Diógenes a Catulo

Catulo
Bendita literatura que nos une, poeta amoroso y grande.  Y voy al tema. Gracias por escribirme. Nada soy sin las ideas o palabras. Y las que me envió en misiva anterior, me mueven, me motivan. Me dicen El perro. Y no me ofenden. Los perros son leales, y sé que a usted le gustan estos animales. Y usted es más que leal.
Usted sabe de mí por lo que ha trascendido. Dos o tres anécdotas, ahora lugares comunes. Y yo sé de usted por sus epigramas, en los que profesa absurdo y profundo  amor en tema de una de tantas. Solo una.
Y lo imagino a usted en Dante esquina con Leopardi, en Roma  esperando el paso de la musa. Y el llanto trajinar en la cuita de siempre. Saber del amor de ella por usted mas el negocio del día a día. Respirar smog en el pantano. Y luego en el absurdo caminar las calles debatiendo silencios con el respaldo de la luna. No hay paralelos entre su vida y la mía. Yo soy el perro, el loco, el pirado. Usted es el poeta, amo de las imágenes y palabras. Emperador de la noche en las sórdidas y terrenales calles de Roma. Y yo aquí en Atenas, apenas jefe de la nada, porque no necesito nada. Mas que el agua simple, dos o tres frutas, y las señeras y transparentes palabras, aunque incendie Roma Nerón.
Siga escribiendo usted, poeta. Que nadie de la sed se salva. Y nos salva el genio de la risa, y el amor de su combinada sonrisa. Usted es el poeta, ella es la culpable, Catulo. Ahora como carne de venado, con aceitunas. A su salud, poeta, un vino.
De Diógenes

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