Cuando me pongo a escribir

Cerca de mi casa habían tres escuelas: una secundaria federal, un preescolar y una primaria. Enclavadas en un barrio pobre, eran escuelas públicas financiadas por el estado. Frente a la secundaria una iglesia. A un costado de la primaria un salón de bailes populares. Y a un lado del preescolar una casa de citas. Y como a cinco cuadras de ellas, la zona roja, también llamada zona de tolerancia.
La mayoría de nuestras familias era de bajos o de muy bajos recursos. Esos espacios escolares eran nuestros refugios en las mañanas y por las tardes habían actividades, a las cuales podíamos asistir. En el caso de preescolar había talleres para adultos. Yo, que estaba en primaria, me asomaba a ellos pegado a la ventana. Al ver mi insistente curiosidad, la maestra de taquimecanografía me invitó a entrar y a tomar una máquina para practicar.
Desde los once años escribo a máquina, gracias a esa invitación que no olvido, y menos cuando me pongo a escribir. 

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