La vida son momentos

¿Recuerda aquel viaje soñado? ¿El primer beso con la persona amada? ¿El día que viste tu nombre en la lista de aprobados en el examen de admisión? ¿El día de tus quince años? ¿El de tu graduación? ¿El primer dinero que recibiste por tu trabajo? ¿El día que hiciste el amor con la persona amada, deseada? ¿Aquellas miradas amorosas en reciprocidad que se encontraron? ¿Cuando recibiste el primer libro publicado?

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La vida son momentos que se fueron. Que vienen otros no a remplazarlos, sino a ser simplemente otros. Que también se van. Son sucesivos. A veces consecutivos. Las más de las veces periódicos. Inevitables. Y son los que conforman nuestra memoria. Diría: el pozo de la memoria integrado por recuerdos anodinos, memorables, entrañables y dolorosos. 

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Quisiéramos que se detuviera el tiempo cuando son alegres. Y que pasara rápido el tiempo cuando son dolorosos, de esos que nos lastiman de por vida, dejando cicatrices imborrables.

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De niños y adolescentes pensamos que la felicidad es un lugar que al llegar cumpliríamos todos nuestros sueños, y podríamos estacionarnos allí, de una vez y para siempre. Y no. Llega, tarda lo que tenga que durar, e inevitablemente se va. 

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A semejanza del botón que se convierte en flor. Y que con el paso de las horas o días, declinan y se secan. Para dar el paso a otro ciclo, que a veces es muy frecuente, depende de las plantas, y a veces es cada año. Mas deja una imagen de belleza inmejorable, que a veces queda registrada en fotografía para que perdure más en la memoria.

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En contrapartida sucedieron asimismo los momentos dolorosos. Cuando falleció un familiar querido. Cuando te cortaron en una relación amorosa y deseada. Cuando la (lo) viste con otro (otra). Cuando viste la lista de admisión y la leíste diez veces y tu nombre no estaba. Cuando te dijeron que estabas despedido del trabajo. Cuando chocaste el auto de papá. O el tuyo. Etc.

La vida son instantes que se guardan en la memoria. Otros son los momentos de rutina. Que suceden en el trabajo. En una relación ex amorosa vieja. En las canciones de la radio que pasan siempre las mismas. Y son momentos grises, como estar sentado en una banca del parque sin que pasen personas. Y además el ambiente con niebla. O estamos sin los lentes o sin libro.

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Si piensas y reflexionas en todo esto, seguro que entonces valoraras los momentos felices, los inolvidables y te será más leve los momentos difíciles, sabiendo que estos y aquellos son inveitables. Solo que unos se gozan, se disfrutan, y los otros se sufren.

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Como dice el dicho: nadie sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido, o hasta que lo encuentra. Sucede que la persona goza los momentos alegres y dichosos, sin más. Y está bien. No reflexiona que todo es efímero, hasta los “amores eternos”. Y sufre mucho más con las situaciones que proporcionan momentos difíciles. Siente que son interminables. 


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Yo tengo mis tres horas de suma felicidad ahora que escribo a diario de 6 a 10 de la mañana. Y busco que la rutina de las demás horas sea cada vez menos. Porque si no, las demás horas mi mente busca recuerdos en el pozo de la memoria. Y entonces ríe y humo entra a los ojos. Claro, de manera alternada. Y no por dolor, sino por nostalgia, a secas.  


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La vida son momentos. Tomo esta taza de café. Recibo un mensaje, una llamada. Escribo una carta. Respiro aire limpio. Preparo agua limonada. Escucho una canción. Y otra. Bien lo dice Julio Iglesias: "De tanto vagar por la vida sin rumbo, me olvidé que la vida se vive un momento, de tanto querer ser en todo el primero, me olvidé de vivir los detalles pequeños...". Lo diría Joan Manuel Serrat en su canción: "Las pequeñas cosas", las de lo cotidiano.

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