Nanas de la cebolla (y el chile)


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La cebolla se compone de capas. Y si le quitas una y otra,  sigue siendo cebolla. Tiene el poder de hacer llorar a quien, diligente, la pica. Hay quienes se ofrecen a esa actividad cuando andan decepcionados y quieren echar rienda a su desconsuelo. Entonces aprovechan y pican cebolla. Así nadie se da cuenta que su llanto es por la decepción amorosa.

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El poeta español Miguel Hernández estaba en la cárcel. Su esposa querida, Josefina Manresa, se quedó sola y, siendo pobres, no tenía para darle de comer a sus hijos. En las cartas que le escribía al poeta le comentaba desolada que al más pequeño a veces le daba gotas de jugo de cebolla como único alimento. Ese es el origen del poema “Nanas de la cebolla”, cuyo autor murió en la cárcel a los 32 años, de tuberculosis. El cantautor Joan Manuel Serrat lo musicalizó allá por los años 60, junto con otros poemas, que integran el disco "Serrat canta a Miguel Hernández". Dice así el poema-canción:

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"La cebolla es escarcha/ cerrada y pobre:/ escarcha de tus días/y de mis noches./ Hambre y cebolla: hielo negro y escarcha/ grande y redonda./ En la cuna del hambre/ mi niño estaba./ Con sangre de cebolla/ se amamantaba./ Pero tu sangre,/ escarchada de azúcar,/ cebolla y hambre./ Una mujer morena,/ resuelta en luna,/ se derrama hilo a hilo/ sobre la cuna./ Ríete, niño,/ que te tragas la luna
cuando es preciso."

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Mi madre hacía una salsa con cebolla, tomate y chile (le agregaba ajo y sal). En tiempos de invierno, con el frío ambiente de los 0 grados centígrados, todos nos poníamos alrededor de un bracero durante el día. Y a platicar de todo. Entonces mi madre sacaba esas verduras y legumbres, y las ponía a la brasa y las iba volteando hasta que se soasaban. Y de allí al molcajete a machacarlos. Agarraba buen picor. Y luego mandaba a comprar un kilo de tortillas. Y así calientitas nos hacíamos taquitos de esa salsa que nos sabía a gloria. La tortilla así, saliendo de la tortillería del vecino Sabino, o la poníamos a tostar en el carbón.

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Las salsas son toda una especialidad en la cocina mexicana. Le da sentido y sustancia a muchos de los platillos mexicanos. Es hasta un distintivo de la tradición culinaria del país. Y hay una gran variedad de ellas, que algunas distinguen las regiones del país. En Tabasco hay una que se hace con chile amashito tamulado, sal y  limón, la que acompaña al pejelagarto asado. 

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Diría la India Yuridia, cómica mexicana, que cuando se hacen carnes asadas, es común que los maridos molestosos y tóxicos, pidan que se hagan tres tipos de salsa: una que pique, una que medio pique y otra que no pique nada.

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En el caso del chile, por mi parte fue todo un descubrimiento saber que cambian de nombre si su condición es de verde o seco. Así el chile de árbol es el cola de rata; el chilaba es el pasilla; poblano es el ancho; el jalapeño es el chipotle; el bola o trompo es el cascabel; el mirasol es el guajillo; el serrano es el chile seco. Y así. 

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Un chilito le da sabor a casi toda la comida. Aún siendo chiles que no pican, como el chile blanco o dulce al caldo de robalo. Y muy sabrosa es  la salsa con piña. A otra salsa le ponen aguacate, y sabrosísima también. Solo que me alertan que hay tramposos taqueros que ofrecen a la vista salsa con disque "aguacate", pero como este es muy caro, le licúan calabaza y parece igual. Pero no.

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Y hay quienes tienen alto el umbral del dolor que causa el chile y piden uno  de “amor”, que quiere decir,  entero y verde,para comerlo a mordidas. Pero pues sí, el amor también pica, duele, ni se dude. ¿Y qué esperabas?

10

Hay un cuento del escritor norteamericano Mark Twain, que se llama "El día que me nombraron director de una revista de agricultura", o algo así. Donde el personaje cuenta las peripecias por las que pasó al editarla ¡sin saber nada del tema!. "las cebollas se dan en un árbol que crece entre cuatro o cinco metros de altura..." etcétera, y todo lo que causa de estupor todas las barbaridades que publica, entre los trabajadores y los lectores. Estupor en los personajes. Risas en los lectores.

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