina, estará pendiente para vernos que seguiremos unidos sus hijos, que nos visitamos, como ella lo hacía con sus hermanas, y ahora descansando de las tribulaciones de la vida, estará feliz".

13

En la tarde de ese día todos juntos sus hijos y papá, revisamos una cajita donde guardaba algunas de sus cosas. Tenía una cantidad en billetes con un recado que le había hecho escribir a una de sus nietas, aunque su nombre sí lo sabía escribir y lo escribió, porque era su firma. Leonor.C.A, que decía: "este dinero es para que construyan una cripta con los nombres de papá y el mío". Al día siguiente, ya el 28, como de costumbre me levanté a las 6 de la mañana y fui a la cocina que se sentía más que deshabitada, fría, sin vida, sin su presencia, que llenaba y entibiaba toda la casa, aún que hiciera frío helado en invierno.

14

Ya el 2 de enero, de regreso a Villahermosa, pasando por Tampico a las 6:30 de la tarde, con un poco de lluvia, ya oscureciendo, entre las canciones que iba escuchando de Renacimiento 74, apareció la de Mosaico navideño: "llegó diciembre con su alegría, mes de parranda y animación, donde se baila de noche y día...  ven, ven, ven, que ya la fiesta va a empezar; ven, ven, ven que al niño Dios hay que arrullar. Nochebuena, noche de paz; hay como alumbran las estrellas, pero la luna alumbra mas.... Recuerdo cuando era un niño a mi me daba felicidad, cantando junto al pesebre los cantos bellos de navidad;  y no volverán y no volverán, esos tiempos viejos no vuelven más".

Hasta ese momento lloré la muerte de mi mamá, Doña Leonor Calvillo, diciéndome a mí mismo: ya nada volverá a ser igual; fue la última Navidad con ella. 


En torno de una mesa de cantina,
una noche de invierno,
regocijadamente departían
seis alegres bohemios.

Los ecos de sus risas escapaban
y de aquel barrio quieto
iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.

El humo de olorosos cigarrillos
en espirales se elevaba al cielo,
simbolizando al resolverse en nada,
la vida de los sueños.

Pero en todos los labios había risas,
inspiración en todos los cerebros,
y, repartidas en la mesa, copas
pletóricas de ron, whisky o ajenjo.

Era curioso ver aquel conjunto,
aquel grupo bohemio,
del que brotaba la palabra chusca,
la que vierte veneno,
lo mismo que, melosa y delicada,
la música de un verso.

A cada nueva libación, las penas
hallábanse más lejos del grupo,
y nueva inspiración llegaba
a todos los cerebros,
con el idilio roto que venía
en alas del recuerdo.

Olvidaba decir que aquella noche,
aquel grupo bohemio
celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos,
la agonía de un año que amarguras
dejó en todos los pechos,
y la llegada, consecuencia lógica,
del “Feliz Año Nuevo”...

Una voz varonil dijo de pronto:
—Las doce, compañeros;
Digamos el “requiéscat” por el año
que ha pasado a formar entre los muertos.
¡Brindemos por el año que comienza!
Porque nos traiga ensueños;
porque no sea su equipaje un cúmulo
de amargos desconsuelos...

—Brindo, dijo otra voz, por la esperanza
que a la vida nos lanza,
de vencer los rigores del destino,
por la esperanza, nuestra dulce amiga,
que las penas mitiga
y convierte en vergel nuestro camino.

Brindo porque ya hubiese a mi existencia
puesto fin con violencia
esgrimiendo en mi frente mi venganza;
si en mi cielo de tul limpio y divino
no alumbrara mi sino
una pálida estrella: Mi esperanza.

—¡Bravo! Dijeron todos, inspirado
esta noche has estado
y hablaste bueno, breve y sustancioso.
El turno es de Raúl; alce su copa
Y brinde por... Europa,
Ya que su extranjerismo es delicioso...

—Bebo y brindo, clamó el interpelado;
brindo por mi pasado,
que fue de luz, de amor y de alegría,
y en el que hubo mujeres seductoras
y frentes soñadoras
que se juntaron con la frente mía...

Brindo por el ayer que en la amargura
que hoy cubre de negrura
mi corazón, esparce sus consuelos
trayendo hasta mi mente las dulzuras
de goces, de ternuras,
de dichas, de deliquios, de desvelos.

—Yo brindo, dijo Juan, porque en mi mente
brote un torrente
de inspiración divina y seductora,
porque vibre en las cuerdas de mi lira
el verso que suspira,
que sonríe, que canta y que enamora.

Brindo porque mis versos cual saetas
Lleguen hasta las grietas
Formadas de metal y de granito
Del corazón de la mujer ingrata
Que a desdenes me mata...
¡pero que tiene un cuerpo muy bonito!

Porque a su corazón llegue mi canto,
porque enjuguen mi llanto
sus manos que me causan embelesos;
porque con creces mi pasión me pague...
¡vamos!, porque me embriague
con el divino néctar de sus besos.

Siguió la tempestad de frases vanas,
de aquellas tan humanas
que hallan en todas partes acomodo,
y en cada frase de entusiasmo ardiente,
hubo ovación creciente,
y libaciones y reír y todo.

Se brindó por la Patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.

Sólo faltaba un brindis, el de Arturo.
El del bohemio puro,
De noble corazón y gran cabeza;
Aquél que sin ambages declaraba
Que solo ambicionaba
Robarle inspiración a la tristeza.

Por todos estrechado, alzó la copa
Frente a la alegre tropa
Desbordante de risas y de contento;
Los inundó en la luz de una mirada,
Sacudió su melena alborotada
Y dijo así, con inspirado acento:

—Brindo por la mujer, mas no por ésa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos:
por la mujer que me arrulló en la cuna.

Por la mujer que me enseño de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dio en pedazos,
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi Madre! Bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez, que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía,
y lloró de alegría,
sintiendo mi cabeza en su corpiño.

Por esa brindo yo, dejad que llore,
que en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi Madre, bohemios, que es dulzura
vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella...

El bohemio calló; ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.


Nos vemos el próximo año, el sábado cae el 2 de enero








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