¿Cómo será nuestro final en la vida?

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Reflexiono que poco pensamos en la muerte personal. Del momento en que termine nuestra misión o tarea en esta vida. Y más ahora que tenemos una espada de Damocles con la pandemia mundial del Covid. Y que la desaparición propia puede ser por una causa u otra, en relación a accidentes, enfermedades, fallas repentinas del corazón, riñones o pulmones, o de vejez en agotamiento general de todo el cuerpo. Y nadie sabe en qué condiciones serán nuestros momentos finales. Poco pensamos en ello, y menos en la juventud, y vemos mucho muy lejanas tanto la muerte como la vejez

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Al respecto estaba viendo ayer la película El padre, que estelariza el actor Anthony Hopkins (El Papa y  Haníbal en el silencio de los inocentes), y que está nominada a varios premios Óscar, entre ellos a mejor película, guion adaptado, actor principal y actriz de reparto. Y este filme nos muestra los años finales del personaje aquejado por el progresivo Alzhemier, en el cual los recuerdos se van desvaneciendo, y la memoria ya no retiene los hechos recientes, lo cual lleva a la persona aquejada por este mal a confundir datos, lugares y personas. Uno de los logros de la película, aparte de las actuaciones, es la de confundir al espectador con acciones que parecen reales (en la película) pero que solo suceden en la mente de Don Anthony. Y asimismo la imagen reiterado del reloj, como un símbolo del inexorable paso del tiempo. Y ni se diga el final, que pasa de la imagen donde el padre está muy disminuido de salud emocional en el asilo, a varios segundos de la toma final de los árboles mecidos por el viento, como imagen de lo que somos:  naturaleza.

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Nos gustaría una muerte natural, pasar del sueño terrenal al sueño eterno, que dicen que es la muerte de los justos. Mi madre y un hermano mayor así fallecieron; lo mismo Beto, mi cuñado. En cambio la de mi padre fue a causa de un accidente automovilístico, a los  88 años. Los cuatro vivieron hasta el fin con pleno uso de sus facultades mentales; algo disminuidos físicamente, eso sí, pero no tanto. Mi padre, inclusive,  salía a visitar a sus hijas (mis hermanas) y se iba y regresaba caminando.

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Y a mí me tocó ver dos amigos algo mayores que yo cuyos últimos años estuvieron marcados por el problema del Alzheimer. Que va siendo progresivo. Y que al final, ya sin memoria, sin recuerdos, no sabes ni para qué sirve la comida y menos los cubiertos, o la ropa. Por eso me llaman la atención las películas que tienen que ver con estos finales difíciles, tanto para la persona, como para la familia; y en específico los problemas del cerebro, que trastoca todo a su alrededor.

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Y dolorosas han sido todas las muertes; y las más cercanas y abundantes las del 2020 a la fecha, independientemente de las causas, si fue por Covid o no. Muchos amigos y personas conocidas, de distintas clases sociales, han fallecido. Y no son una cifra más, son un conjunto de emociones, recuerdos, pensamientos, experiencias, etc, que nos han dejado. Y han dejado dolor, devastación, huecos difíciles de llenar, sobretodo en las familias. 

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Ayer precisamente murió la maestra Leticia Oliva, supervisora de educación especial en Tabasco. Lo lamento mucho, aunque la conocí poco, y en eso poco, bien en el plano laboral. Algunos de los lectores saben que fungí de 2015 a 2018 como subsecretario de Educación básica, y a esa oficina llegaban todos los asuntos de ese nivel. Y uno de ellos fue el caso de un alumno de 3er grado de un escuela primaria de la ciudad, cuya conducta le hacía pelear con todos a su alrededor incluyendo a la maestra del grupo. Que golpeaba a cualquiera; que le quitaba navajita al sacapuntas y amenazaba a todos; que pateaba y daba puñetazos a su maestra quien en su intervención trataba de separarlo en sus constantes pleitos. Todo lo anterior hasta el límite que marcan los demás padres de amenazar con sacar a sus hijos si no sacaba dicho alumno del grupo.

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Por la particularidad de la forma de ser del alumno, el caso rebasa la capacidad de actuar de la maestra de grupo y la dirección de escuela, y trasciende a la esfera de competencia de la supervisión escolar. En resumen, el caso llega al nivel de subsecretaría. Y con la asesoría de la Directora de Educación especial, en esos años la maestra Blankita Hernández y del área jurídica, la propuesta es conformar un grupo multidisciplinario de análisis, que se integra con Fiscalía, Dif, Secretaría de Salud, Educación Especial, Derechos Humanos, y no recuerdo qué otras áreas. Pero ante todo, con la premisa de que el alumno en mención es víctima, más que victimario, que su conducta es consecuencia de las condiciones de su vida diaria en el seno familiar.

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En ese equipo multidisciplinario estaba integrada la maestra Leticia Oliva. Y me cuerdo bien de ella por su profesionalismo en sus participaciones siempre propositivas, siempre con calma ante la dificultad, siempre segura en la incertidumbre. Logramos sacar adelante dicho caso, con atención especial tanto al alumno como a sus padres en el lugar de su residencia. Y parte fundamental de dicha solución fue la participación del área de educación especial, y en especial de la maestra Leticia, quien ayer, lamentablemente falleció.

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Por supuesto que hicieron otras reuniones de trabajo, menos difíciles, y siempre ella con la misma actitud de responsabilidad profesional, siempre con empatía con las partes. Seguramente que sus compañeros supervisores y maestros y directores de la zona escolar que estaba bajo su responsabilidad laboral, han de tener muchos recuerdos de este tipo laboral y también de recuerdos en lo personal de su forma de ser. Ayer tan pronto se supo de su muerte, empezaron a darse a conocer muchos mensajes de aprecio y estima, de cariño, hacia su persona. 

Vaya pues, mi pésame reiterado a sus familiares y amigos, por su fallecimiento, descanse en paz. 


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