De Cartas (a Caro)

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Cara Caro:

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Hemos perdido algunas costumbres, y recuperarlas no es fácil. Una de ellas es escribir cartas. Te cuento que yo esperaba hace años la llegada del cartero al callejón donde viví, el 6 de La Treviño. Y mi corazón reverberaba de alegría al recibir carta de un amigo o amiga (mi padre las recibía de sus hermanos o hermanas de Guanajuato), y bajo un árbol las abría con parsimonia como lo que era, un regalo de palabras que disfrutaba llenando mi corazón de algarabía y gozo.

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Sabes, ahora pienso mucho en la vida y su otra cara, la muerte, la que veíamos lejana allá en nuestra niñez y adolescencia y poco a poco, más del 2020 a la fecha, la vemos cómo se va acercando, sin prisa, pero sin pausa, para darnos la mano y quitarnos las preocupaciones y las prisas que a veces nos cercan y nos altersn la resoiración. Pero aunque la espero con amor, quiero que se tarde lo suficiente para permitirme escribir algunas cosillas más, reír otro poco, y platicar con los amigos nuestros y contigo, como lo hemos hecho siempre, con el corazón y la mirada festiva.

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Leí por allí que apenas hace unos días se celebró el Festival de octubre, como cada año allí en mi matamoros querido. Vi en estas pantallas los anuncios de cada actividad, y vi asimismo alguna actividad que transmitieron por esta vía. Y cómo hubiera querido estar entre el público disfrutando ese ambiente de frescura y tibieza, con las que los corazones se sienten alborozados.

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Ya ni te dije que, o creo que sí, que esa vez que nos vimos en mayo de este año, caminé desde mi casa (ya sabes dónde vivo, para que calcules la distancia), hasta la cafetería casi frente del centro de Salud, que es una distancia considerable. Y llegué exhausto a la placita cercana y me senté en una banca y vi la actividad que había: a una quinceañera le tomaban fotografías con sus chambelanes y damas de honor. Y yo recordaba que una de las veces que salí con mi madre tres o cuatro años de su muerte, fue un diciembre y fuimos a ese parquecito en el que había nacimientos y otros adornos de luces navideñas.

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Qué lindo y bien cuidado está ese parque, Caro. Me comentaron que está así a diferencia de otros, porque lo tiene concesionado el hotel que está adyacente, y que el hotel nada gana con darle mantenimiento, más que le da mejor imagen al hotel mismo, y una maquinilla de refrescos que tiene, esas donde les metes unas monedas y te entrega un refresco frío. Me quedé unos minutos allí sentado para recuperar la respiración y se me secara el sudor. Y ya de allí me trasladé a una farmacia a comprar una bebida hidratante. Todo eso minutos antes de la hora en que quedamos.

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Me remonto siempre cuando te vi por primera vez actuar. Tendrías unos 22 o 23 años. Llegué a mi pueblo en unas vacaciones, que ni recuerdo si eran de diciembre, verano o semana santa. Y hablé a tu casa. Me contestó tu mamá: "va a salir en una obra de teatro en el Soriana. A esta hora", me dijo. Y me despedí rápido de ella para trasladarme allí, donde estabas. Y para mi fortuna aún no empezaba la obra. Y quedé maravillado, impactado, de verte Medea en la obra, de Eurípides, uno de los trágicos griegos. Medea, la esposa de Jasón, traicionada por este, mata a sus hijos. Habías crecido enorme, y eras ya otra, siendo la misma sencilla, solidaria e inquieta en tus quehaceres educativos, ya maestros ambos.

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Jubilados ambos en la parte laboral, con la palabra entendida como júbilo, con tiempos para hacer algo, poco o mucho en nuestro favor,  deseosos de seguir haciendo cosas, de lo que me has platicado, de voz y conciencia del ser, de tantas cosas que has enriquecido tu alma. Y yo empeñado en escribir alguna página buena, mientras me disciplino a escrbir a diario. Aquí vamos. Te agradezco esa motivación para que escriba algún monólogo que, aprendido, y malo soy para memorizar, lo represente bajo tu dirección. Así sea. No lo he escrito aún. Pero un día de estos.

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En la adolescencia mirábamos el futuro esperanzados. ¡Cómo vivíamos! Ese futuro lo relaciono ahora con la neblina, la bruma, la nebruma, que no nos deja ver más allá de algunos metros. Y no sabíamos qué había más allá de nuestra titulación, aunque imaginábamos una escuela de primaria, unos alumnos, y nada más.

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Celebro tu salud y la de los tuyos. Asimismo yo con salud, escudriñando en el universo esas señales que nos orienten en lo que sigue. Uniendo los puntos del pasado de cuando leíamos filosofía bajo un árbol de jardín ajeno, ese grupo de adolescentes que desafíabamos nuestra ruta marcada. Y que Óscar nos acercaba libros, y nos motivaba, empujándonos suave, a lo que él, adelantado en lecturas, trataba que vislumbráramos un destino mejor en todos los sentidos de la palabra. 

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Un calido abrazo, Caro. Y como decía mi padre al final de sus cartas (que dictaba a mis hermnos mayores), “mejor verte que escribirte”.





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