Me gusta manejar en carreteras (2)

Ayer contaba que me gusta manejar en carreteras, y que la mayor cantidad de viajes ha sido de Villahermosa a Matamoros y de regreso. Y que hubo un viaje con el que tomé la decisión de no hacerlo más hasta que bajara la violencia. De regreso traía dos camionetas americanas, mitad de mi familia en una y en otra. De una de las camionetas se rompió la doble tracción. Y un policía federal me aconsejó ir despacio a Nuevo Padilla (entre Matamoros y Ciudad Victoria, a poco de llegar a esta).

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Íbamos de manera muy lenta por la doble tracción de la camioneta. Eran como la 1 de la tarde. Fui como a tres talleres y en ninguno me podían hacer el trabajo. "Quizá el Güero sepa", me dijeron. Fui a ese taller. Un muchacho de unos 35 años, parecida su cara a la de El Canelo. "Claro que sí", me dijo, bonachón. Para las 5 de la tarde ya había terminado. Me cobró 200 pesos. Nosotros muy alegres salimos cantando. Nomás subimos a la carretera (el taller estaba a la orilla de la misma), no habíamos recorrido ni cien metros, cuando una llanta delantera de esa misma camioneta se safó. Gracias. Dios que no lastimó a nadie. Llegó rápido la policía federal. Me reconoció que yo era el de la camioneta que se le había descompuesto la tracción. Le dije lo del taller. "Vaya a buscarlo". Fui y regresamos el Güero y yo. Le puso un carrito base que lo ajustó a donde faltaba la llanta. Y lo llevamos al taller de nuevo. El mecánico le dio 200 pesos. Y listo. 

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Siguió con la camioneta, tratando de componerla.  Pasaron las horas. Ya era de noche cuando me habló y me dijo: "necesitamos conseguir esta piezas en (ciudad) Victoria". "¿Y será que esté abierto?". "Sí", me respondió. "Es mas, voy hablar para que me esperen", dijo seguro. Y eso me sorprendió. Fuimos en su camioneta, una vieja Ford 1975. Mi familia se quedó en ese pueblo. Y ya oscuro salimos rumbo a Victoria. "Una pieza en un yonke (deshuesadero) , la otra en un "Auro son" (Auto Zone). Llegamos a esta última, bajé a comprar. Hasta allí todo normal. Mi paranoia era que me llevara a entregar a alguna banda delictiva que secuestra migrantes.

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De allí nos fuimos al deshuesadero. Estaba literalmente en llamas. A un lado del incendio, tomando cerveza cuatro malencarados, sin abrigo para el frío. Realmente estaba haciendo frío, aunque parecía que ellos se calentaban con el incendio. Bajó y platicó con ellos. Reían. Había una camioneta para deshuesar que no la tocaron las llamas. De ella había que sacar las dos o tres piezas para mi vehículo descompuesto. Al cabo de una hora, terminó de sacarlas "mi" mecánico, "El Güero". Fue con los que estaban tomando. Regresó conmigo y me dijo: "voy a ir a conseguirles cerveza a ellos, usted se queda aquí, así me dijeron".

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Yo me quedé asustado, pero traté de no demostrarlo. "¿Y en qué trabaja usted?" "Profe de escuela", fue mi respuesta. Y ellos siguieron su plática. Las llamas del incendio andaban como en unos diez metros de alto. Lo raro es que no llegaban bomberos, policía, ni periodistas, ni curiosos. El fuego crepitando a todo lo que daba. "¿Cómo se originaría el incendio?", pregunté. "Los del C de G le prendieron, Dígale al Güero que se  lo explique al rato." En eso llegó El Güero con su carga de cerveza y otras bolsas medianas aparte.. "Cuánto es de las piezas?", le pregunté al Güero. "Me dijeron que no es nada", me dijo y subimos a la camioneta. Ya para eso eran como las 9 de la noche. Yo con miedo. Y me imaginaba a mi familia en el taller en Nuevo Padilla. Los celulares andaban ya sin pila. O no había señal. El caso es que no sabíamos nada de manera recíproca.

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Ya de egresó el mecánico me platicó sobre que el incendio era una venganza. Que el que la hace la paga. "Quiénes son los "C de G", le pregunté. Se hizo como que no escuchó. Yo ya no volví a preguntar. "Nos vamos a ir por otra ruta", me informó. Y se metió por unos caminos de terracería, algunos angostos y otros amplios. Yo estaba literalmente aterrorizado. Finalmente llegamos a eso de las 9:30. Vi a mi familia. Me vieron. Y nos sentimos aliviados. Nos miramos. No dijimos nada.

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Dos horas más y no terminaban, En ese lapso él se alejaba unos diez metros y hablaba por teléfono, de manera bajita. Mi paranoia no tenía límites. Yo había tomado una decisión. Se la dije: "ya están ustedes cansados y nosotros también. Déjalo así y le siguen mañana". "Eso le iba a decir", me contestó. "Se pueden quedar en una casa que tengo, aparte de la mía", me sugirió. "No, gracias, ya me están esperando unos amigos en Ciudad Victoria", ya tenía yo mi respuesta. Salimos y llegamos a un hotel como a las 12: 30 ya después de medianoche.

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Recuerdo que siempre que salía de viaje por carretera en familia, una noche antes repetía yo lo mismo: "recuerden que lo importante es regresar todos nosotros bien. En caso extremo no importan ni las maletas ni el auto. Así que en el hotel yo me sentía ya tranquilo, con una camioneta menos, pero con la esperanza de que al día suficiente estuviera ya lista, tan pronto al llegar. Y que todo hubiera sido como un mal sueño. Al día siguiente, a propósito llegamos como a las 11 d ella mañana. Para mi sorpresa ¡no le habían hecho nada!. En ese momento retomaron el trabajo suspendido la medianoche anterior. Ya estaba yo desesperado, Me dije a mí mismo: "parece todo esto adrede, en cualquier momento van a llegar los de la maña (la mafia), y nos van a llevar. Esperé dos horas más, ya la una de la tarde. Y nada que terminaban. Era momento de tomar decisiones de escape. Llamé a mi amiga Carolina Cisneros, de Matamoros, para pedir número telefónico de algún amigo de los que viven en Ciudad Victoria.

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Me dio el número de Ubaldo Bogar Reyes. Le hablé. Le expuse medianamente el asunto, por el desvelo y el miedo, se lo dije casi entre sollozos. Me dijo: "no te preocupes. Ahorita consigo una grúa y voy por ti". "Aguantemos unas tres horas más. Cualquier cosa yo te llamo", le dije agradecido. Terminamos la llamada. Y las tres horas pasaron. Cuatro. Me acerqué al mecánico. me dijo: "No le puedo arreglar los frenos. Me falta una llave. Le sugiero que vaya despacio a Ciudad Victoria, y antes de llegar hay varios talleres de "Frenos". Ellos se lo arreglan.

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Así le hice. Como a 10 kilómetros por hora salí rumbo a Victoria. Le arreglaron los frenos en un taller. De allí nos fuimos al hotel. Y allí llegaron a buscarnos Joel Zúñiga y Ubaldo Bogar. Nos abrazamos. Me entró humo en los ojos al haber pasado ese trayecto de dos días en el taller. Y me pregunto Joel: "¿No te gustaría que nos tomáramos un six y asemos carne?" "Un six no, varios sí". Y nos fuimso a su casa. Y nos la pasamos bien en un convivio familiar de unas cuatro horas, recordando anécdotas. Y ellos contándonos las historias de trror que por esos años ocurrían muy seguido en esa arpar de la frontera. Incluyendo los 72 migrantes cuyos cadáveres encontraron en una fosa clandestina en San Fernando.

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Epílogo. Una semana después de que ya estábamos de vuelta en casa, ciudad de Villahermosa, abrí el periódico La Jornada. La noticia: enfrentamiento en Nuevo Padilla, varios muertos. Y otros más que mataron en otra parte y los fueron a tirar en el parque central de ese municipio. El enfrentamiento  a balazos fue exactamente frente al taller de mi amigo El Güero, que cuando me dijo que lo de los frenos no quedaron y que me llevara despacio la camioneta a Ciudad Victoria para que me los arreglaran, al preguntarle cuánto le debía, me dijo: "No es nada, cómo cree que le voy a cobrar, jefe".


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