El nacimiento de Jesús en Plaza de armas (1994)

Por aquellos días el virrey envió una iniciativa de Ley a la Honorable Cámara de representantes, mediante la cual se pretendía aumentar el pago de umpuetos y la creación de otros: gravamen sobre el circo, el teatro, el cine, mascotas, la muerte, sobre el número de hijos y otros.

Antes se había publicado el decreto con el que los ciudadanos estaban obligados a registrarse para integrar el censo de población.

Por ese motivo José viajaría desde su pueblo a la capital con María y su primogénito. Se empadronaría y estaba dispuesto a presentar su inconformidad respecto a los nuevos impuestos. Reflexionaba: "si permitimos esto -señor de los cielos- luego los recaudadores de impuestos nos van a querer cobrar peaje en los caminos, por defecar por el aire que respiramos".

José, resuelto, tomó a su hijo y colocó a María sobre una burra sabanera vieja. Emprendió el camino a la capital de Tabasco: Villahermosa. Entre tumbos por los malos caminos entonaban contentos cantos de la época.

Cuando estaban cerca de la ciudad, José notó aflicción en el rostro de María. Preguntó: "¿qué te aflige, mujer?" María respondió que "nada", que quizá era "por el embarazo y las inconveniencias del viaje". Horas después la vio contenta. Dijo José: "me admiran los cambios en tu rostro, triste antes, ahora contenta. Alabado el señor de los cielos". María respondió: "me alegro y me entristezco debido a una visiñn que tuve. Soñé que debido al nacimiento del niño los pueblos se dividían en dos ejércitos". José quedó sorprendido por tan extraña visión.

Un ángel se le apareció a María y le aclaró el sueño: "el ejército de la derecha tiene el temor de la llegada del enviado de los cielos, porque será quien venga a poner orden. Y está integrado por los adoradores del becerro de oro, ladrones de cuello blanco, los diputados del mayoriteo que aprueban leyes antipopulares, mercaderes de la palabra, comerciantes que especulan para reetiquetar, gobernantes ladrones, etc. El de la izquierda está integrado por hombres y mujeres de buena voluntad: amas de casa, jardineros, desempleados, prostitutas, obreros y campesinos, panaderos, borrachines, poetas, pastores de cabras y ovejas, etc."

Caminaron más tiempo. Era cerca de medianoche. Pasaban por la plaza central llamada de Armas, cuando María, con el semblante abatido por el cansancio y los dolores le dijo a José que la bajara. Este la ayudó y buscó un lugar dónde acomodarla. Una lluvia pertinaz se hizo presente.

Los habitantes de la plaza recomendaron que pidieran posada en el palacio del Virrey. Así lo hicieron. Los porteros negaron el acceso por temor a que fueran "tunantes". Arreciaba la lluvia. Unos hombres de buena voluntad ayudaron a María para llegar al Palacio de la Justicia, donde también pidieron posada. Allí el portero dijo que eran vacaciones, no había guardias, además que había escuchado que la justicia no era para gente pobretona.

De allí se dirigieron al palacio de los representantes del Pueblo. El portero avisó al ujier, el ujier al secretario, este a los diputados del gobierno, estos al presidente de la mesa directiva del mes, este al de la Gran Comisión. Todos coincidieron de que les estaban tratando de tomar el pelo: "Por Dios, Judas y el César. Tenemos que aprobar la reforma fiscal que nos manda el Patrón y el recaudador en jefe, y estos hijos de su madre jugando a las posaditas." Como es de suponerse les negaron la entrada al palacio del Pueblo.

Los habitants de Plaza de armas ofrecieron a los peregrinos un espacio en el kiosco. Allí habían construido un pesebre para el nacimiento tradicional.

María quedó instalada entre cartones húmedos y ropa vieja. Un perro pulgoso y barrigón y una gallina se habían guarecido de la lluvia cerca de allí.

José dejó a María y a su hijo por estar en buenas manos y salió presuroso en busca de una partera. Mientras caminaba presuroso vio que el cielo y la tierra se habían juntado. Una luz incandescente brilló en lo alto. Los pocos autos que circulaban quedaron inmóviles. Un perro que ladraba a la luna quedó sin movimiento. El agua del Río Grijalva se detuvo. Los pájaros quedaron suspendidos en el aire. La lluvia lo mismo. Así, en la hora del parto de la Virgen santa, todas las cosas permanecían como escenografía.

José encontró a dos mujeres que sabían de alumbramientos y le acompañaron, con la curiosidad por conocer a María, de parto siendo virgen. Ya en la plaza vieron extrañadas que un sol resplandeciente iluminaba el lugar. Incrédulas pidieron a María pruebas de su virginidad. Por dudar perdieron el habla; se arrepintieron. Un ángel les dijo que cargando al niño serían curadas. Así lo hicieron y al volverles la voz juraron servir al nuevo rey de esta parte de la tierra.

Los habitantes de Plaza de armas de Villahermosa ofrecieron lo poco que tenían, lo poco que cuando se da con amor, se multiplica: platanitos fritos, frijoles, leche calientita de burra, mandarinas, colaciones, arroz.

Los ignorados del mundo no eran soberbios. Un pobre había nacido entre sus iguales y con amor le ofrecían esas pobres viandas. Sabían que aquel niño nacido de pobres en la pobreza, nacido sencillo en la sencillez, nacido de aldeanos en el corazón de la capital, había de ser el redentor de los humildes, de los hombres y mujeres de buena voluntad.

El kiosco de Plaza de armas, sucio por el olor de lluvia mezclada con orín, lugar de los hombres sin aguinaldo y sin empleo, que se encuentran a la espera de una señal de buena voluntad, fue la primera habitación del más puro de los nacidos de mujer.


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