Mi feliz e ilustrativo encuentro con los libros

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Aunque parezca repetitivo, los primeros libros que tuve en mis manos fueron los libros de texto gratuitos. Y a ellos le echo la culpa de mi gusto inicial por esos artefactos de papel donde venían concentrados los conocimientos de acuerdo al grado de estudios. 

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Cada libro va encontrando su lector. Y va siendo todo un acontecimiento. Puede ser nuevo o viejo. En secundaria, estoy hablando de 1972-1975, los libros lamentablemente no eran gratuitos. Entonces mi padre  pedía libros usados en las casas donde trabajaba. Y le daban los que habían terminado de usar por grado los muchachos de esas familias. Y estos libros iban a parar a mis manos. Nunca coincidía que fueran los de la editorial y autor de los cuales me habían pedido mis maestros. Pero tampoco nunca mis gloriosos maestros me los rechazaban. 

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Yo no sé si mi primer libro, aparte de los de texto escolares, lo compré o me lo robé (qué feo se escucha), pero en algún momento tuve uno. Fue uno que se llama Heidy. O quizá me lo encontré tirado. Lo que sí es que lo disfruté mucho. Luego leí otros, principalmente de fábulas. Parecía que las palabras saltaban en el papel o hablaban directamente, hasta me parecía ver a dos galgos corriendo tras un conejo, o una tortuga caminando muy lento.

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En la escuela Normal nos volvieron a dar libros de texto gratuitos, eran antologías de lecturas, gruesos, y con muchos temas, de acuerdo a las materias, reflexiones sobre matemáticas, enseñanza de la lengua, sicología general e infantil. Pero un maestro de español que recién había llegado a matamoros, de la Ciudad de México nos dijo luego de su presentación:

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"Van a comprar el libro El llano en llamas", del autor Juan Rulfo". Nos explicó que era un libro de cuentos, donde los personajes eran del medio rural. Y la razón: "la mayoría de ustedes son de la ciudad, muy pocos conocen el campo. Y sus familias y padres con los que van a trabajar son personas que viven en el campo, pobres, y es necesario que ya los vayan conociendo y no les sorprenda su forma de ser, y en ese libro los van a conocer."

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Ese fin de semana leí los 17 cuentos rulfianos. Quedé muy impactado por esa forma directa de escribir, por esas imágenes de la tierra seca, estéril de la geografía rural jalisciense, las personas moviéndose en la miseria, tratando de arrancarle frutos a la tierra, en muchos casos pedregosa. Caí en cuenta que los libros eran una fuente inagotable de vivencias. Y esos cuentos, aunque ya había leído varios que venían en los libros de texto escolares, los veía en uno solo. Porque además al leerlos iba sintiendo que vencía mi timidez y la vergüenza por tartamudear. 

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Pero también fui acercándome más a amigos y amigas que leían, y que me daban prestados libros. De entre ellos, que por cierto acaba de fallecer, nombro a Óscar Eligio, a quien decíamos El Feroz, porque era impetuoso al hablar, al participar en clase y al pronunciar encendidos discursos. Además hicimos un descubrimiento: era un lector consuetudinario y obcecado. No había libro que no leyera, y luego que los leía los daba prestados en calidad de "quédense con ellos si les gusta".

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A mi me dio dos de la trilogía biográfica del historiador y activista polaco Isaac Deutscher : "Trotsky, El profeta armado" y "Trotsky, El profeta desarmado". Esos me los traje a Tabasco en 1980. Ya acá en Villahermosa compré el tercer libro de la trilogía: "El profeta desterrado". Prácticamente los devoré. Y luego conseguí otro de él: "Stalin". Allí me enteré de las desapariciones físicas contra los opositores trotsquistas. por parte del régimen staliniano. Nadie escapó a su furia y venganza. Millones de soviéticos fueron asesinados entre 1935-1938 del siglo pasado por ser seguidores de León Trostky, o ser acusados de serlo.

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Otros son los libros para enamorar(se) de la vida. Y esas son otras historias.

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