La nueva normalidad y la filosofía

Poco a poco iremos regresando a las aulas. Aunque aún por ahora las circunstancias actuales de prevención contra la pandemia obligan que muchas clases, reuniones y conferencias, sean vía remota. Cada quien en su lugar de residencia, en cualquier lugar de su casa, conectado a una red digital.

Es obvio que esto no va a ser por siempre. Llegará el día, con reticencia de unos y otros, en el que se ha de  volver al ambiente de aulas, patios y recreos, lugar común y tradicional de la enseñanza aprendizaje. Todo ello con sus pros y contras. Pero es el esquema fijado para el trabajo educativo. Sin embargo una pregunta nos salta: ¿y todo regresará a lo mismo que antes de la pandemia?

Si de un ciclo escolar a otro muchas cosas cambian en situación "normal", es decir, como antes de la pandemia, con mayor razón ahora, que hubo una disrupción que afectó economía, relaciones, salud física y emocional, juegos, entre muchas otras cosas. Padres de familia, maestros y alumnos mostrarán cambios de actitud, y habrán de jalar, por decirlo de esa manera, a los otros para tomar nuevos acuerdos de relación colaborativa.  Esto también lo deben de tener claro las administraciones del área.

Algo que no va a cambiar es la importancia de la lectura libre en el desarrollo del pensamiento. Siendo la lectura una de las cuatro prácticas cotidianas para enseñar a pensar. Las otras tres son escribir, escuchar y hablar (sea en binas, en grupo o ante un público). Solo que en la escuela de básico aprendimos a escribir y a leer, pero ni de jóvenes ni adultos, la mayoría no escribimos, ni leemos, y peor, tampoco escuchamos. Y menos con el constante: "¡ya cállense!"

Y a estas reflexiones para el regreso a clases presenciales, que se están haciendo y se seguirán haciendo, contribuye sobremanera la filosofía. El pensar sobre el individuo, el grupo, la sociedad en su conjunto, la economía, los cambios que se han generado, se hará desde ella, la madre de las ciencias. He allí su capital importancia de siempre.

Cuando la pandemia pase, tendremos que valorar, mas bien deberemos revalorar, no solo el espacio físico del aula y la escuela en su conjunto, sino la estima, la amistad, las relaciones interpersonales, etc; todo ello en paralelo o junto con tener el concepto claro de que la enseñanza tendrá mejores oportunidades de concretarse si el alumno va adquiriendo el hábito de lectura y escritura.

Porque esencialmente la escuela debe enseñar a pensar. Sí, así como se lee. Y enseñar a pensar cada vez mejor. Importa el qué aprender, pero importa mucho más el para qué, el reflexionar sobre las razones y motivos que tiene la educación. En cualquier circunstancia distinta es lo mismo: tener algo y no saber para qué, de muy poco o nada sirve.

Imaginemos una escena: seis u ocho muchachos y muchachas, de entre 14 y 18 años, en las mieles de la juventud, bajo un árbol, quizá nogal, leyendo el libro Principios fundamentales de filosofía, del húngaro George Politzer, o cualquier otro libro que les emocione, para luego comentar sobre esos temas.

Punto uno: no serían temas de tarea escolar. Punto dos: nadie llega obligado. Es la amistad simple, grande y llana. Cada quien hace comentarios, sin saber que están ejercitando el pensamiento. Sin saber exactamente para qué les serviría. Solo que les gusta estar allí una tarde por semana. Permítaseme decir algo personal: en un grupo así yo estuve, y seguimos teniendo en la distancia de cuarenta y tantos años, la misma amistad.

Sobre la filosofía uno encuentra opiniones diversas. Por supuesto, personas que no son lectoras afirman que la filosofía, lo mismo que la poesía, y en general las artes, no sirven para nada. Que lo importante son las carreras que dejan dinero. Me pregunto yo "dentro de mí": ¿acaso la vida es solo trabajar para pagar deudas, comprar cosas y llegar a la casa solo a descansar, para luego envejecer y morir?

La filosofía nos enseña a pensar. A pensar mejor, con mejor lógica para la toma de decisiones personales y de grupo. Más allá de proporcionar diversas respuestas sobre las clásicas preguntas: ¿de dónde venimos?, ¿para qué existimos?, origen de la materia y de la vida, necesitamos a la filosofía para mantener la calidad humana del hombre, comprender la razón de la vida en el ser y estar.

¿Se puede vivir sin filosofía? ¿Se puede vivir sin arte? Seguramente sí. Trabajar, comer, dormir. Pero eso no lo quiero para mí ni para mis semejantes. Me cuentan la anécdota de la hija del amigo de un primo, niña de preescolar que llegó a su casa , y le dijo a su papá: "hoy la maestra nos explicó sobre Adán que fue el primer ser humano. Yo me pregunto -dijo la niña- ¿y quién le daba su biberón, si él fue el primero?" 

Este ejemplo sirve para decir que los niños desarrollan su pensamiento con las dudas, observaciones, reflexiones y con respuestas que buscan con lo que tienen a su alcance, en su ámbito familiar. Los niños filosofan. Los adultos andamos en otras cosas, principalmente trabajando para cubrir nuestras necesidades.

En la última escuela donde trabajé había un alumno de nombre Diógenes. Se acercaba mucho a mi salón por la promoción de lectura que mis alumnos y yo hacíamos. Y le pregunté: "¿sabes de dónde viene tu nombre?" "No", fue su respuesta, sonriente él. "Es un bonito nombre y de mucha responsabilidad", le dije. "A mi me gustaría llamarme así, Diogenes Antonio". Me preguntó: "¿Y eso?" Entonces me puse a platicarle varias de las anécdotas populares que se le atribuyen a Diógenes*.

"Le decían loco, porque se paraba frente al mercado y reía de manera rara, interminable. ¿Por qué ríes?, le preguntaban. Su respuesta: porque veo tantas mercancías, y yo no necesito para vivir ninguna de ellas."

Diógenes caminaba por las calles de Atenas con una lámpara encendida a plena luz del día. "¿Y por qué haces eso?", le preguntaban. Su respuesta: "es que ando buscando personas honradas en Atenas, y no las encuentro".

Él vivía en un tonel, en la calle. El rey de Macedonia, Alejandro Magno, sabía que era uno de los grandes pensadores vivos. Y fue ante él. "¿En qué te puedo ayudar? Soy el rey y puedo darte lo que quieras". Su respuesta: "solo quiero que te quites, para que me dé el sol".

Y le platiqué de otras conocidas anécdotas. A partir de esa plática vi que Diógenes caminaba más altivo, mas sonriente, más seguro de sí mismo. 

Volver a la "normalidad" es seguir dialogando con los alumnos sobre los temas de los programas de estudio, pero vincularlo didácticamente con lo cotidiano, lo que el alumno sabe y conoce, pero nadie le pregunta. Quizá Sócrates les preguntaría para que ellos busquen el conocimiento en su pensamiento, que es donde radica.

*Diógenes de Sinope, también llamado Diógenes el Cínico, fue un filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Nació en Sinope, una colonia jonia del mar Negro hacia el 412 a. C. y murió en Corinto en el 323 a. C.



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