De bibliotecas y otras cosas

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Sin recato alguno por parecer presuntuoso, escribo que es grato tener una biblioteca. Esta no precisamente es el espacio físico, sino el conjunto de libros que nunca serán muchos, tratando de que no sean pocos. Los libros han ido llegando a mi de distintas maneras. Aunque la mayoría son comprados. Y sobretodo, cuando el poder adquisitivo del salario lo permitía. Ahora es más difícil, pero ya los tengo. Tengo mi humilde biblioteca. No digo el número como cantidad, porque eso no es lo importante. El avaro tiene mucho, porque gasta poco, se restringe de mucho, inclusive de buenas comidas, pero no le da utilidad al acumulamiento, en su caso de dinero y joyas.  Y así va por su vida. Los que tenemos libros los tenemos por muchas razones, siendo la principal, por el querer, pretender leerlos. No porque sean moneda de cambio para tener riqueza económica.

 

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Uno de mis maestros de Tabasco, Rodolfo Lara Lagunas, ex Secretario de Educación de Tabasco, defensor acérrimo de la escuela pública, nos decía que en las casas pobres la biblioteca está integrada por los libros gratuitos que van dejando los alumnos de primaria. Y los tienen por allí, muy guardaditos, hasta que alguien siente la necesidad de asomarse a ellos. Todo esto me lo decía cuando hablábamos de cómo se forma el lector, y yo le comentaba que en mi casa familiar no había libros, pero que me inicié como lector precisamente con los libros de texto gratuitos.

 

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Uno no tiene libros preferidos, como los padres no tienen hijos preferidos. Por alguna razón unos están más cerca que otros, más a la mano, por eso es que recurrimos a ellos. Aunque muchos están muy finamente editados, eso no es lo importante, sino lo que contienen. Algunos, buenos cuentos, poemas, novelas, relatos, cartas. Otros porque nos lo regalaron con dedicatoria. Y otros más porque son de nuestros autores dilectos. Pero por donde uno meta la mano, en el buen sentido de la palabra, estará el libro que el momento y la circunstancia requiere. Sea policial, de amor, despecho, de cocina, de sexualidad, de hierbas que curan, biografías, etc.

 

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Como todos recomiendan libros, permítame comentar que Jorge Luis Borges fue el encargado por la Editorial  Orbis de confeccionar una colección a la que se llamó Biblioteca Jorge Luis Borges. Bellos libros con pasta gruesa, azul oscura,  con prólogo del escritor al que refiero, y en dicha colección publicó entre otros a Joseph Conrad, Julio Cortázar, Oscar Wilde, William Blake, Gustave Flaubert, Gustav Meyrink, Robert Luis Stevenson, Snorri Sturluson, Arthut Machen, Dino Bussati, Giovanni Papini, Tomás de Quincey, León Bloy, Juan José Arreola, Rulfo, entre otros. Unos, como se ve, conocidos por muchos, y otros desconocidos por mi. A lo que voy es que son bellos libros, y Borges lo dice de esta manera en el prólogo: “Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir. Yo me jacto de aquellos que me fue dado leer…No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector”.


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En la calle 6a y Bravo, de Matamoros,  hay una librería, y era a la que acudíamos cuando estudiábamos la Normal. Me pasaba tiempo hojeando libros. Y una vez se me olvidó pagar uno cuando salí. Regresé como a los 4 meses, todo apenado, pero no dije nada. Al mejor comprador a veces se le olvida pagar. Así que regresé, y cuando estaba frente al mostrador para pagar los que ahora llevaba,  el dueño me dijo: "la otra vez no pagaste un libro. Y me dio pena llamarte. Puedes llevar cualquiera prestado. Lo lees y me lo regresas. Cuídalos mucho".


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Mi sueño era tener libros en mi casa. Ponerlos en una pared de la sala. Quizá con estantes apropiados. O solo tablas puestas para sostenerlos. O de perdida esos cajones de frutas que les llaman huacales. Cuando estaba en la Normal, a veces visitaba la casa del compañero Eligio Villanueva. En su casa sí que había libros y la revista Proceso. Por esos años nos estábamos formando como lectores. En las primeras vacaciones ya como maestros, fui a su casa. Y ese día precisamente estaba regalando libros. Yo tomé dos de Isaac Deutcher: Trostky: el profeta armado, y El Profeta desarmado. Mucho más adelante logré conseguir, el último de la trilogía: El profeta desterrado. Y a partir de ese inicio de mi trabajo como maestro, cada quincena acudía a librerías de Villahermosa. Una de ellas era del Partido Comunista. Otra estaba cerca de Plaza de armas. Así fui acumulando de uno en uno, como llena la gallina de maíz el buche. Ahora a veces regalo. Muy de vez en cuando.


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Los de Milán Kundera los compraba una tarde, y a los dos días los terminaba, leyendo principalmente en las noches, hasta la madrugada. Y a veces cuando alguna persona mira los libros que tengo me pregunta sorprendido: ¿Y los has leído todos? Yo sorprendido por la pregunta, les confieso que no, que muy pocos he leído. ¿Y entonces por qué los tienes? Y ya no sé que responder.


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Permítanme que exagere. Sé que en todas las casas saben qué hacer cuando hay un problema de salud. Saben dónde están las clínicas, los Centros de salud y los hospitales, incluyendo los de la Cruz roja. Y cuando hay incendio ya saben a qué teléfono llamar, siendo a bomberos o a Protección Civil cuando hay fuga de gas, o una culebra o lagarto anda en el jardín o abejas africanas en un árbol. Pues asimismo deberían en todas las casas tener los números de las bibliotecas para llamar y preguntar si tienen algún libro de este u otro tema. Es decir en situación de emergencia existencial o de curiosidad,  todos deben saber a qué libro ocurrir. Y a qué lugar concurrir (claro, cuando ya no haya pandemia). Si, van a decir que es un sueño guajiro. Pero vale la pena soñar, perseguir la utopía que busca que la humanidad sea mejor. Y esto se va a lograr cuando se forje ciudadanía lectora. Mi hipótesis es que mientras no logremos como sociedad que las bibliotecas tengan muchas actividades y sean muy visitadas, difícilmente se van a lograr los cambios que queremos se hagan realidad. No nos va a llegar esa situación de manera mágica. Si, ya sé que pasarán trescientos años. Pero como dice el dicho, para subir la montaña lo importante es dar el primer paso.


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Me han dicho que las bibliotecas están casi vacías todos los días de manera normal (es decir, antes de la pandemia).Yo me he asomado poco a ellas. Visitaba la Biblioteca Central José María Pino Suárez cuando estaba al frente Porfirio Díaz y Ciprian Cabrera Jasso.  Platicaba con ellos, y me permitían llevar a casa cualquier libro previo registro en tarjeta de que lo llevaba.  Y sé que en la José Martí, de la UJAT está y ha estado por años, Lupita Azuara. He estado en algunas de las actividades que ha coordinado, como los maratones de lectura. Y cuando salgo de allí he sentido un estado de gracia, que parece ingenuidad, como para decir que sí es posible el sueño de una sociedad de lectores.


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Les adelanto un proyecto que tengo en mente: préstamo ciudadano. Publicaré los nombres de 20 libros cada semana. Y en un café de la ciudad en horario de 10 a 13 horas, los viernes, entregaré al interesado y recibiré a quien ya lo haya leído, o quiera cambiar.


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Me es muy grato caminar por entre los libros, asomarme a sus lomos, sacar uno y ver sus portadas. Entro a este espacio donde los tengo, y sé que sin plan puedo navegar en el tiempo y geografías. Puedo irme a Grecia y leer alguno de los griegos, o a Estados Unidos y leer a Heminguey, John Dos Pasos, o poemas de Walt Whitman, Elizabeth Bishop, etc; o a Italia con Alberto Moravia, Ungaretti, Eugenio Montale y otros; o al Africa ardiente, como diría la gente, con las memorias de Isak Dinesen. Y así por todos los confines de la tierra, tomado, no de las manos, sino de las palabras de sus escritores.


Fotos tomadas de internet. 


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