Remembranzas de Doña Leonor Calvillo (San Felipe, Gto, 1928- H. Matamoros, Tam, 2001) 2a parte y última

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A las 10:45 de la noche de anoche, Navidad, pero de 2001, físicamente todo había acabado para Doña Leonor Calvillo. Quedaba su cuerpo inerte, con un rostro apacible y con una especie de leve paz de su sonrisa. Al irse los paramédicos de la Cruz Roja, arribó un agente del Ministerio Público, afuera ya estaba un trabajador de la funeraria. la pretendían llevar al SEMEFO para la autopsia. Le pedí que 

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Al lado de la casa vivía Don Tereso, hombre grande, descuidado en su vestir, con pelo blanco y barba larga, rala, que se dedicaba  a curandero, de esos que pasan un huevo por todo el cuerpo. Llegaban personas de varias partes de las ciudades aledañas a Matamoros, incluyendo las de Texas. Regularmente les pedía que consiguieran ramas de muicle, que es una planta medicinal, y que mi padre había sembrado como cerca en la casa; entonces hablaban en la casa y pedían a comprar ramitas de muicle. Mi madre, Doña Leonor, contestaba "nada", cuando le preguntaban que cuánto era. Las personas comoquiera dejaban un dólar o monedas mexicanas. Así era, despreocupada de afán de ganar con le curativo muicle.

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Un día como hoy la velamos y al día siguiente le dimos cristina sepultura. La temperatura ambiente andaba alrededor de los 5 grados centígrados. Mis hermanos se encargaron de todos los trámites. Su amado cuerpo quedó junto a Don Jacinto Calvillo, su padre, a cuquen cuidó amorosamente por cerca de 17 añós, allí en su casa, con el consentimiento de mi padre. "¿Quieres un atónito, papá?", le preguntaba. "Ya te estás tardando mucho, tú no me preguntes, solo tráelo", le respondía juguetón mi abuelo. 

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17 años antes ella recibió una carta en la que le avisaban que su padre estaba solo y enfermo en su casa en San Felipe, Guanajuato, a la buena voluntad de los generosos vecinos, que le alimentaban. No lo pensó dos veces, lo comentó con su Juan, viajaron y al día siguiente ya estaba en su casa de infancia para llevarlo a Matamoros. Nunca le vi mala cara o grito altisonante, o reclamo a su padre. Ya para eso yo estaba trabajando de maestro en Tabasco, así que no me tocó testimoniar nada de esos años. Lo que sé es de oídas y los días que yo estaba allí con ellos de vacaciones. 

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En esos 17 años realizó con él tres o cuatro viajes a San Felipe. La última vez, cuatro años de su muerte,  él pidió que llegara el delegado municipal, quien además era amigo de él. Ya cuando este llegó le dijo: "fíjate que mi hija Leonor es la que me ha cuidado y quiero dejarle este terrenito, pero no tengo dinero para ir al pueblo". "Muy fácil -le respondió el delegado: escríbelo de puño y letra en una hoja, lo firmas y te lo legalizo con mi firma y sello". Y en una hoja de cuaderno escolar, con su mano temblorosa y su poca redacción procedió a escribir: "yo, Jacinto Calvillo, de 83 años, en pleno uso de mis facultados, sin presión alguna, quiero dejar por escrito que dejo este terreno de medidas 450 por 740 metros cuadrados a mi hija Leonor Calvillo Arrona, por ser ella la que ha cuidado todos estos años por mi, alimentándome y dándome mis medicinas. Las colindancias son conocidas por todas las personas de esta comunidad, de lo cual da testimonio el delegado, Sr. Luis Prescenda. La presente la escribo a las 11: 45 del 14 de marzo de 1985, en esta casa ubicada en San Felipe, Guanajuato".   


En dicha hoja se veía una letra legible, con firma de quien redactó y del delegado municipal, mas un sello ejidal. Esa hoja, Doña Leonor la guardó como algo sin valor en un balitó de lámina que aún se conserva. Años después de la muerte de Don Jacinto, la sacó cuando le dijeron que personas no tan extrañas se estaban apropiando del predio. Así que mi padre acudió con un licenciado con el que trabajaba y le mostró esa hoja que parecía insignificante. Le dijo: "Juan, este documento es legal. Lo único que tienes que hacer es acudir a un juez de San Felipe, le comentas que quieres hacer  la escritura correspondiente, y él te va a decir qué hacer". Así le hizo doña Leonor, más preocupada por los problemas que se podían suscitar, que por interés de lucro, pero finalmente era algo justo. Quizá al año o un poco más ya tenía la escritura a su nombre.

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A Doña Leonor no le interesaba el dinero. Le interesaba la salud de sus hijos. Así que estaba atenta a los avisos de vacunación, a los pendientes de fecha en las tarjetas propias para este tipo de prevenciones. Además compraba el vino vitaminado Hemostyl, los aceites de hígado de bacalao, y cualquier otro vitamínico que pasaran vendiendo por la casa. Cada vez que pasaba un carro de frutas, sacaba unos pesos y nos mandaba a comprar manzanas y plátanos, principalmente. Cuando yo estaba en la normal, y que mi salida era a las 9 de la noche, aunque yo llegaba alrededor de las 11, por quedarme a ensayos con la rondalla, siempre cuando llegaba allí en la mesa, sin falta alguna, estaba mi cena cubierta con papel de aluminio.

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Ya cuando yo iba en vacaciones, y cuando la llevaba al supermercado, y al momento de pagar, ella no me lo permitía, y pagaba, me volteaba a ver y me decía: "yo pago, hijo; tu andas de viaje con tu familia, y yo sé lo que es eso, los gastos que tienes que hacer". Yo insistía, pero en eso ella era terca y por lo tanto inconvencible.   

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Sufrió cuando se casó mi hermana más chica. pasó una especie de duelo que l duró unos tres meses. Andaba sería y hablaba poco. A mi me gustaba levantarme temprano cuando iba de vacaciones y sin falta me iba a la cocina. Allí estaba ella, me daba mi atole o café. "Debes tomarlo con leche", me decía cuando le decía yo que negro. "Es malo para los nervios", me prevenía. Y platicábamos por horas allí en el calor de la cocina. Me ponía al corriente de los últimos sucesos: bodas, separaciones, fallecimientos, etc.

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Tenía fascinación por dos canciones de Roberto Carlos: La Paz de tu sonrisa y Te agradezco, Señor. Y dos de Los Churumbeles de España: Abril en Portugal y Lisboa antiguo. estas últimos decía que las escuchaban en una casa donde trabajó. 


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La noche del 24 pasaron sus amigas vecinas para ir a la misa "de gallo",que le llaman, la de Navidad. Me preguntó que si quería ir. le dije que no. El 25, la tarde previa a su muerte recibió la visita de tres de mis hermanas con sus hijos, mis sobrinos, sus nietos. Yo estaba en la cocina leyendo una revista Proceso. Entra prepara café con leche y me lo da sin que yo se pidiera. Lo mismo le llevó café a mis hermanas sin que ellas le pidieran. Como una especie de despedida. No dijo me duele algo. Nada de eso. Al contrario. Se le veía satisfecha de vernos, de servirnos. 

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La dejamos sola en el cementerio el día 27 por la mañana. Hacía frío como de 8 grados centígrados. Tibieza le dio la tierra que cubrió el ataúd. Antes de bajar dije unas palabras, que en esencia decía: ella donde esté, que es un lugar de todo tipo de flores y con arroyitos de agua cristalina, estará pendiente para vernos que seguiremos unidos sus hijos, que nos visitamos, como ella lo hacía con sus hermanas, y ahora descansando de las tribulaciones de la vida, estará feliz".

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En la tarde de ese día todos juntos sus hijos y papá, revisamos una cajita donde guardaba algunas de sus cosas. Tenía una cantidad en billetes con un recado que le había hecho escribir a una de sus nietas, aunque su nombre sí lo sabía escribir y lo escribió, porque era su firma. Leonor.C.A, que decía: "este dinero es para que construyan una cripta con los nombres de papá y el mío". Al día siguiente, ya el 28, como de costumbre me levanté a las 6 de la mañana y fui a la cocina que se sentía más que deshabitada, fría, sin vida, sin su presencia, que llenaba y entibiaba toda la casa, aún que hiciera frío helado en invierno.

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Ya el 2 de enero, de regreso a Villahermosa, pasando por Tampico a las 6:30 de la tarde, con un poco de lluvia, ya oscureciendo, entre las canciones que iba escuchando de Renacimiento 74, apareció la de Mosaico navideño: "llegó diciembre con su alegría, mes de parranda y animación, donde se baila de noche y día...  ven, ven, ven, que ya la fiesta va a empezar; ven, ven, ven que al niño Dios hay que arrullar. Nochebuena, noche de paz; hay como alumbran las estrellas, pero la luna alumbra mas.... Recuerdo cuando era un niño a mi me daba felicidad, cantando junto al pesebre los cantos bellos de navidad;  y no volverán y no volverán, esos tiempos viejos no vuelven más".

Hasta ese momento lloré la muerte de mi mamá, Doña Leonor Calvillo, diciéndome a mí mismo: ya nada volverá a ser igual; fue la última Navidad con ella. 


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