Oh, capitán, mi capitán

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Enterramos a mi padre en la tarde y en la noche me fui al bar del hotel. Era un viejo hotel del pueblo, tipo oeste, con piso de madera y olor a humedad, en el centro de la ciudad. Yo no quería dormir temprano. Y tampoco podía andar caminando por esas calles oscuras y de polvo, que yo bien conocía. Por esos años había mucha violencia en la frontera. Por todos lados se hablaba de levantones, secuestros, asesinatos. Y yo no tenía aún ganas de dormir, así que me metí al bar del hotel.

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Estaba atiborrado de gente. Entre la semioscuridad del ambiente veía las otras mesas ocupadas, parejas bailando. Los meseros atentos a nuestras miradas y llamadas. Pedí una cerveza. Y la fui tomando despacio, tragos chiquitos. Música tropical en vivo en el ambiente. Y yo contrastaba el ambiente de este frenético lugar con el de la mañana y la noche anterior, de velorio, de recibir abrazos y palabras de condolencia. Ese 14 de abril enterramos a mi padre. Entre rostros de tristeza y desolación de familiares y amigos.

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Hcin el marco de ambiente del bar hice ejercicios de memoria con los recuerdos de mi padre. Los iba pasando en mi.mente como si fuera una película. Mi acompañarle a su trabajo en los jardines. Lo que nos contaba de su niñez y juventud. Sus viajes anuales que hacía a Guanajuato "su tierra" a visitar a sus hermanas y hermanos. Y cuando a veces me llevaba. Y recorríamos casas de sus amigos de juventud en el pueblo. Y los saludos afectuosos que le prodigaban otras personas. Interrumpía mis recuerdos para darle otro trago a la cerveza.

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Ayer vi fotos que no había visto del entierro. En una de ellas estamos los 8 hermanos mas mi tío Esteban, que viajó de Guanajuato para acompañar a su hermano en el sepelio. Miro en cada uno de los rostros el paso del tiempo, o nosotros por el tiempo. Hay otra foto donde están todos los sobrinos y sobrinas. Un grupo como de 25 entre jóvenes y adultos, todos ellos con  gran corazón y con cercanía de afecto entre todos. 

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Al bar llegué como a las 10 de la noche. Sabía que no iba a estar mucho tiempo y así fue. Quizá como unas dos horas. Allí aún no me daba cuenta del vacío que quedaba en mí con la desaparición del viejo. Aunque sí me lo decía: ahora sí es una nueva etapa: huérfano de padre y madre. Una nueva relación con mi pueblo de origen. Otros motivos para regresar. Pero nunca más estará uno de mis viejos. Mi madre había muerto 15 años antes, en el 2001. Mi padre en el 2016. En el bar pedí otra cerveza. Mi cabeza estaba llena de los recuerdos de mi padre. Y sabía que nunca más podría verlo en persona, con sus historias repetidas, con sus mismos chistes, con sus mismas expresiones, con esa mirada que brillaba cuando llegaba a visitarlo una vez cada año. Y nos dábamos un abrazo fuerte. Y él decía: "mi muchacho, cómo estás de viejo. Ya mero me alcanzas en edad". Y lo decía siempre, y reía fuerte. 

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En la segunda cerveza que me estaba tomando recordaba que él en sus últimos años se iba a dormir a las 6 de la tarde. "Ya me voy a dormir -decía-porque mañana me voy a levantar temprano". Y nosotros nos burlábamos de buena manera. Y le decíamos que era muy temprano. Queríamos seguirlo escuchando y mirando. Pero se iba a dormir. A la mañana siguiente cuando yo me levantaba para tomar café. Él ya no estaba. Ya había salido desde temprano al centro de la ciudad. Al café La jarochita. A tomarse un café con sus amigos. 

Se me acercó una mujer como de 30 años. Alegre y bien vestida. "Tiene rato que lo observo. Le invito a bailar". Me dijo. Yo me le quedé viendo. Y mi respuesta sin pensar fue "no, estoy de luto". Ella pensaba que era broma al verme allí y tomando cerveza. "¿Ya se le murió "aquel"?", dijo en son también de broma. ""Aquel, es mi padre", le respondí solemne, sin incomodarme, sin emoción en el rostro. "Perdone, señor, mil veces perdone", dijo. Dio la media vuelta y se fue. Al rato el mesero me llevó una cerveza de su parte.

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Ahora en esta edad que tengo me voy a dormir a las 8 de la noche. Y mis hijas me dicen que es muy temprano. Y yo les respondo que ahora entiendo a mi padre. Y que luego con el paso de los años ellas me entenderán a mí.

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En el bar me veía a mí mismo ante el féretro de mi padre, ya en el panteón, en su última morada, leyendo el poema de Walt Whitman, Mi capitán, oh, mi capitán. Saqué el teléfono y busqué en internet el poema para leerlo de nuevo allí, con la música tropical y las parejas bailando, en la danza de la vida, en el movimiento, cada quien con sus motivaciones, con sus prisas y pesadumbres. Yo estaba en el bar. Era de noche. Me tomaba la tercer cerveza. Ya estaban por cerrar. Y yo leía Mi capitán: "Oh, mi capitán: Terminó nuestro espantoso viaje. El navío ha salvado todos los escollos. Hemos ganado el codicioso premio.. Ya llegamos a puerto. Ya oigo el repicar de las campanas... Mirad mi capitán en la cubierta. Yace muerto y frío..."

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Ya me habían traído la cuenta. Pagué y salí para subir a la habitación. Y dormir, ya sin mi padre sobre cubierta.  Y con la lejana esperanza de que al despertar todo fuera un sueño.


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