Olvido

El olvido, recuerdos acumulados en el fragor de la batalla diaria. Los que herían noche y día mediante el recurso de la nostalgia y añoranza. Eran versos y besos a la orilla de la playa. A través de los días los encontrábamos en un café, en un día soleado o en las mañanas con rocío. Los encontrábamos bajo la piedra, en las notas de una canción o en los sueños de gozo y miel teniendo como resultado la humedad del regocijo. Los recuerdos estaban allí al acecho, dispuestos a poner, burlones, gotas de limón con sal en la heridas. El olvido es un disparar en defensa propia. Un día nos dimos contra la ladera este de la vida. Nos encontramos de frente a la verdad desnuda. Y a la misma verdad le supusimos rasgos conocidos. Y en ese momento las sirenas cantaron en coro la canción del nunca más, nunca más, y me arrojé a sus brazos. Y viví en otros mundos a la vera del camino. Bebí leche de sirena combinada con polvo de estrellas terrenales. Y giré bailando valses en el mosaico de la vida. Tiramisú de limón con te de manzanilla. Polvo de canela. Y en un café con guiños nuevos escribí en una servilleta que el olvido es una cátedra de sobrevivencia. El olvido tiene también fábulas de jirafas en el bosque y moscas en pastel. Diablillas robustas de Botero dibujadas en taza para el olvido aquel.

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