Ahora dices

Ahora dices que te falta Roma misma. O Venecia. Y es donde ladran los perros cada noche a imitación del verso aquel donde a la luna postrera se le alaba. Y es la indiferencia de la roca lunar. Es el no miro nada porque no quiero estar allí entre la lumbre desde aquella vez de la derrota en la noche triste. Luego vino el polvo de estrellas en otra barca luminosa. Y otra vez a cantar valiente las mismas canciones y a escuchar  otras canciones que formaban otro rito. Y fuimos escribiendo crónicas del instante. Mínimos bocetos donde se dibujaba una sonrisa amplia y se saboreaba un dulce garapiñado con sabor de higo o mango. Y el siquiatra anotaba la polaridad rota sobre todo lo que significaba el recuerdo de la infancia y el higo, siempre el higo. Porque enfrentó el paciente noches de demonios en el sueño y despertaba agitado. A Aute, pónganme una canción de Luis Eduardo Aute. O Serrat. Del maestro Serrat. Y volvía a las andadas hasta que hubo necesidad de la camisa de fuerza. Y aparecía entonces el cuaderno lleno de dibujos y versos. Hasta que en el fin del túnel apareciste espejo sin potoshop para contar las verdades del tiempo donde las grietas fue el distintivo, para los gritos del nuevo discurso. Tenga a la mano las fotografías infantiles, decía al final en la hoja de los requisitos. Y allí apareció la paz de su sonrisa, remedio final para  quitar la camisa de fuerza.

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